La movilización contra la violencia de género dejó una marca imborrable en la sociedad argentina, pero el cambio cultural que exigieron cientos de miles de voces en todo el país está aún lejos de producirse. Perspectivas tras una jornada histórica.
27 de octubre de 2016
Plaza de Mayo. Diversa y multitudinaria, la convocatoria surgida del colectivo Ni una menos denunció los femicidios y otras formas de violencia. (Jorge Aloy)
Primero fueron las redes que, teñidas con la misma imagen, estallaron en cientos de mensajes, que en realidad eran uno solo. Después vino la calle. Maestras que recibían de negro a los chicos. Bancarias y universitarias deteniendo sus actividades para salir a hacer ruido. Todo un subterráneo vestido de luto. Finalmente un grito tribal, potente, agudo, retumbó frente al Obelisco mientras cientos, miles marchaban hacia Plaza de Mayo. Cada imagen compuso durante el Miércoles Negro una jornada histórica, en la que las consignas contra la violencia de género llegaron a cientos de ciudades de todo el país, ganando un protagonismo tan espontáneo como irrevocable.
«A veces me da vergüenza ser hombre», dice Juan. Y explica: «Yo tengo madre, hija y hermanas. Una de ellas sufrió mucho la violencia». Y repite: «La verdad es que me da mucha vergüenza». Juan tiene 76 años y una gorra que no lo defiende muy bien de la lluvia espesa. Juan tiembla del frío, pero un cartel que sostiene con manos también temblorosas se encarga de dejar en claro por qué está ahí: «En la fila de la indiferencia, no me van a ver». A sus espaldas, las campanas de una catedral cerrada dan las seis y anuncian el paso de una enorme columna que se acerca por Diagonal Norte a la plaza. Casi no hay banderas. Tampoco similitudes. Como en otras ocasiones, la convocatoria se caracteriza por su diversidad y transversalidad. Muchas mujeres, algunos hombres, militantes, grupos de amigas, artistas, trans, sindicalistas, jubiladas, lesbianas, estudiantes, familias, heterosexuales y jóvenes, muchos jóvenes.
Lucía tiene 32 años y hace año y medio se acercó a la Fundación María de los Ángeles que preside Susana Trimarco en la lucha contra la trata. «Esta vez se pasaron todos los límites», señala refiriéndose al brutal asesinato de la adolescente de Mar del Plata, que dio origen a la convocatoria. Lucía está enojada: «Estamos acá para decirle “No” la violencia, pero también para decirle “No” a la culpabilización de la víctima y “No” a la estigmatización que hacen los medios».
Machismo y economía
Según las organizadoras, la marcha reunió más de 100.000 personas aunque la improvisación que, casi como consecuencia necesaria de su horizontalidad, suele caracterizar a las movilizaciones del colectivo NiUnaMenos hace que sea difícil corroborar la cifra. Lo cierto es que resulta incuestionable la masividad que logró una convocatoria que esta vez duró todo el día e incluyó diversas medidas. Entre ellas, se convocó a un «paro de mujeres», concepto novedoso que se explicó en el documento leído durante el acto: «Las variables económicas siguen reproduciendo la violencia machista. Porque nuestras jornadas laborales son dos horas más largas que las de los varones; porque las tareas de cuidado y reproductivas caen sobre nuestras espaldas y no tienen valor en el mercado de trabajo; porque la desocupación crece dos puntos cuando se habla de mujeres; porque la brecha salarial es, en promedio, de un 27%. Es decir, que a igual trabajo, las mujeres ganamos mucho menos que nuestros compañeros».
Mientras tanto, el día iba asumiendo otros correlatos. Adentro del Congreso, el Senado aprobaba el proyecto de paridad de género para la conformación de las listas de candidatos y la conducción de los partidos políticos. Y el grito de «Ni una menos, vivas nos queremos» también llegó a Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia, México, España y Francia.
(Kala Moreno Parra)
En este contexto asoma como inevitable la pregunta sobre las posibilidades de capitalización de este fenómeno. ¿Estamos ante un cambio cultural? «Tal vez sea prematuro afirmar algo así. Los cambios culturales demandan un proceso y una sedimentación para las cuales no hay tiempo si el objetivo es frenar los femicidios. La innovadora idea de la inserción de los temas a demanda a través del uso de las redes pone contra las cuerdas a los medios tradicionales, que no quieren perder audiencias. Esta respuesta forzada, de ver qué se viraliza para incluirlo en los temarios, conlleva a una puesta en escena de historias individuales que demandan soluciones colectivas», opina Lila Luchessi, investigadora y directora del Instituto de Investigación en Políticas Públicas y Gobierno (UNRN). Y concluye: «El denominador común de estas manifestaciones callejeras se focaliza en el ahogo que provoca tanta violencia brutal, cuyo único fundamento es la intolerancia al género en sí mismo y la obviedad de explicar que, para dar el resto de las batallas, tenemos primero que estar vivas».
Por el momento, las estadísticas siguen arrojando un escenario alarmante. Según un relevamiento realizado por la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema, al menos 235 mujeres fueron víctimas de un crimen durante 2015. Dicho en otras palabras: el año pasado una mujer fue asesinada cada 37 horas. Frente a esto, la respuesta dada por el Estado ha sido insuficiente e incluso en algunos casos, hasta adversa (ver recuadro).
Sin embargo, a pesar de esto, resulta innegable que esta última movilización ha dejado una marca imborrable. La de miles de mujeres que, empapadas, llenas de frío, sin que la policía corte el tránsito, se abrieron camino solas, dejando en claro su mensaje: «Somos las amas de casa, las trabajadoras de la economía formal e informal, las maestras, las cooperativistas, las académicas, las obreras, las desocupadas, las periodistas, las militantes, las artistas, las madres y las hijas, las empleadas domésticas, las que te cruzás por la calle, las que salen de la casa, las que están en el barrio, las que fueron a una fiesta, las que tienen una reunión, las que andan solas o acompañadas, las que decidimos abortar, las que no, las que decidimos sobre cómo y con quién vivir nuestra sexualidad. Somos mujeres, trans, travestis, lesbianas. Somos muchas y del miedo que nos quieren imponer, y de la furia que nos sacan a fuerza de violencias, hacemos sonido, movilización, grito común: ¡Ni Una Menos! ¡Vivas nos queremos!».