Opinión

Ezequiel Fernández Moores

Periodista

Lo que el negocio no entiende

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Foto: AFA

La obsesión de Mauricio Macri cumplió treinta años. En 1993 quiso comprar a Deportivo Español por 15 millones de dólares, convertirlo en Mar del Plata Fútbol Club y mudarlo a la Ciudad Feliz. Unos 2.000 socios votaron que no. Fue el primer fiasco. El segundo, más recordado, sucedió en 1995, cuando Carlos Menem intermedió presentándolo con Julio Grondona, y diciéndole que el joven heredero de Socma tenía una gran idea: los Clubes SA. El presidente de la AFA sonrió ante la iniciativa y propuso una votación de resultado cantado, porque la controlaba él mismo. «Perdimos, Mauricio», cuentan que le dijo Grondona, más «Don Julio» que nunca, tras el 35-1 que rechazó la propuesta. La tercera gran intentona fue con Macri ya presidente de la nación. Y otra vez sapo. Ahora es el nuevo turno. Y el fútbol, que paradójicamente ayudó a llevarlo a la Casa Rosada, aparece nuevamente como gran obstáculo. La AFA de Chiqui Tapia reafirmó el jueves pasado la negativa de sus clubes centenarios a poder convertirse en Sociedades Anónimas.
Los Clubes SA, es cierto, son la regla en el fútbol europeo. La imagen todopoderosa de la Premier League inglesa, sus dineros globales, es el modelo que siempre sedujo a Macri, más aún tras algunos diálogos que sostuvo con el entonces premier británico David Cameron. Italia, algo así como la Premier League de los años 80, cambió también la propiedad de sus clubes. Ya no más familias tradicionales, sino magnates asiáticos, fondos de inversión estadounidenses. España exceptúa de la moda especialmente a sus dos clubes más poderosos. Pero para ser presidente de Real Madrid hay que tener un aval personal de más de 120 millones de dólares (Barcelona le suma a eso la causa de la identidad catalana). Francia vendió a Qatar al PSG y Alemania, un caso distinto, exige que sus clubes sean propiedad de los socios (la famosa regla del «50+1», que también se aplica en Suecia).
En Sudamérica, tras su inicial aparición masiva en Chile, los Clubes SA ganaron fuerza los últimos años con su irrupción en Brasil. Pero casi en ninguno de todos esos países, Europa o Sudamérica, los clubes tienen la historia de Argentina. Clubes sociales, arraigados en su barrio, identidad, pertenencia y refugio para todos, niños, ancianos y mujeres incluidos. Ajedrez, tenis, danza, la disciplina que sea. Y una historia centenaria, que sobrevivió a las crisis económicas recurrentes, dictaduras y neoliberalismos que amenazaron el fin, como lo cuenta Luna de Avellaneda, la recordada película de Juan José Campanella. Semillero de cracks, los clubes que juegan fútbol profesional dependen de la venta de jugadores al Primer Mundo. Y claro que hay barras e irregularidades. Todo para corregir. Nada para derrumbar. ¿No es este mismo fútbol de clubes asociaciones civiles en manos de sus socios el que ganó tres mundiales y vio nacer a Alfredo Di Stéfano, Diego Maradona y Lionel Messi? ¿El que gana mundiales juveniles y hasta futsal? Quieren robarnos la pelota. Acaso no entienden que el fútbol y nuestros clubes son mucho más que un negocio.

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