12 de diciembre de 2023
El dirigente cooperativista Juan Carlos Junio reflexiona sobre las luces y las sombras del período de vigencia ininterrumpida de las instituciones constitucionales.
Dirigente. Junio es presidente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos y director del Centro Cultural de la Cooperación.
Foto: Juan Quiles/3Estudio
–¿Cómo evalúa estos 40 años a la luz de aquella promesa inaugural del expresidente Alfonsín: con la democracia se come, se cura, se educa?
–Lo primero es rescatar el simbolismo de la democracia. Cerramos una etapa, la más nefasta de la historia, que fue la dictadura genocida de Videla y Massera, entre otros, inspirada en un ideario de ultraderecha, que violó los derechos humanos e implantó un plan económico, anunciado por José Alfredo Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976, contra nuestro pueblo y enajenante de las riquezas de nuestro país. La restauración institucional significó un viraje en términos históricos, económicos y políticos, más allá de lo que significaron las violaciones a los derechos humanos y los 30.000 desaparecidos. Por lo tanto, retomar una fase democrática efectivamente fue un acontecimiento extraordinario y el presidente Raúl Alfonsín encarnó entonces la búsqueda, el afán de democracia de nuestro pueblo, y unió la idea de democracia como forma jurídica y de protagonismo del pueblo, la democracia inspirada en las ideas tradicionales inspiradas en la revolución francesa, la revolución norteamericana y nuestra revolución de Mayo. Le agregó ese contenido de que tiene que servir para la vida, por eso la frase «se come, se educa y se cura». Creo que era un valor importante.
Hemos transcurrido estas cuatro décadas y luego de una primera etapa donde hubo estertores, grupos reaccionarios de las fuerzas armadas que generaron episodios de posibilidad de ruptura institucional, eso se fue disipando y se fue consolidando el sistema de división de poderes, de elecciones. En ese sentido podríamos decir que se ha logrado instituir el sistema de convivencia de partidos políticos y de elección de Gobierno mediante el sufragio.
Ahora bien, nosotros, los cooperativistas, siempre hemos tenido la noción –compartida con otros sectores sociales, culturales y políticos– de que la democracia debe tener un sentido de lo económico, social y cultural, no solamente lo relacionado con los modos de la política. Si la democracia no tiende a resolver los vitales problemas de la ciudadanía, se debilita, se deslegitima, porque está sustentada esa legitimidad en el propio pueblo, en los propios ciudadanos. Creo que todavía tenemos deudas muy grandes que la democracia no ha logrado satisfacer, desde necesidades vitales a otro tipo de necesidades.
«La democracia no puede ser administrada solamente con el se puede y no se puede; la democracia tiene que poder.»
–En este período hubo muchos derechos conquistados que llegaron a la discusión pública a partir de importantes movilizaciones. ¿Es una de las claves de una democracia genuina la participación popular?
–Nosotros concebimos el cooperativismo con su impronta de participación social, es decir, instituciones no con membresías pasivas, sino con membresías activas, que opinen, que autogobiernen, para lo cual es imprescindible debatir ideas, elegir con un sentido. El cooperativismo tiene esta impronta desde su fundación y creemos lo mismo para el sistema político. Nuestra concepción siempre fue, y creo que más que nunca debe ser, que no solo se debe sufragar cada dos o cuatro años, sino que en el ínterin tiene que haber un fuerte protagonismo popular. De forma tal que la democracia debe tener una gran participación y un fuerte protagonismo popular. Nosotros tenemos en nuestro IMFC y en el movimiento un buen ejemplo de eso. Siempre está el reto de recrear la participación en nuestras Comisiones de Asociados, en nuestras asambleas. Nosotros administramos un banco cooperativo, siempre decimos que nuestro mérito no solo es que hayamos logrado desde hace muchos años –desde la fundación del Instituto hace 65 años, desde la fundación del Banco Credicoop hace 44– tener empresas eficientes y poder brindar un servicio eficiente a nuestros 1.200.000 asociados; en realidad, lo principal es que logramos desplegar una empresa eficiente respetando los valores fundacionales del cooperativismo. Para nosotros, esa síntesis de ambos elementos es lo que le da sentido a la organización cooperativa, siguiendo el ideario «goriniano», el ideario del IMFC, de un cooperativismo comprometido no solo con su función específica de atención de las necesidades de los asociados –por eso vuelvo al tema de la eficiencia, lo cual es absolutamente un desafío para los cooperativistas–, sino siendo sensibles y comprometiéndose con los problemas de la época, de nuestro pueblo, de nuestra ciudad, de nuestro país y del mundo.
–El proceso de memoria, verdad y justicia, los juicios a los genocidas y la lucha de los organismos de derechos humanos configuran un activo de la democracia que ahora es puesto en cuestión por el nuevo Gobierno. ¿Cuál es su reflexión ante esta situación?
–Como consecuencia del genocidio de la dictadura hubo en la Argentina una reacción que en gran parte se la debemos a las organizaciones de derechos humanos y en primer lugar a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que enfrentaron en términos culturales, ideológicos y con su cuerpo a la dictadura en el momento más dramático. Esa impronta, ese ejemplo maravilloso que primero era un núcleo bastante minoritario y aislado, porque habían infundido el terror y el miedo en la sociedad, se fue legitimando y ampliando a lo largo de los años, de los 40 años, con epicentro en las organizaciones, en Madres y Abuelas. Opino que sigue habiendo un consenso mayoritario en la ciudadanía argentina acerca de esa cuestión. Ahora esto aparece cuestionado, la vicepresidenta electa, Victoria Villarruel, lo cuestiona públicamente, y no solo eso, reivindica abiertamente a la dictadura. Creo que nosotros, desde una perspectiva democrática y desde esta tradición que marcaron los 40 años de democracia, tenemos que seguir defendiendo esas políticas, porque forman parte de nuestra visión de la democracia y de nuestra historia. Y si quieren ser conculcadas, lucharemos democráticamente para que no sean conculcadas y, muy por el contrario, sean reafirmadas por nuestro pueblo.
«Si la democracia no tiende a resolver los vitales problemas de la ciudadanía, se debilita, se deslegitima, porque está sustentada esa legitimidad en el propio pueblo.»
Así como el Gobierno tiene una legitimidad de origen por el voto, también es legítimo que los sectores sociales, culturales, económicos, que se vean afectados por sus políticas, ejerzan el derecho a la petición, a la protesta, a la demanda. En fin, eso es la democracia, hay que convivir con que las minorías acepten a las mayorías y las mayorías acepten a las minorías, todo en el marco de los derechos sociales, de los derechos democráticos, de lo que establece la Constitución, tendrán el legítimo derecho de manifestarse y plantear la defensa de sus reivindicaciones y sus derechos sociales.
–¿Cuál ha sido, a su juicio, el rol de la cultura en este período? El movimiento cooperativo creó un gran centro de las artes y las ciencias hace 21 años, ¿cuáles son sus principales objetivos?
–En el terreno de la cultura, en gran medida, se define la disputa del poder político, más que nada en los sistemas democráticos, porque en la medida en que la ciudadanía se desplaza de un lugar cultural a otro, de determinados valores culturales hacia otros, luego eso se puede expresar, no es un proceso automático el de vinculación de valores culturales con el voto, pero en la medida, insisto, en que van triunfando unos valores sobre otros, aunque eso del triunfo es relativo, no es tan claro y contundente, pero ese desplazamiento en los valores define los proyectos políticos que son legitimados por el pueblo. Precisamente la fundación del Centro Cultural de la Cooperación tiene que ver con eso. Floreal Gorini siempre insistía en que el problema es la batalla cultural, e insistía en asumir en plenitud el tema de la derrota cultural, o sea la derrota en materia de valores. Si la ciudadanía se inclina por un valor o por otro, si la ciudadanía se inclina porque en el destino de tu vida vos sos el único artífice, separado, escindido de todo proyecto colectivo, cultural, de todo proyecto educativo colectivo, ese es un modelo cultural y político. Si vos considerás que el destino de tu vida, de tu familia, está relacionado con un destino colectivo, de la comunidad, con un destino de país como tal, ese es otro proyecto político. Si vos creés que lo determinante para analizar cada fenómeno es si es negocio o no es negocio, si es negocio va a funcionar, y si no es negocio, no va a funcionar, ese es un modo de pensamiento cultural. En cambio, hay otro modo de pensamiento que es considerar que las relaciones económicas y culturales tienen que funcionar de acuerdo con un proyecto colectivo, yo creo que eso es un proyecto de nación, un proyecto de patria.
–En los distintos Gobiernos que se sucedieron desde 1983 se dieron contextos favorables o contrarios al desarrollo del cooperativismo. ¿Cuál es su balance acerca de la actividad de la economía solidaria en los últimos 40 años?
–Creo que en el mundo y también en nuestro país el cooperativismo ha tenido un crecimiento muy importante, fundamentalmente cualitativo. Me refiero a la valoración del movimiento cooperativo como alternativa de gestión social, democrática y eficiente. Creo que estamos en un momento de avanzada de la valoración y el respeto y consecuentemente de despliegue y desarrollo del cooperativismo en una gran parte del mundo y por supuesto en el país también. Creo que el cooperativismo está llamado en el presente y el futuro a cumplir un papel creciente. Porque, además, la experiencia capitalista, desde el punto de vista de los pueblos, ha mostrado sus grandes limitaciones. Porque puede resolverles negocios a los capitalistas y a su vez pueden lograr triunfos electorales precisamente porque logran imponerse en la batalla electoral en forma circunstancial, pero en realidad el mundo vive una crisis civilizatoria, la del mundo capitalista, que es una crisis de valores culturales, energética, de migraciones como en los peores momentos de la historia de la humanidad.
«Pensar que las relaciones económicas y culturales tienen que funcionar de acuerdo con un proyecto colectivo, eso es un proyecto de nación, un proyecto de patria.»
El cooperativismo puede y debe ser un modo de gestión democrática y eficiente que conviva, que coexista con otros modos de gestión, con la actividad privada; nosotros creemos mucho en lo público, en el rol de lo público, la combinación de esos factores en la que el cooperativismo tenga un rol importante, puede ir encauzando una perspectiva mucho más democrática para los pueblos.
–Conmemoramos los 40 años con el inicio del mandato de un presidente de ultraderecha. ¿Cuánto tienen que ver las deudas sociales de la democracia que mencionó antes con la irrupción de un liderazgo de esas características votado masivamente por la ciudadanía?
–Creo que en el fondo la respuesta a estas reacciones de la ciudadanía, que circunstancialmente vota a estas propuestas de derecha, está en las deudas de la democracia. La democracia no puede ser administrada solamente con el se puede y no se puede; la democracia tiene que poder. Para poder hay que generar medidas que favorezcan la vida de los pueblos, y para generar esas medidas hay que estar dispuestos a disputar con los poderes concentrados que tienen una actitud egoísta e insensible. Por lo tanto, los Gobiernos democráticos tienen que interpelar a los pueblos para que los apoyen en esas medidas a favor de las grandes mayorías. Y si eso no se hace, la democracia tiende a debilitarse y a vaciarse y entonces se pueden generar esos relatos y esos consensos, producto de la desilusión y la desconfianza. Nosotros siempre creemos y tenemos confianza en que si logramos reencauzar el reclamo en ese sentido, si logramos mantener unidos a los sectores democráticos para que realicen su debate, pero que sostengan a su vez la unidad de quienes tienen una perspectiva democrática y popular, creo que vamos a poder retomar la posibilidad de establecer Gobiernos y políticas a favor de las grandes mayorías. Suele decir el exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, y vale la pena inspirarse en él, que vivimos una época de Gobiernos efímeros, tanto de un tono político como del otro, y creo que en el fondo eso efímero está dado porque esos Gobiernos no terminan de satisfacer las necesidades populares, terminan cediendo a los poderes mundiales y locales, y entonces se genera la insatisfacción y esos vaivenes. Creo que lo de fondo es recuperar proyectos auténticamente progresistas.