Cultura

Relaciones non sanctas

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La compleja y siniestra trama que tejieron la jerarquía católica y los militares, con el terrorismo de Estado como telón de fondo, sirve de materia prima para un conjunto de investigaciones recientes escritas por historiadores, sociólogos y periodistas.


Misa. El presidente de facto Jorge Rafael Videla comulga en una iglesia, en plena dictadura.

 

Presente en tantas circunstancias de la sociedad argentina, la última dictadura militar constituye como tema un sector definido en la producción editorial. Una recorrida por las mesas de exhibición de las librerías basta para comprobar el lugar destacado que ocupa en las investigaciones de historiadores, sociólogos y periodistas. Si hay personajes y acontecimientos conocidos, otros aspectos centrales siguen ignorados. No necesariamente porque permanezcan ocultos: la complicidad de la Iglesia Católica con el terrorismo de Estado forma parte del sentido común sobre la época, pero la trama de relaciones entre la jerarquía religiosa y los militares, el rol de los vicarios castrenses y la persecución al clero contestatario, entre otras cuestiones complejas, recién comienzan a desplegarse.
Iglesia y dictadura (1986), de Emilio Mignone, fue un libro pionero que se focalizó en la actitud de la jerarquía católica ante la dictadura y proporcionó documentos y perspectivas que retoman los estudios actuales. El renovado interés de los investigadores reconoce diversas razones: el impulso de indagaciones más amplias, como la Historia de la Iglesia argentina. Desde la conquista hasta fines del siglo XX (2000), de Loris Zanatta y Roberto Di Stéfano; el cruce entre violencia política y religión, espigado específicamente por Lucas Lanusse en Cristo revolucionario. La iglesia militante (2007); la actualización del tema a la luz de los juicios por causas de lesa humanidad, en los que hasta el momento apenas ha sido condenado un sacerdote, Christian Von Wernich, cuya historia fue narrada por Hernán Brienza en Maldito tú eres (2003).

 

Fascismo a la criolla
Entre los autores de reciente publicación, Federico Finchelstein señala el lugar central de la Iglesia Católica en Orígenes ideológicos de la «guerra sucia». Su análisis recorre la Argentina del siglo XX para hacer eje en el surgimiento y la difusión de lo que llama el «fascismo cristianizado», un pensamiento forjado por intelectuales nacionalistas y católicos a partir de la década de 1930. «La relación entre Iglesia y fascismo a la argentina, es decir el nacionalismo, fue estructural», dice Finchelstein. «Los intelectuales del catolicismo expresaron posturas autoritarias y racistas en las publicaciones católicas más relevantes del país. Actuaron como guías de la mayoría de los grupos fascistas y neofascistas en la Argentina, y también enseñaron estas teorías de la violencia a varias generaciones de oficiales».
La Iglesia, subraya Finchelstein, no resultó desprestigiada por su complicidad con la dictadura. Tampoco hizo una autocrítica por las diversas formas de apoyo que prestó, desde la negación de la existencia de desaparecidos a la asistencia espiritual a los represores. «El rol de la Iglesia debe seguir siendo estudiado», plantea el historiador. «Recientemente se han dado promesas de abrir archivos y, cuando esto pase, quizás podremos saber más de su papel, que hasta ahora refleja un espectro que va del apoyo a la dictadura de muchos de sus representantes, al silencio, a veces cómplice, de la mayoría de los miembros de la jerarquía». En ese sentido, puntualiza el caso del actual papa Francisco. «Su papel fue, en el mejor de los casos, el de un silencio que no ayudó a frenar el asesinato de ciudadanos por parte del Estado», desliza.

 

 

La complicidad institucional es uno de los ejes de Profeta del genocidio, el Vicariato castrense y los diarios del obispo Bonamín en la última dictadura, de Lucas Bilbao y Ariel Lede. El texto se propone como un aporte a la memoria colectiva, en particular «a la necesaria y postergada discusión sobre la continuidad del obispado castrense y al avance de los juicios por crímenes de lesa humanidad en los que hay (o debería haber) sacerdotes implicados» y, de ese modo, «saldar parte del vacío de conocimiento que existe respecto de una corporación tan hermética como es el clero castrense».
Bilbao y Lede sostienen que «la última dictadura fue militar, civil y también católica», porque el componente religioso no tuvo menos importancia que el represivo o el económico. Con eje en la figura de Bonamín, de quien publican sus diarios, analizan la difusión del catolicismo integral, la ideología hegemónica en el clero castrense y en la mayoría del Episcopado argentino durante la dictadura, e indagan en la historia del vicariato y en su funcionalidad en el marco del terrorismo de Estado.
Profeta del genocidio… proporciona una argumentación tan exhaustiva como contundente para el debate sobre «la necesaria eliminación» del clero castrense, señalado como un resabio de autoritarismo en democracia. Con profusión de fuentes y documentos, Bilbao y Lede muestran la participación de la Iglesia en el clima previo al golpe de 1976 y en los actos fundacionales del terrorismo de Estado; la actuación de capellanes en la asistencia a represores y en los interrogatorios a detenidos; la prédica para la legitimación de la tortura; el conocimiento íntimo de las altas jerarquías respecto de la metodología de la represión y de episodios como el asesinato del obispo Enrique Angelelli, encubierto como accidente.

 

Un diálogo en curso
En 2006, cuando se cumplieron 30 años del golpe militar, María Soledad Catoggio ingresó al Conicet y comenzó una indagación en torno a las relaciones entre Iglesia y dictadura, con la premisa de que la complicidad religiosa era insuficiente «para comprender las alternativas de una institución que a lo largo del tiempo albergaba a víctimas y victimarios». En ese marco, cuenta, «la proliferación de homenajes al clero víctima de la represión estatal me reveló que no podía comprender ese pasado desligado de sus formas de memoria; era un pasado presente». Fue el punto de partida de su primer libro, Los desaparecidos de la Iglesia.
Catoggio analiza los cambios en los espacios de formación y de organización del clero, las tensiones entre la institución y los movimientos de base y la inserción del catolicismo contestatario en los márgenes de la sociedad y de la propia Iglesia, a través del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y de figuras como las del padre Carlos Mugica. Además de fuentes del período y de entrevistas con protagonistas, la reconstrucción histórica, dice, también indaga en «las formas en las que ese pasado cobra sentido y es evocado por distintos actores en el presente». Lejos de coincidir en una interpretación, «esas memorias ponen en evidencia la disputa por los significados del pasado, pero a la vez son formas colectivas de procesar el pasado traumático que operan de distinta manera en el tejido social».
Las distintas investigaciones tienen puntos de contacto y de divergencia, indicios de un diálogo en curso. «Aun cuando  a veces tenían procedencias ideológicas comunes, los sacerdotes hicieron distintas derivas a partir de sus divergentes circulaciones y socializaciones individuales y colectivas, que sin ser excluyentes los dotaron de distintas lógicas de acción», dice Catoggio. En cierta forma, Los desaparecidos de la Iglesia puede ser puesto en relación con Cristianismo y Revolución. El origen de Montoneros, donde Esteban Campos analiza las articulaciones de violencia, política y religión en torno a la revista dirigida por el exseminarista Juan García Elorrio.
Campos reconstruye la «batalla cultural» que Cristianismo y Revolución desarrolló contra la jerarquía católica encabezada por el cardenal Antonio Caggiano y el modo en que su discurso político-teológico de ruptura terminó por converger con las organizaciones armadas. La revista definió su identidad entre la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II y el surgimiento de la nueva izquierda argentina, en una coyuntura donde se pusieron en cuestión las relaciones entre la Iglesia y la sociedad y donde el agotamiento de las formas democráticas y la omnipresencia de los militares en la política «generaron un espacio para el surgimiento de alternativas aun más radicales dentro del catolicismo argentino».
El libro de Esteban Campos puede dar el tono del conjunto: se trata de ceñir un nuevo objeto de investigación, para hacer preguntas y promover debates. La Iglesia Católica argentina no puede permanecer en silencio ante los crímenes de los que fue, como dicen Lucas Bilbao y Ariel Lede, «partícipe necesaria».

 

 

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