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Gabriel Palma, especialista en Economía Comparada de la Universidad de Cambridge, analiza las causas de la fuga de capitales en Latinoamérica. Contraste con el perfil productivo asiático.

 

De paso por Buenos Aires, donde dictó seminarios en el Centro Cultural de la Cooperación y en el Instituto Argentino de Desarrollo Económico (IADE), el economista chileno Gabriel Palma dijo a Acción: «Para entender por qué salen capitales de la región hay que considerar que el 10% más rico en la Argentina, Chile, Brasil, en América Latina, se lleva más o menos el 45% del ingreso. De eso, sólo invierte un tercio. Es decir, de lo que queda en manos de los más ricos, parte se va a consumo suntuario, pero una parte importante no es inversión privada ni consumo, sino lo que va a la especulación. La inversión privada en nuestros países ronda el 15% del ingreso y eso ha sido una tasa histórica que no ha cambiado con nada».
–¿Por qué América Latina supera a otras partes del mundo en esta materia?
–Hay mayor fuga en América Latina que en Asia porque en los países asiáticos el 10% más rico se lleva no más de 30% del ingreso e invierte entre 22 y 25%. En nuestros países, las elites, cada vez que no pueden especular como les gusta, se dedican a la fuga de capitales. Entonces, el proceso hay que entenderlo no sólo porque nuestras políticas económicas son así o asá. A la elite le gusta ganar lo que gana, invertir muy poco y el resto lo fuga. En Corea, por ejemplo, el 10% más rico se lleva un 23 a 25% del ingreso e invierte una suma similar. Por lo tanto, su participación en el ingreso va a inversión privada. Lo mismo pasa en otros países asiáticos, donde no les queda ese excedente mayor sobre lo que invierten y consumen, como en América Latina.
–Entonces, la distribución del ingreso no es sólo una cuestión de justicia social, sino que además pasa a ser un factor de desarrollo.
–La gran diferencia entre el capitalismo nuestro y el asiático es que, en Asia, entre 75 y 100% de lo que reciben los más ricos va a inversión, frente a 33% en América Latina. Lo más efectivo contra la fuga de capitales es mejorar la distribución del ingreso o hacer algún tipo de política que fuerce a la elite a invertir, de lo que ganan, un porcentaje mucho mayor.
–¿Fracasaron los gobiernos latinoamericanos en aumentar la predisposición inversora de esas elites?
–Primero, hay muy pocos gobiernos que han tratado de hacer eso. Y segundo, todo lo que han tratado de hacer es por incentivos. En Asia existe lo que yo llamo la capacidad del Estado de disciplinar a la elite capitalista, que no tiene mucha alternativa a invertir tres cuartos de lo que gana. Lo que pasa es que existe un sistema impositivo, de regulación del Estado y de controles de capital, que les deja poca alternativa. Los gobiernos latinoamericanos no han sido capaces de disciplinar a la elite capitalista en esa dirección.
–¿Usted cree que los gobiernos regionales aún no recuperaron suficiente capacidad de decisión, frente a lo retrocedido en los decenios anteriores?
–La tendencia no se revirtió para nada en países como Chile y Brasil. El modelo neoliberal continúa allí 100% igual, si bien se ha tenido éxito en disminuir la cantidad de población bajo la pobreza, subir el salario mínimo y formalizar los contratos. Todo eso es muy importante, pero no ha habido ningún esfuerzo para cambiar esta relación básica entre distribución del ingreso e inversión privada.
–Pero el proceso asiático mantuvo durante décadas otro tipo de políticas.
–Sin embargo, esto de que la inversión privada sea un porcentaje altísimo de lo que ganan es algo que se cambió en muy pocos años. Eso no tomó décadas. Fue un fenómeno bastante rápido.
–¿El Estado puede conducir ese proceso en América Latina, o el caso asiático es una experiencia excepcional?
–En Asia se dio, en términos muy simples, porque se les dijo a los empresarios: si quiere ganar plata, haga algo útil y en esta dirección, la de la política industrial y comercial. Si quiere tener los ingresos a los que aspira, invierta, haga cambio tecnológico, innove. Es una concepción distinta del capitalismo, donde el Estado tiene como rol fundamental eso que yo llamo disciplinar a la elite. Y eso significa que lo que gana es por hacer algo útil y un porcentaje altísimo de eso vuelve a inversión privada.
–Las cúpulas latinoamericanas, sin embargo, controlan sectores primarios y extractivos, y por eso dicen ¿para qué innovar o invertir tanto, si la Pampa húmeda o los yacimientos van a durar por siglos?
–En Estados Unidos tienen un ejemplo para ese tipo de comportamientos: en un árbol está la fruta que se puede sacar con la mano y está la más alta y complicada de obtener. En América Latina, a los empresarios les gusta vivir sólo de la fruta al alcance de la mano. Ser rentista de los recursos naturales o de otro tipo de actividades fáciles, pero lo complicado para nada. Por ejemplo, en Chile, antes de la reforma económica, más o menos el 90% del cobre que se exportaba era al menos fundido y sólo 10% concentrado, que es un barro con un tercio de contenido de cobre. Hoy día es casi la mitad concentrado. O sea, en lugar de pasar de fundido a alambrón de cobre, en vez de industrializar vía procesamiento de materias primas, vamos para atrás. Son rentistas de la forma más primitiva posible, vivir del cobre que ni siquiera se funde en Chile.
–Esos sectores dicen que uno debería concentrarse en actividades con ventajas y no transferir rentas a otros rubros menos competitivos.
–Sin embargo, Corea, en 1965, cuando empezó el proceso de industrialización, tenía tres productos primarios: seda natural, algas marinas y hierro no procesado. Era un país extremadamente eficiente en hacer esos productos. Tan competitivo como es hoy día Chile en el salmón de 3 kilos, la astilla de madera y el cobre concentrado. El cambio es un problema de política pública. Por el camino actual de América Latina se puede avanzar, pero es limitado por una serie de razones. Corea se dio cuenta de que por esa vía, de sólo seguir de rentista de esos productos primarios, no iba a llegar muy lejos.
–En general, las oligarquías locales encuentran apoyo en los organismos internacionales para mantener sus esquemas, por regresivos que sean.
–Por supuesto, el Banco Mundial y todo el Consenso de Washington criticaron a Corea. ¿Cómo se le ocurre –dijeron– transformar hierro de primera en acero de segunda y después en autos de tercera?. Y mire dónde están hoy los autos coreanos, entre los mejores del mundo. Y en el caso nuestro, lo más obvio sería el modelo nórdico. Esos países se especializaron en procesar materias primas y en producir insumos para extracción de esas materias. O sea que tomaron los productos básicos como la fuente de su industrialización. Nuestros países, en cambio, toman las materias primas como un sustituto de la industrialización. Por eso crecemos de forma limitada. Porque el potencial que da la materia básica para seguir adelante es como la fruta baja y la conducta rentista es muy limitada.
–¿Las elites empresarias latinoamericanas siguen ligadas con las directivas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional?
–Sin duda, esta ideología neoliberal ha reforzado toda la estructura rentista en América Latina. Pero no hay que olvidar que la elite capitalista, y en muchos sentidos el Estado, estaba bastante feliz de hacerlo. Creo que no hay que culpar del desastre neoliberal sólo a factores externos como el Consenso de Washington. Hay que entender que había en nuestros países mucha gente muy contenta de seguir esas líneas.
–A esa elite le gusta hablar de clima de negocios y de la necesidad de atraer inversiones extranjeras como fuente de desarrollo.
–Desde el año 1989 –el de los bonos Brady y el fin de la crisis de la deuda de los 80 y el comienzo de las reformas económicas–, a América Latina fluyeron 2 billones de dólares de inversión extranjera directa (IED), en dólares de hoy día. Pero la inversión como porcentaje del producto interno bruto PIB es la misma que había antes. Esta entrada de capitales no ha subido ni siquiera en un punto el porcentaje de inversión sobre el PIB. Esperar que la inversión extranjera directa, como si fuera por obra y gracia del Espíritu Santo, industrialice nuestras economías, les genere dinamismo y haga todo lo que la elite capitalista no hace, no. No hay ninguna evidencia de eso.

 


 

–¿Cómo es la experiencia asiática en esta materia?
–Los países de Asia absorben inversión externa, pero se aseguran que lleguen con tecnologías avanzadas, con socio doméstico y las finanzas necesarias. Es un ingreso regulado, no para que venga a hacer lo que se le antoja y como se le antoja. Y se orienta a las áreas prioritarias. En China, por ejemplo, toda la inversión en microelectrónica se ha concentrando en un sólo lugar, tratando de recrear un Silicon Valley, como el de Estados Unidos. Porque la idea es que cuando hay mucha inversión de alta tecnología junta, hay un incentivo muy alto para que la investigación y el desarrollo se empiecen a hacer también ahí. Imagínese en América Latina, si se le obliga a la inversión directa a estar en un lugar geográfico, a tener socio doméstico, a traer tecnología de verdad, a usar insumos domésticos. Sería otro cuento. Pero aquí a la IED se le abre la puerta para que haga lo que quiera, como quiera y cuando quiera, y eso ha dado muy pocos resultados.
–En los países latinoamericanos se intentó instalar la idea de que el Estado es ineficiente, despilfarra recursos, provoca déficits fiscales, lo cual le impide un rol más activo.
–Que eso sea necesariamente así es pura ideología. En Chile, por ejemplo, donde el sector público es relativamente eficiente, ni la clase capitalista ni los dos bloques políticos actuales quieren que ese Estado haga algo más concreto, como un royalty minero de verdad, política industrial y comercial, o que implemente una macro procrecimiento.
–Los gobiernos de la región, incluso, recelan de su propia capacidad, y en la Argentina la recuperación es aún parcial, en algunas áreas determinadas.  
–Por lo menos aquí reestatizó YPF, luego de que la empresa española rentista llevara años explotando el gas y el petróleo sin hacer investigación, sin mayor prospección, etcétera. En Chile las empresas mineras extranjeras hacen sólo cobre concentrado y todo el mundo feliz y contento. Al menos en Argentina ha habido un intento de rescatar algunas actividades. En otros países no pasa ni siquiera eso. En Perú, Colombia, Chile, nada. En Brasil, en cambio, renacionalizaron recientemente sus nuevas riquezas petroleras submarinas, en un proceso al que el ex presidente Lula da Silva denominó la «Segunda Independencia del Brasil».
–Usted conoce de cerca el caso de su país. ¿Es, como dicen algunos, un modelo a seguir?
–En el caso chileno, cuando partió el neoliberalismo había una sola empresa minera que era pública, Codelco, extremadamente eficiente. Sin embargo, todos los yacimientos nuevos se los regalaron a los extranjeros, ni siquiera los vendieron a precio de mercado. Hoy día, Codelco representa menos de la mitad de la producción de cobre. Los últimos 6 o 7 años han salido de Chile en promedio alrededor de 20.000 millones de dólares anuales de repatriación de utilidades de empresas extranjeras, que son básicamente mineras. En 2006/7 salió un equivalente a dos veces el PIB de Paraguay y 1,7 veces el de Bolivia. Además del nivel absurdo de utilidades que tienen, por exenciones tributarias, por falta de royalties, se la llevan toda afuera. ¿Cómo puede tener sentido que Chile esté despilfarrando sus recursos naturales de esta forma? Eso no pasa en un país asiático.
–¿Cuáles serían las principales diferencias entre ambos casos?
–En Asia, a diferencia de América Latina, hay un nivel de pragmatismo en política económica que aquí no existe. Cuando aquí vino el neoliberalismo llegó como religión. La ideología se aplica a ojos cerrados, no se abre el paquete, no se discrimina. En Asia no se deslumbran con ninguna de estas ideas occidentales, ni creen que la salvación del mundo venga por estas ideologías. Las toman con recelo, las abren, adaptan lo que quieren, hacen las cosas de forma lenta cuando es necesario. En el caso de la India, por ejemplo, la reforma económica comenzó en 1980, pero la primera apertura comercial fue en 1987. Y la apertura financiera, en 2003. O sea 7 años para que la industria se ajustara a la apertura que venía y 13 años para la estructura financiera. En América Latina, con Menem, Pinochet, Fujimori o Salinas, en dos años como máximo se hicieron la apertura comercial y financiera juntas. Entonces los agentes económicos no tuvieron tiempo para ajustarse
–Aquí también se demonizó a la inversión pública: para el credo neoliberal lo prioritario es que el mercado y las empresas lideren ese proceso.
–Si se mira la inversión pública en América Latina antes de 1980, prácticamente en todos los países, incluida la Argentina, era de dos dígitos, de 10 a 12% del PIB. Hoy todos tienen menos de 4%, salvo Argentina que llega a 4%. Brasil es uno de los que tiene menor inversión pública. ¡Miren su infraestructura! Y ahora todos se sorprenden que «el costo Brasil» sea tan alto.  Hemos bajado esta inversión a un tercio de lo que era antes. En Asia las reformas económicas no han disminuido la inversión pública. En China actualmente es 21% del PIB, en Vietnam 13%; Malasia más de 10%. Acá se piensa que la actividad pública sustituye a la privada y que por lo  tanto hay que bajar la inversión pública, porque ocupa las áreas en las que se podría desarrollar la inversión privada. En Asia, en cambio, existe el concepto de la complementariedad de lo público y lo privado. En educación, en infraestructura, en telecomunicaciones, y en política industrial y comercial.

—Daniel Víctor Sosa
Fotos: Jorge Aloy

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