16 de mayo de 2025

Linaje. En la tradición del cuento extraño, la autora se ubica cerca de Silvina Ocampo.
Foto: Prensa
El buen mal
Samanta Schweblin
Random House
192 páginas
Anunciado con bombos y platillos, con elogios de Lorrie Moore, Raúl Zurita o Siri Hustvedt en contratapa, El buen mal aterrizó en las librerías argentinas como un sismo y ya se está quedando con la cima de todos los rankings de ventas. Es el regreso al cuento de Samanta Schweblin, una autora que se ha alzado con cuanto premio en el género se le haya cruzado en el camino desde sus primerísimas incursiones en él.
Formada en el taller de Liliana Heker, en 2001 fue un relato el que le hizo ganar el Concurso Nacional Haroldo Conti, y apenas un año después se estaba quedando con el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes por su libro El núcleo del disturbio. Desde entonces, imparable, su obra fue distinguida, entre otros, con los premios Juan Rulfo, O’Henry, Casa de las Américas, National Book Award y el Iberoamericano José Donoso.

Radicada en Berlín, donde escribe y enseña escritura creativa, Schweblin ya fue traducida a más de cuarenta idiomas y cosechó elogios en todo el mundo. Además de cuentos ha publicado dos novelas (Distancia de rescate y Kentukis), una de ellas incluso llevada al cine, pero el retorno a su primer amor quizás sea una de las novedades más esperadas de los últimos tiempos, al menos de la literatura nacional.
Una década pasó entre Siete casas vacías y El buen mal, donde continúa el trabajo en una extensión demorada donde los personajes tienen espacio para revelarse y conquistar su propia rareza. Son seis cuentos engarzados por un acorde que se propone desde el título: el poder transformador del mal, su rol como catalizador y agente de cambio. En cada una de estas historias, la calma y el orden de los espacios seguros –en especial las casas, que están muy lejos de funcionar como cálidos y confiables hogares– se ve completamente trastocada por un hecho imprevisto.
Un accidente o un secreto, una enfermedad o un robo irrumpen en la vida de los personajes; sus consecuencias son tan impensadas como su llegada, y la benevolencia del mal desplegará sus alas cargando frutos inesperados. Niños, enfermos, ancianos y animales, distintos seres en estado de vulnerabilidad quedan expuestos a las fuerzas oscuras y pesadillescas de la imaginación de Schweblin, que siempre logra componer una hebra de luz al final del camino. En el recorrido, quien lea estos relatos se encontrará con «precisas, aunque inquietantes, descripciones de sentimientos humanos que a menudo no tienen nombre», como advierte Hustvedt. Es el sondeo por esas aguas abisales de la humanidad lo que interesa a Schweblin antes que la trama, que no pocas veces funciona como una excusa para desplegar sus descubrimientos, las perlas negras que trae del fondo del mar. De una intensidad desconocida, los personajes experimentan nuevas e inquietantes emociones, a menudo reservadas al reino de lo inconfesable.
Un desastre fatal, la muerte o la enfermedad incurable de un niño, la conciencia de la llegada segura de una muerte, la culpa, el terror y la distancia entre dos personas que se necesitan son solo algunos de los elementos que se juegan en este libro cuya portada muestra a una liebre de dos cabezas. «La locura te asusta, te distrae, pero hay que mirarla con atención», dice una de las protagonistas de El buen mal. Afiliada en la tradición del cuento extraño, Schweblin está rodeada de argentinas como Sara Gallardo o la propia Silvina Ocampo, a quien eligió para el epígrafe. «Lo raro siempre es más cierto», reza.