Cultura | «LOS EMPEÑOS DE LA CASA» EN EL CCC

Una visión de avanzada

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Ezequiel Obregón

La Compañía Argentina de Teatro Clásico estrenó la obra de Sor Juana Inés de la Cruz en la Sala Solidaridad. El testimonio del director Santiago Doria y los protagonistas.

Desafío. Los integrantes del elenco vuelven a indagar en el Siglo de Oro Español y trasladan su singular decir al público de hoy. (Fotos: Jorge Aloy)

El público accede a una sala de caja profunda y teñida de oscuridad. La escasa escenografía anticipa que lo importante será, una vez más, el despliegue de la voz y los cuerpos, necesarios para darle forma a una comedia de enredos. Es el molde predilecto de este tipo de dramaturgia a la que la Compañía Argentina de Teatro Clásico le dedica su cuarto espectáculo, tras La discreta enamorada, de Lope de Vega; El lindo don Diego, de Agustín Moreto; y La celosa de sí misma, de Tirso de Molina. Como en aquellas oportunidades, la invitación consiste en potenciar la imaginación desde la butaca. Asistir a un espectáculo de esta compañía implica asumir un rol activo, y la recompensa llega con creces.
Santiago Doria (Premio Ace de Oro 2017) enfrenta el desafío de volver a indagar en el Siglo de Oro Español y trasladar su singular decir al público de hoy. «Con miras a realizar una cuarta producción, surgió la idea de sumar una autora, una de las más importantes del Siglo de Oro. Era la figura justa para seguir con nuestra trayectoria», sostiene con relación a Los empeños de la casa, de Sor Juana Inés de la Cruz. La pieza se materializa en un grupo de actores (nueve, en esta oportunidad) fascinados con un texto complejísimo. El resultado se puede ver los jueves en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación «Floreal Gorini».

Desafío seductor
«La belleza insustituible del verso», afirma la actriz Maia Francia cuando se le consulta sobre qué es aquello que la convoca frente a este desafío. De sólida formación en teatro clásico, Francia también imparte una cátedra de actuación en la Universidad del Salvador, en donde le dedica una especial atención al teatro en verso. «Esta clase de textos me fascinan. Son elevados, te obligan a tener una pericia técnica y una concentración extrema. Con el verso no se puede pifiar, no se puede improvisar. Tenés que estar muy formado, muy afilado, muy entrenado. Actuamos los jueves, pero durante la semana hay que seguir trabajando, estudiando para llegar a la próxima función en óptimas condiciones. Me seduce, por tanto, siempre lo difícil», concluye.
Su compañero de elenco Francisco Pesqueira reflexiona en la misma línea. «A mí lo que me seduce es el desafío. Y cada autor planteó un desafío diferente: es muy distinta la forma de escribir de Tirso de Molina, la de Moreto, la de Lope de Vega y la de Sor Juana Inés de La Cruz. Para mí, de los cuatro, Sor Juana es la que tiene más complejidad. Es la que más me costó, pero también es de la que más me enamoré. Como todo lo que cuesta, termina siendo al final lo más gratificante. Decir un verso, hablar este vocabulario, hablar en poesía, es como la escultura que habita en la piedra. Nosotros tenemos que tallar ese idioma que ya nos habita», sintetiza.
Durante más de una hora y media, el hogar de doña Ana (Francia) se convierte en el receptáculo de destinos cruzados, azares y actos deliberados, meticulosamente planificados. El epicentro es el deseo amoroso, que dejará a casi todos conformes. Pensada desde la contemporaneidad, asombra la mirada aguda e inteligente con la que Sor Juana delinea a sus personajes femeninos.
A Irene Almus le toca encarnar a la criada, dotada de gracia e ingenio en dosis iguales. «A mí, en general, me toca dentro de la compañía el personaje de la criada por edad y por el tipo de actriz que soy. Y es sumamente grato, porque los criados son los que manejan el humor en las obras y generalmente son los responsables de los enredos y también de sus soluciones. Representan, por otra parte, el sentido común del que sus amos carecen. Tienen necesidades y no tienen ningún prurito ni hipocresía en mostrarlas y viveza para buscar soluciones», reflexiona.
En torno a la vigencia de la autora, es preciso remarcar su contexto de producción. «Lo que le criticaron fue que ella, como mujer religiosa, tenía que poner todo su talento en lo que estaba vinculado con la Iglesia, con Dios y con la Eucaristía, pero no precisamente dedicarse a los temas profanos», apunta Doria. «Los empeños de una casa es un texto profano de Sor Juana Inés de la Cruz, con todo lo que eso implica. Fue una mujer de avanzada; no podríamos decir que fue feminista, porque el feminismo no existía esa época, pero conceptualmente lo era. Y, a través de la pieza, se nota. Es muy irreverente para ser escrita por una monja hace casi 400 años. Por eso le hicieron la vida imposible en su momento», concluye.
Para poder transitar ese universo patriarcal al que la pluma de su autora apuntó con sabiduría, los actores se valieron nuevamente del conocimiento de Doria. Para Pesqueira, «trabajar con Santiago es, realmente, hacerlo con un maestro». Y agrega que «nos quedan muy pocos artistas de esa clase, personas que saben lo que hacen de verdad. Santiago sabe de teatro, sabe del Siglo de Oro, sabe lo que quiere, lo que va a funcionar, lo que conviene». Almus (quien los viernes, en el mismo Centro Cultural, ingresa en una poética diametralmente opuesta, la de la obra Estado del tiempo), agrega: «Es un obsesivo del detalle. Los actores todavía no empezaron a ensayar y él ya tiene la obra armada en su cabeza, de principio al fin. Le gusta la sutileza y lo clásico y rechaza la sobreactuación o la exageración. Ama a los actores y sabe exactamente qué pedirles. ¿Qué más se le puede pedir a un director?».

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