22 de mayo de 2025
Los efectos de las inundaciones dejan al descubierto problemas sanitarios que requieren de la intervención coordinada de todos los niveles de gobierno. Infecciones, contaminación de napas y otros riesgos epidemiológicos.

Campana, 17 de mayo. El desborde del río Areco afectó a varias localidades bonaerenses.
Foto: Getty Images
El reciente temporal y las consecuentes inundaciones que azotan hoy en el centro y norte de la provincia de Buenos Aires, así como sucedió en Bahía Blanca en el mes de marzo, ponen de manifiesto la vulnerabilidad del sistema de salud y la necesidad de una acción conjunta entre los distintos niveles de gobierno. Además de los daños estructurales, la catástrofe deja en la superficie un grave problema sanitario con riesgos de enfermedades transmitidas por el agua, infecciones respiratorias y la interrupción de tratamientos médicos esenciales.
La Asociación Argentina de Salud Pública (AASAP) advierte que «una ciudad devastada no solo enfrenta un fenómeno climático extremo, sino también una crisis que exige aún más a un sistema de salud ya debilitado y que requiere del esfuerzo conjunto de todos los niveles de gobierno».
En diálogo con Acción, Gabriel Sosa, especialista en Protección Civil y Emergencias y referente del Consejo de Emergencias y Desastres de la AASAP, apunta, en relación con Bahía Blanca, que «un evento de esa magnitud y naturaleza genera mucho sufrimiento; hay gente que perdió familiares, amigos, todos sus bienes y recuerdos». Y describe el escenario que vio con sus propios ojos: «La desolación era tremenda, y la ciudad se encontraba destruida tanto estructural como emocionalmente y en términos sanitarios. En esos momentos, el Estado debe aparecer como el gran salvador, apoyando y guiando a una población devastada».
Respuesta insuficiente
Sosa se refiere al rol del Estado nacional y señala que «desde el terremoto de Caucete hasta la inundación de La Plata, la presencia estatal siempre ha sido clave para brindar recursos y soluciones». Sin embargo, cuando Bahía quedó bajo el agua, la respuesta nacional fue insuficiente. «No se trata solo de la presencia de funcionarios, sino de la llegada efectiva de recursos e inversiones que ni la ciudad ni la provincia pueden aportar por sí solas», señala.
Poco hay hasta el momento de respuesta nacional para Arrecifes, Campana y Zárate, donde las lluvias en 24 horas superaron los 300 milímetros. Hasta allí se movilizaron las fuerzas de seguridad de Patricia Bullrich, mientras que Seguridad y Defensa Civil de la provincia de Buenos Aires desplegaron dispositivos de salud de emergencia en articulación con los municipios.
«El área de salud juega un rol crucial en la gestión de emergencias y sus consecuencias a mediano y largo plazo», señala Sosa, y hace hincapié en que no basta con atender a los heridos en el momento de la crisis, sino que es fundamental garantizar condiciones sanitarias adecuadas para prevenir brotes de enfermedades. «La provisión de agua potable, el saneamiento, la alimentación y la salud mental son aspectos esenciales que deben ser abordados con urgencia», insiste, al tiempo que advierte que, de lo contrario, con la llegada del invierno «aumentará el riesgo de infecciones respiratorias, gastroenteritis y otras enfermedades que pueden ser evitadas con una acción temprana».

400 milímetros. Las lluvias dejaron un saldo de 2.500 evacuados y daños estructurales.
Foto: NA
Trabajo en territorio
El debilitamiento de los organismos de emergencia nacionales también dejó un vacío crítico en la gestión de la crisis, como la Dirección de Emergencias del Ministerio de Desarrollo Social, que contaba con trabajadores con experiencia y conocimiento en la materia, que fue desmantelada. En el caso de Bahía, Sosa recuerda que «se redujeron las direcciones de acciones territoriales, que disponían de promotores de salud y médicos comunitarios con capacidad de apoyo en el territorio». En esa línea, lamentó que «el organismo que podía coordinar una respuesta efectiva en esta contingencia ya no existe».
En cuanto a la posibilidad de una intervención estatal más efectiva, el especialista en desastres opinó que el Estado aún tiene herramientas para actuar, pero su capacidad de movilización es limitada. «La clave no está en imponer órdenes, sino en coordinar esfuerzos con quienes ya están en el territorio, fortaleciendo las capacidades locales y asegurando una respuesta efectiva más allá de las diferencias políticas».
Vías de transmisión
Consultado por Acción sobre las consecuencias de las inundaciones en materia de salud, el médico infectólogo Ricardo Teijeiro, miembro de la Sociedad Argentina de Infectología, explica que «los efectos de la tragedia no desaparecen cuando el agua baja», y advierte que una de las principales amenazas sanitarias tras una inundación es la contaminación de las napas de agua con excretas, lo que aumenta el riesgo de infecciones. «Las infecciones pueden clasificarse en aquellas por contacto, que afectan la piel, los ojos o los oídos; las gastrointestinales, por consumo de agua o alimentos contaminados; y las respiratorias, debido al polvo que se levanta cuando el agua baja y se realizan tareas de limpieza», detalla Teijeiro.
En cuanto a enfermedades específicas, destaca que «la hepatitis A es una de las principales amenazas, ya que el virus se transmite a través de materia fecal» y recuerda que aunque desde 2005 la vacuna es parte del calendario obligatorio, «es fundamental revisar la inmunización de la población» al tiempo que recomienda «verificar la vacuna antitetánica, ya que el tétanos puede transmitirse por heridas contaminadas».
Otro riesgo importante es la leptospirosis, enfermedad transmitida por roedores que escapan de la inundación. «Los roedores eliminan bacterias a través de la orina, y cuando el agua baja, estas pueden dispersarse con el polvo y entrar en contacto con las personas», explica el especialista y señala que «también debemos estar atentos a infecciones respiratorias graves, como la neumonía, que pueden agravarse en condiciones de hacinamiento y frío».
Para reducir estos riesgos, el médico infectólogo recomienda medidas como «el uso de guantes, botas, mascarilla y protección ocular durante la limpieza, el consumo exclusivo de agua potable y la desinfección de alimentos con lavandina», y subraya que «lo ideal es que la población tenga su calendario de vacunación al día antes de enfrentar una catástrofe, ya que las consecuencias pueden ser graves».
Las inundaciones dejan un escenario que requiere respuestas inmediatas para evitar una crisis sanitaria mayor donde la cooperación entre los distintos niveles del Estado y la implementación de estrategias de salud pública son determinantes para la recuperación de los territorios y la protección de sus habitantes.