8 de octubre de 2023
Un pacto multipartidario vuelve a aparecer en la agenda del debate político. Antecedentes históricos y recientes en el arduo arte de construir consensos.
En Salta. Massa enfatizó su propuesta de unidad ante los gobernadores del norte, entre ellos, los opositores Gerardo Morales y Gustavo Valdés.
Foto: NA
La idea de convocar a un Gobierno de unidad nacional no es nueva en el candidato del oficialismo, Sergio Massa. Ni siquiera es nueva en ese espacio: la vicepresidenta Cristina Fernández viene insistiendo en que la única forma de poner fin al bimonetarismo y diseñar un proyecto de país sólido es mediante fuertes consensos entre las fuerzas políticas. Pero el ministro de Economía viene delineando ese concepto desde que se puso el traje de competidor en la interna de Unión por la Patria y lo repitió luego de las PASO, cuando quedó claro que la UCR tiene más espalda de la que ellos mismos pensaban y que en la capital argentina los votantes de Martín Lousteau quedaron muy cerca de haber desbancado al representante del PRO, Jorge Macri.
La coalición de la UCR y el partido del expresidente Mauricio Macri fue útil para derrotar a Daniel Scioli en 2015, pero nunca dejó de ser agua y aceite. Y el triunfo en la primaria de Patricia Bullrich desnuda algunas de esas contradicciones, en un escenario en el que el rival por derecha, Javier Milei, desafía varios de los pilares sobre los que se construyó el partido fundado por Leandro Alem.
Hubo tiempos en que no resultaba extraño escuchar en charlas de café que los problemas del país se podían arreglar muy fácil: «Basta con que los políticos se pongan de acuerdo para salir adelante». La frase podía sonar a inocente o incluso «a-ideológica», pero encerraba el imaginario de un ciudadano común que solo aspiraba a que la dirigencia le facilitara la vida mientras él o ella cumplían su parte con la sociedad. Era la esperanza con la que los argentinos vivieron el retorno de la democracia, hace justo 40 años, pero la realidad mostró que esa virtud no es tan fácil de conseguir.
Y no es que a nadie se le haya ocurrido, ni siquiera se trata de que no se hayan registrado algunas coincidencias básicas desde 1983. El «Nunca más» era seguramente la más sólida. Otra fue la respuesta de la oposición peronista durante el Gobierno de Raúl Alfonsín ante el levantamiento de los militares «carapintadas» de Semana Santa de 1987. El «Usted es el comandante en la batalla, somos uno solo en esta pandemia» del radical Mario Negri al presidente Alberto Fernández de marzo de 2020 es quizás el más reciente ejemplo de unidad nacional. Aunque duró poco. Hubo otro, espontáneo y por lo tanto mucho más revelador, durante el mundial de fútbol de Qatar, que culminó con 5 millones de personas en las calles celebrando alegre y pacíficamente el triunfo del seleccionado argentino. Pero pronto «diferencias insalvables» volvieron a enturbiar las relaciones.
Un poco de historia
En momentos críticos de la historia nacional hubo dirigentes que trataron de tender puentes para «salir adelante». Se podría ir hasta el principio de la Argentina como país, pero para no hurgar tan lejos, la ley electoral que permitió la llegada del primer Gobierno radical a la Casa Rosada, entre el que luego sería presidente, Hipólito Yrigoyen, y Roque Sáenz Peña, en 1912, podría inscribirse en esta somera lista desde el siglo XX. Otro radical, Ricardo Balbín, llegó a negociar una fórmula presidencial con Juan Domingo Perón en 1972, según confirma quien fuera secretario del PJ, Juan Manuel Abal Medina, en un reciente libro de memorias.
En épocas más recientes, el Pacto de Olivos entre Alfonsín y el entonces presidente Carlos Menem, que llevó a la reforma constitucional de 1994, fue otro momento de coincidencias. Varios testigos de aquellas discusiones, que se llevaron a cabo fuera de los focos, mostraron las dificultades y las amenazas que se cernían sobre el sistema democrático. Algunos años antes esos dirigentes habían tenido que acordar la entrega adelantada del poder en medio de la hiperinflación.
El mismo Alfonsín sería clave para otro pacto con un sector de la oposición peronista que lideraba Eduardo Duhalde, en 2001, cuando el país estallaba por los aires durante el gobierno de Fernando de la Rúa. De ese compromiso participó también la Iglesia Católica, entonces comandada por el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. Hay que decir que De la Rúa había llegado al Gobierno con la Alianza, que integraban movimientos de centroizquierda en los que había peronistas disidentes del menemismo, militantes del socialismo y el comunismo e independientes que en la interna habían apoyado a su vice, Carlos «Chacho» Álvarez.
Los emergentes de esos incendios fueron primero Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández. El radicalismo había quedado malherido y parecía en vías de extinción, y Néstor Kirchner sabía que para consolidar su proyecto tenía que ampliar su espacio político: había llegado con apenas el 22% de los votos y enfrente tenía al propio Menem, que había obtenido el 24%. Si no hubo balotaje fue porque el expresidente sabía que detrás de Kirchner iría todo el rechazo a su figura, que era mucho. Pero esa contradicción permanecía dentro del PJ.
Transversalidad
Así se explica la fórmula del Frente para la Victoria de 2007, con Cristina Fernández y el que había sido gobernador mendocino por la UCR, Julio Cobos. Esa coalición, dentro de una estrategia llamada «transversalidad», terminó abruptamente en julio de 2008 cuando el vicepresidente votó contra la resolución 125, de retenciones móviles a productos agropecuarios. Vale recordar que el primer Gabinete de Fernández estaba conformado por Lousteau en la cartera de Economía, Graciela Ocaña en Salud y Florencio Randazzo en Interior.
En 2015, el que era jefe de Gobierno de CABA, Mauricio Macri, también tentó al radicalismo en una coalición, que tenía como objetivo derrotar al kirchnerismo. Pero había otras opciones y en la Convención de la ciudad entrerriana de Gualeguaychú, la UCR tuvo que decidir entre una alianza con Sergio Massa, que había fundado el Frente Renovador tras distanciarse de Cristina Fernández, o con el alcalde porteño. Esa vez se acordó apoyar al ganador de una interna entre Macri y el mendocino Ernesto Sanz. Consecuencia: Macri derrotó en segunda vuelta a Scioli, pero una vez en la Casa Rosada no dejó conformes a los radicales, que siempre se sintieron excluidos de las grandes discusiones.
Los argentinos se enfrentan ahora con situaciones críticas que hacen creer que la historia en estos lares tiene recurrencias dramáticas insalvables. Quizás esas recurrencias sean la mejor explicación al fenómeno Milei, con lo que tiene de retrógrado y amenazante para la convivencia democrática.
Como Cristina Fernández y Sergio Massa, muchos dirigentes entienden que de este laberinto solo se puede salir con grandes coincidencias que demuestren las virtudes de la democracia. De hecho, la candidatura del líder del Frente Renovador dentro de Unión por la Patria es una señal en ese sentido. Y la invitación a esos sectores radicales que no se sienten cómodos al lado de Bullrich y en Juntos por el Cambio debería ser algo más que una estrategia de campaña.
Podría ser un puente para lograr coincidencias históricas que terminen con la inflación, consoliden una moneda nacional, terminen con la dictadura del FMI y demuestren que la democracia permite comer, educar y tener salud.