26 de junio de 2019
Hasta la elección de Trump era bastante común entre los académicos escuchar que China era un socio de Estados Unidos, que financiaba su consumo y le proveía de mercancías baratas. A partir de la crisis económica de 2008, la cuestión de los desbalances globales entre las dos potencias empezó a hacer mella entre los estadounidenses, que para encontrar culpables de sus problemas suelen mirar hacia afuera muy rápidamente.
La llegada de Trump a la Casa Blanca, en parte, se debe a un discurso orientado a devolverle a Estados Unidos su grandeza en medio de una decadencia industrial con fuertes impactos sociales. El rediseño de los acuerdos comerciales y la puesta en crisis del sistema multilateral de comercio son algunos de los aspectos del cambio de reglas de juego a nivel internacional, donde la política comercial defensiva rampante y culpable posterior a la crisis de 2008 dio lugar a un furioso discurso proteccionista y de llamado al regreso de inversiones hacia el país. Esta reorganización en el circuito de las mercancías y del capital es muy difícil de implementar en tiempos de cadenas de valor global, que implica que un celular se compone de distintas piezas y patentes originarias de varios países.
Las disputas comerciales terminaron en aumento de aranceles para productos chinos que, en represalia, bloquearon las compras de soja a Estados Unidos. La sociedad entre ambos países está en un punto álgido e implica para las empresas una ruptura de sus lazos industriales y tecnológicos, y tal vez volver a diferentes normas internacionales. Las consecuencias mencionadas no son buenas para las grandes empresas multinacionales, pero la geopolítica tiene razones que la economía no siempre puede comprender.