Mientras «No me arrepiento de este amor» suma un número creciente de espectadores, la directora Lorena Muñoz repasa el arduo camino que condujo a la materialización de la película. Realidad, ficción y el notable rol protagónico de Natalia Oreiro.
13 de octubre de 2016
Yo soy Gilda. Natalia Oreiro logra que su carisma ilumine la pantalla grande. (Prensa Gilda)
El 7 de setiembre de 2016 se estrenó Gilda. No me arrepiento de este amor, a 20 años exactos de la trágica muerte de la cantante de cumbia. Con Natalia Oreiro como actriz protagónica, el equipo liderado por la directora Lorena Muñoz se enfocó en las transformaciones operadas en su vida: esposa, madre y maestra jardinera, primero se convirtió en famosa artista para, más tarde, ser objeto de una devoción popular que erigió un santuario en el mismo lugar donde perdió la vida, en el kilómetro 129 de la Ruta Nacional 12, en Entre Ríos. En los primeros 10 días de proyección, la película alcanzó la cifra de 400.000 espectadores. «Esperaba que fuera muy vista, pero lo que está pasando es una locura, es impresionante», sintetiza.
Sin embargo, el éxito no está exento de polémicas. Algunas personas del entorno de Gilda hicieron declaraciones en contra del film y señalaron inexactitudes del guión de Tamara Viñes y la propia Muñoz, quien aclara: «Ante todo, es una ficción, no es un documental. Como Gilda es un mito, una leyenda, y las leyendas están constituidas por sus distintas versiones, cada una pretende contar su historia. Hicimos una investigación, las íntimas amigas me contaron cosas que fueron casi confesiones. Nuestra historia está basada en hechos reales, pero no deja de ser un hecho cinematográfico, una película con mirada de autor, que se puede ver sin tener ni idea de quién fue Gilda».
El largometraje transita por una zona híbrida entre la rigurosidad histórica y «ciertas licencias menores que nos tomamos», según explica Muñoz. «Por ejemplo, el papá de Gilda murió cuando ella tenía 20 años, pero nosotros lo planteamos cuando ella tiene 15 años», amplía. En cambio, la relación sentimental de Gilda con Juan Carlos Toti Giménez, su descubridor, productor y tecladista, no se muestra en la película. «Ella nunca hizo público eso, por eso respetamos su punto de vista: fuimos fieles. Entre las bases del melodrama, está la falta de concreción, el amor imposible. En todo caso, la crítica que más me importa es la de Fabricio, el hijo de Gilda, quien está feliz con la película».
Autora. Muñoz construye una mirada. (Jorge Aloy)
El camino que tomó la directora para hacer la película fue arduo. «Tuve que lograr una instancia legal para poder usar el nombre de Gilda y, también, por los derechos de autor de la música. Así que firmé dos acuerdos, ante abogados: con Toti Giménez y con Fabricio, único heredero de Gilda. A partir de esto, hice la historia de Miriam Alejandra Bianchi, una mujer casada, madre de dos hijos, maestra jardinera que, a los 30 años, decide que va a luchar, cueste lo que cueste, para cumplir su sueño de cantar. Y así se mete en tugurios y se expone a situaciones de riesgo. Le hace frente a todo eso: es muy valiente, de ahí viene el “corazón valiente” de su canción. Gilda es una heroína romántica, se juega por lo que quiere, y le habla a su público, le dice que no pierdan las esperanzas».
Para lograr el objetivo, el compromiso de Natalia Oreiro fue crucial. «A partir del momento en el que Nati me dijo: “Sí, yo soy Gilda”, todo fue bastante sencillo. Ella es una actriz muy versátil y trabajadora. Gilda era muy angelada, muy aniñada, muy maternal. Tenía un talento tan grande, siempre brillaba, era buena persona, con mucha energía positiva. Queríamos captar cierta espiritualidad, pero a la vez Nati decía: “Yo no soy una imitadora, soy una intérprete”. Y es así. Está muy parecida, incluso hay aros, pulseras, collares, y un rouge que le regaló Susana Diario, la gran amiga de la infancia de Gilda. Nati los usó casi como amuleto durante el rodaje, pero el acento no está puesto en la veracidad. El parecido radica más en cierta espiritualidad o conexión en la mirada».