Mundo | JAIR BOLSONARO

Capitán de la ultraderecha

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Ricardo Gotta

Figura controvertida de Brasil y la región, un repaso por la carrera de un hombre xenófobo, misógino y nostálgico de la dictadura que quiere ser reelecto.

Brasilia. El mandatario gesticula durante una reunión de legisladores electos. Ya comenzó la campaña rumbo al balotaje del 30 de octubre.

Foto: AFP/Dachary

Un racimo breve de actitudes lo pinta de cuerpo entero a Jair Bolsonaro, el hombre que el 30 de octubre buscará la reelección. Era diputado en 2009 y en Brasil se investigaban las fosas comunes donde yacen torturados y asesinados por la dictadura, en la que él creció. Colocó un cartel en su despacho: «Los perros son los que buscan los huesos». Al año siguiente volvió a escandalizar: «Si un chico tiene un desvío de conducta, o se hace homosexual, hay que regresarlo al buen camino, aunque sea a trompadas». En 2017 arremetió con su racismo: «Los negros no sirven ni como reproductores». Tiempo después festejó la ocurrencia ominosa de replicar a la diputada (PT) María do Rosario que lo acusó de violador: «No merece ser violada; es muy fea». Obligado por una «determinación judicial», pidió «disculpas públicas». Apenas 36 días antes de las últimas elecciones, dijo: «Es una mierda ser presidente de Brasil. Pero tengo algo dentro mío, debo hacerlo». Tras su derrota 48,4%-43,2% ante Lula, exclamó: «Ganó gracias a los analfabetos nordestinos». El vencedor respondió que su rival es un «negacionista» y un «monstruo». En otras ocasiones, se lo tildó de obstinado, testarudo, inteligente, intuitivo, perspicaz, ambicioso sin límites, belicoso desmesurado, homofóbico, racista, mentiroso. Extraordinario oportunista. Alguien sin escrúpulos, abiertamente misógino, partidario de la pena de muerte, de la castración de los pobres y de que la población se arme sin restricciones. ¿Un emergente de la actualidad ultraderechista? ¿Consecuencia inexorable del neoliberalismo siglo XXI? ¿Engendro de sectores reaccionarios? ¿El más perspicaz títere del poder real del coloso sudamericano, uno de los gigantes del planeta? ¿Un dictadorzuelo nacionalista y conservador para quien, obvio, es comunismo toda visión progresista o reformista? ¿El tipo que se tuteó con Trump y que al mismo tiempo tiene línea directa con Putin? ¿Líder, loco, monstruo? Hace unos años, en un reportaje, por venal conveniencia, mintió sobre Gilmar Alves, su amigo, casi un hermano al que le arruinó la vida. Alves lo redefine: «Un desequilibrado que no piensa antes de hablar. Así llegó a la presidencia. Más que un embustero, un mitómano».

Una larga carrera
Olinda Bonturi, tras un embarazo complicado, parió a un saludable varón, al que quiso llamar Messias. Su esposo, Percy Geraldo Bolsonaro ejercía de dentista sin título médico, lo que lo llevó de acá para allá: idolatraba a Jair, un hábil futbolista que en 1955 jugaba en Palmeiras, nacido un 21 de marzo. Quién aún es presidente de Brasil, fue inscripto ese día en el registro civil de Campinas, aunque naciera meses antes en el municipio paulista de Glicerio y la familia ya viviera en Eldorado.
Años de sangre y horror en la dictadura brasileña. En Eldorado atraparon a Carlos Lamarca, luchador antirégimen. Tiroteo, muerte, caos. El chiquilín flaco y alto quedó muy impactado por la labor del ejército. Decidió que se enrolaría en cuanto pudiera, aunque requiriera mayor instrucción y dinero. Iba al río a pescar, con empecinamiento, para hacerse de un ahorro. «Es la persona más obstinada. Estudiaba todo el día. Quería ir al Ejército, decía que los presidentes eran militares y él sería presidente», contó Alves medio siglo después. Jair ingresó en la escuela de cadetes de Resende (Río de Janeiro) y luego en la Academia Militar das Agulhas Negras.
Más tarde se hizo paracaidista. Sus colegas aún recuerdan su «excesiva ambición». ¿Sabrían de su emprendimiento ilegal junto a otros militares para buscar oro? ¿O que, en 1986, lo arrestarían por reclamar ante los bajos sueldos militares, en un artículo de la revista Veja, por el que recibió cientos de telegramas de solidaridad de oficiales de todo el país? ¿Creerían que el excapitán fue el ideólogo, en 1987, de la Operación Beco Sem Saída (callejón sin salida) cuando detonaron granadas en cuarteles para reclamar por aumentos salariales? Él, como luego negó en vano tantas cosas, negó su participación en el episodio y menos que fuera la causa que desbordó la paciencia de las altas esferas castrenses (lo consideraban un «oportunista»), que lo hizo saltar de la milicia, que lo llevó a iniciar su carrera política.
Carrera que lo emparentó con sus bravatas públicas, al afiliarse al Partido Demócrata Cristiano para ser concejal de Río. De allí saltaría a una vida en el Congreso: seis períodos desde 1990, pasando por distintos partidos, el PPR, PPB, TB, PFL, PP, PSC, PEN… En 2018 fue sorpresivo candidato a presidente por el Partido Social Liberal.
El político que se pretende ajeno a la política, que dice no gozar de padrinos ni aceptar protegidos. El defensor de la moralidad ultraconservadora y la familia tradicional, que se casó en tres ocasiones y llegó a decir: «Tengo cinco hijos, cuatro hombres; en el quinto me dio una debilidad y vino una mujer». Militante cristiano que creció hasta el Palacio de Planalto con el soporte esencial de los pesados pastores evangelistas y de otras vertientes religiosas, en un pueblo particularmente místico como el brasileño. Quien siempre se dijo cristiano y fue bautizado en las aguas del río Jordán. Quien desde el Parlamento fue apoyado por las tres B: «Biblia, bala y buey» (grupos religiosos; armamentistas y los de agronegocios de terratenientes y ganaderos).
Quien apuntó a destruir la educación pública y rescatar el homeschooling. Y que en esta campaña volvió a promover el castigo físico, bandera que levantó su exministro de Derechos Humanos, nada menos, con el discurso de que «el castigo debe tener un fin, debe hacerse con calma, paciencia…». El mandatario que llegó a defender la utilización de la tortura en ciertos casos judiciales, que se mostró enérgico contra la aplicación de toda ley que otorgase derechos a alguna minoría y es partidario de la implantación de un sistema de control de natalidad para la población pobre. Quien descreyó de la pandemia, por lo que murieron decenas de miles.

En todas las pantallas
El rey de las redes sociales en un país adicto a ellas, con millones de seguidores en Facebook y WhatsApp, con un estilo bravucón que penetra en un mercado propicio como el brasileño, consumidor de información y otros contenidos, políticos y de toda índole. El presidente sin pudor que en los últimos meses redireccionó la contención social, sin dejar de blandir la «amenaza comunista» que viene por la «propiedad privada». Quien, por caso, privatizó Eletrobrás y quiere hacerlo con la no menos clave Petrobrás. Un neofascista hecho y muy derecho, un lobo aullador, histriónico, que llegó a afirmar que solo una guerra civil, y no el voto, cambiaría algo en el país.Ese sujeto, el 6 de septiembre de 2018, fue apuñalado en los intestinos por un enajenado durante un acto de campaña en Juiz de Fora, Minas Gerais, antes de la primera vuelta presidencial. Sonreía cuando lo llevaban malherido al hospital; salió 22 días después, a una semana de las elecciones en las que superó al candidato del PT (Fernando Haddad) por 46%-29%. Logró el 55% en el balotaje: casi 58 millones de brasileños. Asumió el 1° de enero de 2019. Antes y después se valió del lawfare y la complicidad judicial, encarnada en el juez Sergio Moro, junto a poderosos grupos económicos, los menos industrialistas, los más financieros. Hasta que un sector de esas fuerzas fácticas empezó a soltarle la mano. Ese sujeto, el actual presidente, con tres hijos que caminan su misma senda políticas, el 2 de octubre pasado fue votado por más del 43% tras su primer mandato: 51 millones de brasileños. El próximo domingo 30 buscará su resurrección. Ese sujeto, que aunque no lo logre, seguirá siendo uno de los más influyentes del Brasil. Con absolutamente todo lo que ello implica.

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