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El juego de las estatuas

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Osvaldo Aguirre

El proyecto para reubicar un monumento a Roca generó amenazas, recursos judiciales y polémicas. La genealogía de la derecha contemporánea y la negación de los pueblos originarios.

Centro cívico. El intendente Gustavo Gennusso propuso retirar temporalmente la estatua de Roca.

Foto: Shutterstock

Los monumentos se levantan para inscribir una marca de memoria, pero suelen volverse invisibles. «En general uno pasa al lado y no sabe a quiénes representan», dice el historiador Fabio Wassermann. El que conmemora a Julio Argentino Roca en la plaza del Centro Cívico de San Carlos de Bariloche podría ser una excepción a esa regla, a partir de la discusión originada por un proyecto de la intendencia para su reubicación.
«En el relato histórico convencional Roca es un símbolo de la consolidación del Estado nacional argentino. Su figura expresa tanto visiones positivas como negativas sobre ese período histórico y también conflictos del presente, en particular en relación al proceso de ocupación de la Patagonia», señala Wassermann, doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires e investigador independiente del Conicet.
El intendente de Bariloche, Gustavo Gennusso, recibió amenazas de muerte por la propuesta de retirar temporalmente la estatua de Roca para reubicarla en el espacio del Centro Cívico. Ante un recurso de amparo presentado por un dirigente local de Republicanos Unidos, el 3 de agosto el juez Fernando Corsiglia ordenó no innovar respecto al avance de las obras.
El proyecto provocó declaraciones de rechazo de dirigentes nacionales de Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza y notas periodísticas que exaltaron la actuación de Roca como presidente de la Argentina entre 1880 y 1886 y entre 1898 y 1904. «No hay una visión histórica nueva, sino la reactivación de una interpretación tradicional. Lo que cambió no es lo que la derecha piensa en relación a Roca sino el lugar que tiene en la vida pública», advierte Wassermann.
En el discurso neoliberal, Roca aparece como el constructor de una edad dorada de la Argentina que concluyó con el advenimiento del peronismo. «El problema en ese relato es el yrigoyenismo. Hace poco Mauricio Macri hizo un comentario negativo, pero el radicalismo es un aliado de Juntos por el Cambio. Entonces lo omiten, como pasan por alto la crisis de 1930, sin la cual no se puede explicar la Argentina posterior», agrega Wassermann, autor de En el barro de la historia, política y temporalidad en el discurso macrista.
Las versiones lavadas de la historia nacional tienen otras implicancias. «El modelo del régimen oligárquico se quebró en realidad antes del peronismo, con el gobierno conservador de Agustín P. Justo. La intervención del Estado en la economía comenzó también en ese período con las políticas de Federico Pinedo, ministro de Hacienda y socialista devenido liberal», señala el historiador Mario Glück.
La reivindicación por parte de Javier Milei supone además una paradoja, destaca Wassermann: «Roca es el gran constructor del Estado, lo que ellos vienen a repudiar». El macrismo, agrega, «tiene un discurso orientado al futuro en el cual el pasado no importa, pero cuando gobernó empezó a recuperar una visión muy tradicional de la historia argentina en la que Roca tiene un papel importante y mitificado: a la hora de disputar políticamente sus posiciones, las derechas no pueden decir entonces que no les importa el pasado porque para la sociedad cuenta como signo identitario y argumento de legitimidad para los reclamos del presente».

Historia en tiempo presente
Los historiadores coinciden en destacar la complejidad de la figura de Roca y en evitar simplificaciones maniqueístas. «Cumplió un rol determinado en su tiempo. Manejó la política argentina durante veinticinco años y construyó el poder oligárquico. Pero en su segundo mandato tuvo la inteligencia de convocar a un conjunto de intelectuales, al margen de su ideología, para investigar las condiciones de vida de los obreros. No lo hizo porque creyera en la justicia social sino porque veía que no bastaba con la represión para evitar los conflictos sociales. Además, estableció el primer código de trabajo en la Argentina, aunque no llegó a promulgarse», dice Glück, profesor en las universidades nacionales de Rosario y Entre Ríos.
«Roca representa muchas cosas: una es el genocidio de los pueblos indígenas que vivían en la Patagonia, aunque en ese momento el presidente era Nicolás Avellaneda –afirma Wassermann–. No hizo algo que se le ocurrió personalmente, sino que realizó un proyecto con el que acordaba buena parte de la clase política. Si uno quiere entender históricamente el proceso tiene que reconstruir lo que pasaba y ver que el personaje actuaba en un marco mayor».
Glück comenta en ese sentido que «desde la Historia no tratamos de ver héroes y traidores ni necesariamente próceres, sino indagar no solo sobre las personas sino sobre el proceso del que son expresión». En los panegíricos actuales, la figura de Roca se asocia con la reivindicación de la llamada «conquista del desierto» en el contexto del conflicto por tierras que reclaman pueblos originarios y con la reiterada afirmación de que los mapuches fueron indios chilenos que invadieron la Patagonia y se impusieron a los tehuelches. El discurso tiene múltiples proyecciones en la historia reciente, desde la convocatoria de Esteban Bullrich a «una conquista del desierto educativa», realizada en 2016 cuando era ministro de Educación, a la resolución del mes de marzo en que la Cámara de Diputados de la provincia de Mendoza expresó que «los mapuches no deben ser considerados pueblos originarios argentinos».
La interpretación tradicional de la historia argentina del siglo XIX resulta entonces funcional para rechazar derechos en el presente. «Tienen que negar que los mapuches son argentinos porque la Constitución de 1994 posibilita a los pueblos originarios ser poseedores o reclamar derechos comunales sobre tierras», puntualiza Wassermann. El historiador destaca «el absurdo de la argumentación» de los diputados mendocinos y los intereses concretos detrás de la declaración: «La preocupación surge por un conflicto con tierras en Malargüe, una ciudad que debe su nombre precisamente a una palabra del idioma mapuche, el mapudungun».
El Centro Cívico de Bariloche fue proyectado por el arquitecto Esteban de Estrada y quedó inaugurado el 17 de marzo de 1940. «En realidad el homenaje a Roca fue una exigencia de su hijo, el ministro de Justo, a cambio del financiamiento de las obras», afirma Wassermann. La polémica parece impulsar nuevas expresiones de la derecha: el 14 de abril fue presentado en Bariloche el Instituto Nacional Rocaniano, cuyo gestor es un coronel retirado del Ejército y biógrafo de Aldo Rico. «La derecha y la ultraderecha buscan una genealogía y son lineales desde el punto de vista histórico. Citan con liviandad a Alberdi y se radicalizan porque enfrentan a un movimiento indígena que reclama el reconocimiento de derechos», agrega Glück.
Roca no es la única figura que provoca controversia: en Balcarce, provincia de Buenos Aires, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos sostiene un dilatado reclamo para que se retire del centro de la ciudad una estatua de José Félix Uriburu, el militar que encabezó el golpe contra Hipólito Yrigoyen. «Levantar o derribar un monumento no resuelve las cuestiones de fondo», advierte Wassermann. Para empezar, cuál es la memoria que se intenta transmitir.

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