Cuento | Por Susana Szwarc

Estupor

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Susana Szwarc (Quitilipi, Chaco, 1952) publicó Trenzas (novela corta, 1991), Bárbara dice (poesía, 2004), El ojo de Celan (poesía, 2014), La resolana (cuentos reunidos, 2018) y Distancia cero (microficciones, 2020), entre otros libros. Vive en la Ciudad de Buenos Aires.

Mirá, otra vez esas mariposas o polillas nocturnas. Yo creo que son una nueva especie de murciélagos. Vienen pequeñitos, marrones, ciegos. Revolotean, ahora se enredaron en mis cabellos.
Me asusta buscar en las bolsas amontonadas en las veredas y con esos bichos dando vueltas. Esto sí. Esto no, esto tampoco. Apareció la parte de un libro. Se llama Lluvia de verano y se llega a ver un nombre, Margarita. Hay otro donde apenas se lee Bonnefoy o algo así y abajo, también, Lluvia de verano. ¿Ahora casi todos los libros se llaman así?
En uno dice: «El padre se encontraba los libros en los trenes de la cercanía. También se los encontraba al lado de los cubos de la basura, como si fueran un regalo, tras los fallecimientos o las mudanzas. Una vez se habían encontrado la vida de Georges Pompidou. El padre y la madre habían preferido el relato de esa vida a cualquier novela. Lo que les interesaba cuando leían alguna biografía era en qué se empleaba el tiempo de una vida y no los accidentes singulares que la convertían en existencia privilegiada o desastrosa. Además, a decir verdad, incluso aquellos destinos se parecían a veces entre sí. Antes de aquel libro, el padre y la madre no sabían hasta qué punto su existencia se parecía a otras existencias. Distinto fue cuando encontraron el libro de tapas quemadas…».
Y en el otro, también una lluvia de verano:

«Iba, hacia donde ya no queda
nada de lo que sabemos, pero
prendada de su canto, danzante, iluminada,
lo acompañaba la polilla.»

–Mirá, encontré dos alfajores Jorgito, esos de los que vienen en paquete, no sé cuántos vienen, son más chicos que los otros. Capaz que están vencidos.
–¿Qué van a estar vencidos?, estas cosas no vencen, tienen eternidad, se pueden comer siempre.
–No, ahora no, mejor los guardamos para más tarde. Mejor seguime leyendo.
–Pero de cuál.
Vuelvo a la casa. Lo raro es que están adentro los mismos bichos-murciélagos-infantiles-mutantes. Cuando mato a uno el otro me salta, me asalta, revolotea, no hay forma de matarlos a todos; entonces que anden así, que den vuelta.
Voy hasta la cama, quiero ver si esos bichos están también ahí. Hay algo, pero no son ellos.
Un pedacito de manzana, semillas. Fue Lorena, seguro. También se llevó mis aros nuevos. A ella mi ropa le queda mejor, y los aros. El otro día se puso una pollera que estaba quemada, como el libro de tapas quemadas. Dos agujeros, le avisaron en la calle. Ahora dejo papelitos en la ropa rota, descosida, no quiero que se confunda. Me gusta la pieza al modo de Lorena: una casa alorenada. No sabe por suerte de los murciélagos. De noche nunca está. A veces llama con su celular ultranuevo.
Me sacó fotos con su celular, también se sacó fotos. Cuando llama dice: no voy a dormir. Otras veces ni llama, pueden pasar días y noches. Si está, pone la traba y tengo que esperar a que se despierte o se bañe o me escuche o salga de nuevo. Una vez llegó temprano, hizo un desayuno riquísimo, consiguió café y leche y pan y mermelada. Se acercó a mi cama con todas esas cosas. Caminaba desnuda y era tan hermosa como cuando estaba vestida. Un murciélago estaba todavía ahí. No se había ido con la claridad. Lo atrapé, lo escondí para que ella no lo viera. Igual está asustada, dice que vio los noticieros y el mundo es de terror. Estoy aterrada de que descubra a ese bicho. Dice que me ve hace días los ojos tristes. No es cierto, no es cierto. Atrapé al bicho, lo tengo en mi mano, escucho su ruido al quebrarse, su estupor. Qué alivio.
Lorena vuelve a decir que no la tomo en serio, que no la escucho, que vio en las noticias un cementerio y había pintadas de esvásticas. Me río, no tenés que tener miedo, no sos judía. Me mira enojada. Le digo que mire de otro modo, que diga de otro modo, y cambiará el asunto. Algunos cementerios son tan aburridos y los colores de las esvásticas alegran el lugar; no pienses que son eso, puede ser que hayan pintado mariposas.
Suena el teléfono y suena también el celular de Lorena. Todo suena, el timbre, el calefón, el canto de los pájaros, mi madre que silba para imitar a los pájaros, el ladrido del perro de los vecinos, el llanto del nene, el ronquido del padre, la risa de Andrés, Andrés no, Andrea, el chasquido del encendedor, el agua que hierve, una moto, la impresora, el piano de enfrente, el libro que el profesor deja en la mesa, el aceite en la sartén, un disparo, un cuerpo sobre el suelo, el agua no hervida que moja a las plantas, la lapicera que gira, la hoja que vuela, otra polilla aplastada.
Atiendo el teléfono: mi hermana dice que viene de la murga, que tiene espuma por todo el cabello, yo me toco el cabello por temor a algún bicho enredado. En el camino se me cayó el muerto. Con una página de diario lo levanto, lo tiro por la ventana. Si no está tan muerto, que vuele.
Lorena se puso mi vestido, se va, hace un gesto y sigue hablando con el celular. Y yo, tal vez por los ruidos o por la hora, me acuerdo de la vez que sonó el teléfono y avisaron: falleció tal. Me acuerdo que dijeron falleció, ¿por qué no habrán dicho murió?, ¿por qué me quedó el verbo en la memoria y no el sustantivo propio? De la experiencia de un dolor así, de una muerte tan cercana, me contaron que un escritor de antes y famoso, dijo: una experiencia para la escritura. Claro, qué vivo, no era de él ese sustantivo propio, el muerto propio, aunque, no sé, yo todavía lloro cuando me acuerdo de esa película con la Emma Bovary muriéndose. Tengo hambre.
El ventilador gira un rato más y se detiene, silencioso. Aunque otra vez suena el teléfono que por suerte es viejo, de línea, de los de antes y no le afecta el corte de luz, anda igual.
–¿Viste que se cortó la luz?
–Aquí también, creo que es en toda la ciudad.
–Qué incómodo; yo justo estaba conectada.
Lo bueno del corte de luz es que se van estos insectos, o eso creo, o al menos no los veo. Pero todavía los escucho. Me voy a comer el alfajor antes que ellos.

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