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La guerra contra las mujeres

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Ricardo Ragendorfer

El femicida uruguayo Pablo Laurta formaba parte de una red de ultraderecha antifeminista que encuentra eco en los discursos del poder. Nuevos ideólogos del odio y vínculos con el Gobierno nacional.

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Durante la tarde del 23 de enero de 2025, a Javier Milei le tocó hablar en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza. Había que verlo detrás del estrado, tieso como un muñequito de torta y con gafas montadas casi en la punta de la nariz, al esgrimir una advertencia en el arranque.

–Occidente se ha desviado y hay que reencauzarlo.   

El tipo leía su discurso con voz monocorde, tropezando de tanto en tanto con algún furcio. Eso no le impedía exponer sus aversiones más atávicas, entre las que resaltaban el aborto, la homosexualidad y el feminismo. 

Sobre esta última sostuvo que «su único propósito es obtener privilegios, poniendo una mitad de la población en contra de la otra, cuando deberían estar del mismo lado». Por añadidura, también fustigó la figura penal del femicidio, ya que considera incorrecto que merezca «una pena más grave que si uno mata a un hombre solamente por el sexo de la víctima, como si valiera más la vida de la mujer». En fin, una especulación de mercado. 

Luego se supo que aquel discurso había sido escrito por los dos máximos referentes del intelecto libertario: Agustín Laje y Nicolás Márquez.

Lo cierto es que en ese texto latía el embrión de una funesta coincidencia: el lazo de ellos con el uruguayo Pabla Laurta, quien acaba de convertirse, precisamente, en un femicida. Claro que, entre Davos y el presente, habían pasado más de ocho meses y medio.  

El tipo habría matado, en la localidad cordobesa de Villa Serrana, a Luna Giardina y Mariel Zamudio –mamá y abuela de su hijo, quien justo cumplía 6 años–, a lo que sumó el asesinato del remisero Martín Palacio, a quien, además, supo desmembrar.   

Los detalles fácticos de esta trama ya no son un misterio, pero bien vale poner en foco a la organización Varones Unidos (VU), fundada y dirigida hasta su arresto por Laurta, que integra, junto con otros grupos que actúan en varios países, lo que podría considerarse una internacional misógina de ultraderecha.

Pero vayamos por partes. 


La banda oriental
Es de imaginar el estupor del pobre Laje al ver por TV la súbita detención de aquel tipo en el hall del hotel Berlín, de Gualeguaychú.

Quizás, la sorpresa de Márquez no fuera menor.  

Es también posible que, en aquel instante, hayan evocado la maravillosa jornada que, en abril de 2018, pasaron juntos en Montevideo, invitados por VU para presentar El Libro negro de la nueva izquierda, escrito por ambos. 

En esa oportunidad, Laurta oficiaba de anfitrión, de lo que hay profusos registros visuales: fotografías del femicida con ellos en un automóvil y también en un restaurante, además de videos en el auditorio del Palacio de la Legislatura colmado de público, donde los tres, antes de hablar sobre esa obra, se deshacen en elogios mutuos. 

La comunión entre ellos prosiguió tras el evento.  

Tal vez, Laurta haya mostrado su solidaridad hacia Márquez, atribulado en aquella época a raíz de su procesamiento por abuso sexual en perjuicio de su hijita de tres años (de eso luego saldría indemne gracias a una fiscal amiga). 

Laje, pese a ya tener 31 primaveras, vivía con la mamá, evitando vínculos amorosos tanto con mujeres u hombres; una abstinencia en la cual –según se comenta– aún hoy persiste.   

Laurta, en cambio, iniciaba su relación con Luna. 

También fue de la partida un ladero suyo, el escritor Miguel Ángel Graña. Se trataba de un sexagenario que publicó un libro de cuentos, La plandemia del vampiro, con temáticas afines a su virilidad política. 

Debía resultar conmovedora una sobremesa entre aquellos seres de luz. 

Cuando los argentinos volvieron al país, esa camaradería no concluyó. Por el contrario, la comunicación entre ellos se estiraría por vías digitales y, de vez en cuando, a través de la presencialidad.

De hecho, Graña fue invitado a «La Derecha Fest», realizado durante este invierno en Córdoba, donde se lo vio con Laje y Márquez.  

Ahora, con Laurta tras las rejas, asumió la conducción de VU. 

Pero sus dos amigotes argentinos aún no lo congratularon por ello. 

Por el contrario, Laje solamente se apuró en postear por X (antes Twitter) el siguiente comunicado:  

«Ante el horroroso crimen que habría cometido un ciudadano uruguayo de nombre Pablo Laurta y consultas que recibí al respecto, deseo aclarar que no tengo ningún tipo de relación con esta persona».

Amigos son los amigos.


El mártir en su laberinto
Durante la tarde del 20 de octubre, Laurta fue trasladado desde Gualeguaychú hasta Córdoba, en medio de un férreo operativo de seguridad: al tipo le habían puesto casco y un chaleco blindado. Así fue ingresado a los Tribunales, mientras un tumulto de periodistas lo ametrallaba con preguntas. 

Su voz, entonces, sonó potente y hasta desafiante: 

–Estoy en paz, porque ahora sé que mi hijo está a salvo.  

Días atrás, los policías entrerrianos que lo custodiaban en la comisaría de Concordia habían filtrado a la prensa lo que él, en la soledad su celda, repetía con tono trémulo, una y otra vez: 

–Salvé a mi hijo de una red de trata. 

¿Estrategia defensista o él está realmente convencido de eso? 

Dicen que, incluso, aguarda que la «presión internacional» juegue a su favor. ¿A qué diablos se referiría? 

Quizás a la llamada «manósfera»; es decir, ese entramado de sitios web, blogs y foros en línea que se caracterizan por promover a niveles ecuménicos la narrativa de victimización masculina ante la «tiranía del clítoris».  

Semejante estructura, de la que VU forma parte de manera orgánica, está compuesta por varias tribus; desde «incels», término que agrupa a quienes se definen como «célibes involuntarios», hasta el Mgtow (por sus siglas en inglés), que significa «Hombres Que Buscan Su Propio Camino», pasando por el más clásico de esos espacios, el MRA; o sea, Movimiento por los Derechos Humanos de los Hombres, entre muchas otros colectivos. 

Es probable que Laurta mastique en cautiverio la esperanza de que la acción conjunta de aquellos militantes lo lleve a la libertad. O que, al menos, lo convierta en un héroe. Por lo pronto, para ellos es un preso político, tal como afirma la «orga» ahora comandada por Graña en sus redes sociales.

Su cautiverio, por cierto, conduce a otra de las victimizaciones más usuales en la misoginia de combate: la «discriminación judicial», especialmente en casos de divorcio, tenencia de los hijos, división de bienes, acusaciones por violencia de género y por abusos sexuales, tanto a mujeres como a niños.

En este marco, la resistencia antifeminista apela a una estrategia que, a veces, da resultado; difundir la proliferación de «falsas denuncias» contra ellos.  

En otras palabras, «las mujeres mienten» al denunciarlos. Y con dicho fin hasta «manipulan a sus hijos» –sostienen casi al unísono– para que así admitan falsamente esos delitos «inexistentes» sobre sus cuerpos. Y también –siempre en tren de poner en duda la palabra de las víctimas– sostienen que hasta suelen lastimarse a sí mismas antes de acudir a una comisaría.

Argentina no es al respecto una excepción.

Un caso testigo: la acusación en tal sentido hecha por Claudio Contardi, quien fue el marido de la actriz Julieta Prandi, antes de leerse su condena a 19 años de prisión por los abusos sexuales y el daño psicológico causado durante su matrimonio con ella.

Aún así, la intención por instalar la creencia de que las «falsas denuncias» contra varones impolutos son una amenaza creciente, se verifica una verdadera campaña con ese propósito, uno de cuyos ejes es lograr condenas carcelarias para mujeres que, supuestamente, incurran en dichos embustes.

Con tal propósito, anda dando vueltas un proyecto de ley presentado por la senadora Carolina Losada (UCR), que cuenta con el beneplácito irrestricto del ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona.

¿Qué le hace una mancha más al tigre?

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