Cultura | NELSON VALENTE

Observador de la realidad

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Javier Firpo

Familias, parejas y otros vínculos aparecen retratados en las obras del dramaturgo y director, que se reparten entre el circuito alternativo y el comercial.

Invitada permanente. La hipocresía está presente en la mayoría de sus piezas porque, dice, «está de manera cotidiana en nuestra vida». 

Foto: Subcoop

Nelson Valente es el «teatrista» del momento. Y le gusta que lo llamen así porque, dice, «tiene que ver con mi labor abarcativa dentro de este oficio». Es cierto: es dramaturgo, director, puestista, montajista y también docente. Llamativamente lo suyo no fue la actuación, que sí ejerció durante cinco años, entre sus 17 y sus 22, hasta que estudió dirección y terminó enamorado de ese rol. «Me di cuenta de que podía arruinarlo todo ante el público, mejor estar detrás de escena», desliza risueño.
En la actualidad tiene en cartel Los perros, El loco y la camisa, Jauría y Los finales felices son para otros, una versión libre de Ricardo III. Y hasta hace poco también estuvo detrás de Solo llamé para decirte que te amo y Dígalo con mímica. En diciembre estrenará en Mar del Plata El divorcio, comedia dramática protagonizada por Luciano Castro, Leticia Brédice, Natalie Pérez y Pablo Rago, que promete ser una de las apuestas fuertes de la temporada. «Es otro desafío que me tiene insomne. Llegar a Mar del Plata y con esos actores es un sueño hecho realidad», afirma.
¿Cómo se hace para conducir tantos elencos? Sereno y algo contenido, se considera un estratega a la hora de estar al frente de cada grupo de actores. «Hace más de veinte años que dirijo y uno no termina de aprender, pero reconozco que con tantas obras en simultáneo estoy haciendo un curso acelerado. Es importante que tanto los actores como el director sepan que por encima de todo está la obra», afirma.
Después de años de batallar en la escena independiente, el año pasado incursionó en el circuito comercial con Dígalo con mímica. «Tuve que transpirar un poco, porque fue mi debut en la calle Corrientes. Entonces calculo que el elenco me habrá visto algo vulnerable, habré pecado con alguna vacilación, pero reaccioné a tiempo, conseguí hacerme de herramientas. Para usar una palabra de estos tiempos, digamos que me fui empoderando antes del zarpazo inicial. El teatro comercial puede ser la ley de la selva, pero es muy hermoso y lo disfruté, aunque hay que estar en guardia y demostrar todo el tiempo por qué uno llegó allí».

Adrenalina en escena
Más allá de algunos sofocones, su bautismo en la cartelera de la avenida Corrientes fue «una experiencia en la que quiero reincidir, porque si bien yo hice todo mi recorrido en el circuito alternativo y me crié y formé en el Banfield Teatro Ensamble, la adrenalina que se vive en los escenarios de las grandes salas, frente a cientos de personas que te respiran al lado, ahora con barbijo, moviliza, sacude. Y no quiero perder esa posibilidad. El tren pasa una vez y es mi oportunidad de mostrar mis obras al gran público. Durante la pandemia tuve un período puertas adentro de mucha creación y tengo en gateras dos obras que están listas y esperan salas importantes. ¿Temas? Los que suelo plasmar, los que me apasionan: familias, parejas, vínculos. La familia para mí es un objeto de estudio, me cautivan los sistemas familiares, sus peculiaridades, y yo me considero un gran observador».
Degustador de bares puntuales de distintos barrios porteños, Valente tiene la costumbre de ir tres o cuatro veces por semana con su libretita. «Me gusta esa tradición que mantengo desde hace añares», cuenta el director y dramaturgo. «Donde veo una pareja, hacia allí voy: los observo, pero sobre todo intento escuchar de qué hablan. Todo lo que se ve en mis obras, diálogos, gestos, lenguaje corporal, malestares, todo es tomado de la realidad. Es más, en Los perros tomé el nudo del conflicto de la charla de un matrimonio veterano en el que la mujer le decía clarito al señor: “Ojalá Dios te conserve la negación hasta el día que te mueras”».
En sus piezas tampoco falta otra cuestión central: la hipocresía. «Es mi gran invitada a la mayoría de las obras, porque está presente de manera cotidiana en nuestra vida. Los argentinos nos manejamos con la mentira constante, el sanateo, el macaneo, el engaño, la fábula, la mentira piadosa. A todos nos pasa y la conclusión es que la verdad duele, no nos la bancamos, entonces el teatro se transforma en la chispa que enciende la posibilidad de decir la verdad». ¿Cómo evalúa su presente? «Hoy puedo desplegar casi todo mi trabajo, una chance que tienen muy pocos. Es una buena racha, como decía antes, tengo que aprovechar el veranito. ¿Por qué gusta mi teatro? Creo que puedo plasmar la angustia y el grotesco con los que muchos se identifican».

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