Es la palabra favorita de Donald Trump, y se usa para referirse con desdén a alguien que no es exitoso, o que carece de atractivo físico o hasta de dinero, en un mundo que promueve la competencia. Para algunos, sus implicaciones son positivas.
9 de noviembre de 2016
Antihéroe. Lúcido y desgarbado, Allen encarna en sus películas al estereotipo del perdedor. (Marka/Alamy Stock Photo)
Una parte de mí sospecha que soy un loser y la otra parte piensa que soy Dios todopoderoso», decía John Lennon. Musicalmente, su gran talento lo ubicaba más cerca de lo segundo que de lo primero. Pero, ¿qué es ser un loser?
Loser, o sea, perdedor en inglés, es una palabra que se instaló, desde hace unos años, en el habla cotidiana y que se emplea peyorativamente. También es uno de los vocablos que, con mayor frecuencia, utiliza Donald Trump. El multimillonario candidato republicano llegó a decir que Jesús era un «socialist loser», porque alimentaba a los pobres y sanaba a los enfermos. «No tengo respeto por él. No creo que sea muy bueno como deidad. Nunca fue dueño de casinos, nunca se casó con modelos como yo. Creo que está sumamente sobrevalorado», despotricó.
El diccionario de la Real Academia consigna «perdedor» como el «que pierde», mientras que la enciclopedia estadounidense Merriam-Webster señala que loser es «alguien o algo que pierde un juego, un concurso, etc. Alguien que es dañado o puesto en una posición peor debido a algo. Una persona que no es exitosa o atractiva». Probablemente, el término tenga más definiciones. Los jóvenes lo utilizan para referirse a alguien que no tiene éxito con las chicas, que no tiene amigos, que tiene mal rendimiento o que aparenta ser algo que no es. Otros dicen que un loser es alguien que no confía, que no ama y que no respeta a los otros. O alguien que no tiene integridad y al que solo le preocupan sus propios intereses. O quien no tiene ambiciones y se da por vencido.
¿Es loser la palabra de moda? ¿O es que está de moda ser cruel? Ni los dibujos animados se sustraen a su uso, contribuyendo así a naturalizar maneras despectivas de nominar a los otros. Loser y su opuesto, winner, o sea, ganador, coexisten en un mundo que promueve la competencia. A los losers se los humilla; a los winners se los admira. A propósito, el guionista y escritor de historietas Juan Sasturain, autor de Manual de perdedores, decía en su columna «Sobre el ser o loser», publicada en Página/12, que, «el perdedor resulta de una confrontación real o metafórica de resultado externo, objetivo y manifiesto. El perdedor es el que no gana. El ganador es quien se impone entre pares, y gana (solo) él. Su mérito radica en la calidad y el número de sus derrotados. Se premia la eficacia, el logro de un objetivo alcanzado antes… En la sociedad contemporánea, en la vida cotidiana, en la realidad concebida/pintada/vendida y celebrada como territorio de competencia y confrontación (la cultura generada por la ideología capitalista y el Imperio vigente y reinante) solo caben ganadores (pocos) y perdedores (todos los demás). Y es lo único que parece valer, ser apreciado en términos de reconocimiento social y objetivo de por vida. Además, ingenua o perversamente, se postula –tautológicamente– que el que gana es el mejor, precisamente por haber ganado… No se trata de ser mejor para poder eventualmente ganar, sino de ganar para ser considerado el mejor. Tal cual la falacia vigente en el mercado».
Según Sasturain, «el modelo competitivo que traslada la ideología mercantil/empresaria a todos los otros órdenes de la vida (el amor, el poder político, las artes, la fama y la popularidad mediáticas) propone –desde la “Biblia” de Dale Carnegie: Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, para acá– la búsqueda del éxito y del (esquivo y equívoco) triunfo social como único modo de realización personal». Winner y loser son categorías más o menos recientes que, de acuerdo con su opinión, «se han convertido en usuales a partir de esta ideología que confunde ser con competir».
Lógica de consumo
¿Qué tan presente está esta dinámica en las consultas psicológicas? «Es un tema recurrente», responde Luciano Lutereau, psicoanalista, doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires. «Para mí lo interesante es que el loser hoy en día no está afiliado a los problemas de la sexualidad, sino a la lógica del consumo. Donald Trump enrostra la vergüenza de ser un consumidor desvalido. El loser hoy es el pobre, es decir, el que no tiene ninguna destreza que demostrar… Hoy la gente teme más a ser pobre que a ser impotente o frígida. Muchas personas que me han consultado acosadas porque el menor déficit en su ritmo de consumo los hacía sentir “pobres”».
Para este docente e investigador, la dicotomía loser/winner no es excluyente. «Eventualmente, la posición del loser puede ser muy seductora. Desde la canción “Loser” (1993), con que se hizo conocido Beck, ser un perdedor no es necesariamente una posición negativa (un winner degradado). Tiene una potencia específica, y produce sus propios efectos. En todo caso, lo que a veces se llama un perdedor (que además tiene toda una tradición en la literatura norteamericana) es un “anti-héroe” que es diferente a un “no-héroe”. El paradigma es Bartleby, el escribiente, y su “Preferiría no hacerlo”», sostiene. En el conocido relato de Herman Melville, Bartleby, un empleado que se encarga de copiar a mano largos expedientes judiciales, repite esa frase cada vez que su jefe le pide una tarea.
A juicio de Lutereau, «pocos hombres hoy tendrían éxito (al menos, eso parece) desde una posición como la de Humphrey Bogart. El héroe (o, mejor dicho, el antihéroe) de nuestros días está más cerca del lúcido y desgarbado Woody Allen… La masculinidad ya no se sostiene en fantasías de afirmación o destreza. En este punto, el fracaso ya no es algo temible, salvo en aquellos casos en que la performance toque otros intereses», subraya.
«En principio, el héroe y el perdedor no se contraponen, ni en la vida ni en la ficción. No son atributos contradictorios. Pueden convivir o no… El perdedor/los perdedores sí que se contrapone/n al consabido ganador. El héroe, en cambio, triunfa sobre algo mucho más difuso que suele no estar afuera sino en su interior… No es un ganador, aunque pueda llegar a serlo… Porque su triunfo (lo que lo define y constituye en héroe) es de otro orden, no responde a una cuenta de resultados», escribe Sasturain. «El héroe no compite sino consigo mismo… es el que asume la Aventura (así, con mayúscula) hasta las últimas consecuencias…».
O sea que un loser puede ser heroico (hasta existe una canción española, “Qué bonito es ser un loser”, que lo engrandece). «Puede haber un doble valor para la palabra. No solo designa un ser en déficit, sino también una capacidad productiva, la de alguien que puede sustraerse a los imperativos de la época, y ser un perdedor para los ideales de la época, pero ese fracaso puede ser también un triunfo», indica Lutereau.
A favor de los “perdedores”, la bloguera y editora de la revista Pshych Central, Therese Borchard, enumera estos puntos: son realistas (tienen bajas expectativas y no dan nada por sentado), resilientes (aprenden a desarrollar formas de adaptarse y mutar), independientes (a diferencia de la gente popular no son esclavos de la aprobación de los demás), compasivos (se ponen en el lugar del otro con mayor facilidad), humildes (utilizan la humildad para crear lazos) y creativos (las circunstancias los obligan a ser ingeniosos). Habría que preguntarse si acaso no somos todos perdedores en algo.