21 de mayo de 2025
Independiente, San Lorenzo, Huracán y Platense son los semifinalistas de un torneo con final impredecible. Con estilos de juego distintos, los cuatro reúnen sólidos argumentos para gritar campeón.

Bombonera. Festejo rojo en el resonante triunfo sobre Boca, el lunes pasado.
Foto: NA
1. Lo podrán diseñar, estudiar, decodificar, entregar a las ciencias o subordinarlo al poder económico. Sin embargo, el fútbol le saca la lengua a las predicciones. Las semifinales de la Copa de la Liga son un documento. Apenas una lista: Platense dejó atrás al River candidato y con el Monumental repleto; San Lorenzo e Independiente se instalaron en instancias culminantes en una edad de su vida muy lejana de sus múltiples épocas de solvencia como clubes; Huracán asumió el torneo con la noticia de que su destacado mediocampo se había vaciado y lo reemplazó con un mediocampo entero quizás superior. Los cuatro clasificados atravesaron los cuartos de final en condición de visitantes, Boca y River extraviaron sus aspiraciones con apenas veinticuatro horas de diferencia, los dos líderes de las zonas clasificatorias (Argentinos y Central) no surcaron los cuartos de final, los dos triunfadores en definiciones desde el punto de penal (San Lorenzo y Platense) subsistieron a los golpes emocionales que implicaron que les empataran en el último minuto. Nadie sabe qué ocurrirá de aquí en adelante, pero no hay nadie que no sepa lo que conviene saber siempre: el fútbol es mil cuestiones y, sobre todo, una colección de asombros.
2. Kevin Lomónaco, de espléndido rendimiento en el Independiente que ya palpita su cita del sábado con Huracán, certifica una hipótesis sobre el fútbol de la Argentina: lo pueblan pibitos menores de veinte y maduros de más de treinta porque los mejores de la generación intermedia sudan en otras geografías. Quizás nadie jugó en el nivel de Lomónaco en estos meses: seguro en los duelos individuales, elegante en cada movimiento, veloz pero sin apuros en los viajes hacia los rincones donde el rival amenaza, firme arriba, apuntalador de muchas ofensivas de los suyos. Solo un itinerario singular como profesional explica que volviera a los pastos nacionales, tras una estancia en Brasil, a una edad en la que otros corren en Europa. A los 23 años, su presencia es casi una anomalía. Y se nota: se trata de un futbolista consolidado que insinúa estar listo para los desafíos más bravos.
3. Es que el fútbol se esmera en ratificar que no se agota. Para eso, conviene mirar al corazón de Huracán. El volante central es Leonel Pérez: era el interno izquierdo suplente de la Reserva, pero uno de los integrantes del cuerpo técnico de Frank Kudelka lo dirigió en infantiles y descifró que en ese pibe había luces. Acaso el jugador más Busquets de los suelos argentinos. Siempre está parado donde la pelota cae. Cada día tiene más confianza y con confianza busca pases más difíciles. Juega asociado a Leonardo Gil, el viejo 8 de sus comienzos, ahora más por izquierda, quien engrosa el volumen de pases del equipo y le da a la pelota parada con geometría extraordinaria. El tercero en esa mediacancha es Matko Milijevic. Un enganche. No tanto de organizar el juego, sino de tener aceleración rápida y atacar. Vale dedicarle las pupilas: maneja con facilidad las dos piernas. Señal de las modernas organizaciones: gran trabajo de la secretaría técnica del club, liderada por Daniel Vega: reemplazó fenómeno a Rodrigo Echeverría, Williams Alarcón y Federico Fattori, el buen terceto del torneo anterior.
4. ¿Algún equipo presiona mejor que Huracán en el torneo? Casi siempre con la misma forma: los amantes de los dibujos tácticos dirán que se para 4-3-1-2, pero, en general, presiona 4-2-3-1. Y que el último 3-1 lo hace en forma de rombo. No persigue. Sus futbolistas se plantan todos intermedios. César Luis Menotti, que refulge en el pecho de sus camisetas, resaltaría la vigencia de las pequeñas sociedades, su clásico concepto. Se nota por las bandas. La de Tomás Guidara y Walter Mazzanti, por la derecha, es fundamental. Del otro lado, César Ibáñez sobresale en tándem con el wing que sea (Agustín Urzi o Gabriel Alanís). Para quienes auscultan la riqueza táctica del fútbol, constituye una fuente más que interesante de análisis.
5. La dinámica de lo impensado que percibió Dante Panzeri persiste como médula del fútbol. No obstante, la cumbre de Huracán e Independiente representará caviar para la disección de cómo pasa lo que pasa. Julio Vaccari modeló, muy a su impronta, un equipo de sistema. Y geométrico. Desde luego que en el campo nada es estático y abundan los azares, pero los triángulos concebidos por el técnico rojo emergen ante quien mire. Independiente sale con un rombo. Los dos centrales abiertos y baja un volante de contención, que generalmente es Iván Marcone. Puede cerrar a un central y abrir a Marcone. Y procura posicionar al chileno Felipe Loyola, una de las más sonrientes apariciones del campeonato, como punta del rombo. Hacia los costados, mucho: toco, apoyo y voy. No importa quién caiga en cada vértice del triángulo. A veces, está Santiago Montiel por dentro, va el lateral Federico Vera por afuera y Loyola se posiciona intermedio. Otras veces, el colombiano Álvaro Angulo –marcador de punta izquierda de goles clave y virtuosismo técnico al atacar– retrocede y otro compañero se sitúa más arriba. Luciano Cabral, Loyola y Lautaro Millán son los que más se adaptan para ocupar las distintas zonas. Con Gabriel Ávalos –ausente en los últimos compromisos por lesión–, toda esa construcción termina más fácil en la red rival. Defensivamente, el trabajo de Vaccari y de su gente es muy nítido: persecuciones y marcas individuales. Con todos convencidos de que esa es la ruta.

Vienen marchando. El Ciclón logró derrotar por penales a Argentinos Juniors en La Paternal y se ubicó entre los cuatro mejores del torneo.
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La pelota y sus misterios
6. Independiente es una verificación de ciertos misterios del fútbol. El orden institucional suele fertilizar a los proyectos deportivos. Pero, cada tanto, esa lógica se rompe. La esperanza floreció a pesar de los problemas apilados en la tesorería de la entidad y del descascaramiento de la conducción que se impuso en los últimos comicios. Su caso, de todos modos, parece poco al lado del de San Lorenzo, semifinalista desde las cenizas, con un presidente descabezado y una colección de inhibiciones judiciales. Y allí se erige, creer o reventar, entre la ilusión y la resistencia. ¿Puede ocurrir algo así en algo que no se llame fútbol? Un convencimiento colectivo, una épica sembrada a partir de pisar territorios espinosos, una mística: eso también argumenta lo que consigue un equipo.
7. Erudito de la visión y del diagnóstico futbolero, Miguel Ángel Russo edificó su San Lorenzo con un esquema tradicional: 4-4-2, todo en zona, con sus volantes por derecha y por izquierda más atentos a lo que sucede cancha adentro que a ir detrás de los laterales adversarios. Lo efectúa con una prolijidad made in Russo que, en otros ciclos, incluyó un caudal estético que acá no le reclaman. Y puntos elevadísimos: una fortaleza edificada entre el arquero (Orlando Gill) y los dos centrales (Jhohan Romaña y el muy bien retornado Gastón Hernández), el regresado poder goleador de Andrés Vombergar y la magia sin laboratorios de Iker Muniain: su pase poético para irradiar el panorama del gol ante Argentinos en los cuartos de final recordó que, aun en los enfrentamientos más ríspidos que claros, anida la perspectiva de un instante que combina a la belleza con la eficiencia.
8. Platense reina en el juego aéreo. Si centreadores notables como Gastón Martirena, de Racing, o Marcos Acuña, de River, les saturan el área de lanzamientos, no importa. La defensa es angosta y corta: total, en el área mandan Ignacio Vázquez (de excelente torneo), Oscar Salomón y Leonel Picco –que es mediocampista, pero resuelve bárbaro como central–. Dice alguien de un cuerpo técnico que padeció al conjunto que enhebraron Favio Orsi y Sergio Gómez: «Un equipo de duelos. Cada saque de arco y cada acción es una pelota parada. Sacan largo a dos delanteros con una enorme capacidad de duelo: (Ronaldo) Martínez y (Augusto) Lotti. Y la pelota puede caer obviamente en cuatro direcciones que tienen entrenadas. A la derecha, va profundo (Guido) Mainero. A la izquierda, construye (Vicente y talentoso) Taborda. Atrás, Picco vuelve a ganar el duelo. Adelante, siempre el otro delantero busca la espalda». Platense, encima, porta –no literalmente, por supuesto– eso que en la tradición del cine describen títulos como «Cuando un pobre se divierte» o «La clase obrera va al paraíso». ¿Hay, aun en esta era de asimetrías financieras horribles, algo con tantas reservas democráticas como el fútbol, un espacio en el que el que posee menos cachetee al que tiene más?
9. En la historia de los estadios, solo con microscopio se detectan equipos con pretensiones sin arqueros determinantes. A las semifinales de la Copa de la Liga llegan arcos de custodia firme. Si a Gill quizás lo aguarde un provenir ancho de selección en Paraguay, Hernán Galíndez ya se probó en la valla de Ecuador y acumula actuaciones decisivas en Huracán. Con temporadas completas en el Ascenso y un devenir distante a las resonancias mediáticas, Juan Pablo Cozzani le garantizó alegrías a Platense en más de un rato complicado, reiteradamente rápido para proteger las espaldas de sus defensores. Y Rodrigo Rey reúne una suma ya incontable de atajadas, una suma de esas que cimientan el afecto de la hinchada de Independiente. Apunte que excede a las semifinales: empieza a irse un campeonato de buenos arqueros.
10. Semifinales. Dos partidos a dos pasos de besar un título. Invariablemente, el fútbol. Y la pasión de ir en busca del próximo asombro.