Los comicios marcaron un inédito retroceso del partido de Nelson Mandela, asediado por hechos de corrupción y la persistente desigualdad entre blancos y negros. Realineamiento opositor e incertidumbre política rumbo a las presidenciales de 2019.
24 de agosto de 2016
Contienda. Cartel de Mmusi Maimane, referente de la Alianza Democrática, en Johannesburgo. Detrás, la imagen de un candidato oficialista. (Safodien/AFP/Dachary)
Decía Nelson Mandela que «después de escalar una gran colina, uno se encuentra sólo con que tiene más colinas que escalar». Profético, el hombre que liberó a Sudáfrica del apartheid y que presidió el país de 1994 a 1999, parecía referirse a la suerte del Congreso Nacional Africano (CNA), el partido que lo llevó al poder tras haber estado 27 años preso y que durante cuatro décadas se mantuvo invicto. En las últimas elecciones municipales, el oficialismo se mantuvo en la cima, pero ya vislumbra que el camino hacia la cumbre marca un notable descenso.
El CNA obtuvo el 54% de los sufragios, pero por primera vez no pasó la barrera de los 60 puntos. La oposición, la Alianza Democrática (AD), nunca había superado el 23% y consiguió ahora tres puntos más. Casi logran ganar en Johannesburgo y se llevaron triunfos en otras tres de las seis ciudades más importantes del país: Pretoria, la capital, Ciudad del Cabo y Port Elizabeth. Este municipio es conocido como Bahía Nelson Mandela y su nombre es más que un símbolo. En esa ciudad, cuya tribu dominante es la del clan Mandela, anida la militancia que construyó la lucha contra la discriminación racial y se radica allí el soporte intelectual del CNA. Ocho de cada diez de sus habitantes es de raza negra pero el alcalde electo es un dirigente blanco de la AD.
Estos comicios, evaluados como plebiscitarios, reordenaron un esquema ideológico que se suponía establecido, pero no lo está. Al CNA ya no se lo considera como la representación exclusiva y más fiel de la mayoría negra: han perdido lo que los analistas llaman la «fidelización del voto». La AD, en tanto, ya no es vista como «el partido de los blancos». En la histórica jornada de 1994, se habían llevado solo el 1,7% de las preferencias. Habían estado en contra del apartheid pero sus líderes no eran de color. Por primera vez en toda su existencia el espacio tiene a un hombre negro como máximo referente, Mmusi Maimane. También se metió en la discusión una agrupación de izquierda que se desprendió del oficialismo, los Luchadores por la Libertad Económica (LLE). Obtuvieron el 8% de los sufragios, lo que los vuelve tentadores para ser sumados a eventuales proyectos de coalición.
Malestares
Las elecciones nacionales serán en 2019 y el actual presidente, Jacob Zuma, en el cargo desde 2009, no puede aspirar a otro mandato. Si bien llegó al poder con pergaminos indiscutibles (fue compañero de Mandela en la resistencia, mientras su partido estaba proscripto) la gestión del jefe del Estado fue criticada por hechos de corrupción que lo apuntan. Entre las sospechas, se comprobó judicialmente el uso de fondos públicos para refacciones en su vivienda privada, unos 16 millones de dólares. Su actitud pasiva frente a numerosas huelgas y ante las crecientes protestas en las calles generó malestar en los suyos y en sus rivales. Más difíciles de magnificar son los cuestionamientos que, por caso, recibió de los sectores de derecha: dijeron de Zuma que se aparta de las normas de la Constitución y que no agrada a los mercados.
La economía, estancada desde 2008, tampoco colaboró con la performance del CNA. La tasa de desempleo trepa al 27% y entre la población negra alcanza el 40%. La desigualdad social es una asignatura pendiente que no ha podido ser resuelta: los ingresos de la población blanca son, promedio, hasta cinco veces más altos que los de la población negra. En cuestión de propiedad de tierras, las cuentas son mucho más dispares, ya que los blancos, el 10% de los sudafricanos, son dueños del 80% de las extensiones para cultivo.
Acaso como nunca antes, la composición de la voluntad popular permanece fracturada en una de las naciones más influyentes para la región en todo el territorio africano. Los sectores rurales siguen respondiendo al CNA, allí el oficialismo sostiene su núcleo duro. En zonas urbanas la situación es distinta, con la oposición manteniendo una posición dominante. Entre los 25 millones de electores que concurrieron a las urnas se registró un significativo índice de abstenciones entre las clases populares, que frenaron el paso del partido de la bandera negra, verde y dorada.
Mirar la patria de Mandela es también mirar más allá de sus fronteras. Su situación política viene a sacudir el frente interno de los BRICS, la coalición que integran Brasil, Rusia, India, China y la propia Sudáfrica. El bloque económico representa el 37% del PBI mundial y agrupa al 43% de la población del planeta. Continúa como propuesta alternativa y viable ante la hegemonía de Estados Unidos y la Unión Europea, pero está golpeado por la crisis en Brasil que ocasionó el golpe de Estado contra Dilma Rousseff. Y ahora se estremece con la luz de alerta que sale de la sede del CNA.
En Sudáfrica, durante larguísimos años, muchos se acostumbraron a esperar los movimientos de Madiba allí donde todo parecía un callejón sin salida. El hombre que murió en 2013 parecía haber adivinado el signo de estos tiempos cuando aconsejó que «hoy es hoy, el pasado es pasado y toca mirar al futuro ahora». El futuro dirá entonces, Mandela.