La disciplina que protagoniza un inédito boom editorial llegó a la escena política a través de la creación de la Unidad para el Desarrollo del Capital Mental. Discursos cientificistas, apuesta al mercado y polémicas recetas para «salir de la pobreza».
22 de febrero de 2017
(Ilustración: Pablo Blasberg)
Neuroimágenes, neuroplasticidad, programación neurolingüística, neuromarketing… ¿Llegó el turno de la neuropolítica? La historia comienza en julio pasado, con la creación de la Unidad de Coordinación para el Desarrollo del Capital Mental por parte del gobierno bonaerense. La gobernadora María Eugenia Vidal lo anunció acompañada por el neurólogo y neurocientista Facundo Manes, referente central de esta iniciativa, hombre de filiación radical con reconocidas aspiraciones políticas por entonces, y que hoy suena en boca de todos como posible candidato del oficialismo para las próximas legislativas.
Con su particular amalgama de conocimiento basado en la evidencia y filosofía del éxito, Manes explicó allí que la pobreza es un «impuesto mental», ya que genera esquemas de pensamiento que dificultan la posibilidad de idear un proyecto de vida y tiende, por lo tanto, a perpetuar la exclusión y la falta de oportunidades.
El pediatra Esteban Carmuega, el neonatólogo Miguel Larguía y los psiquiatras infantojuveniles Andrea Abadi y Christian Plebst integran, junto con Manes, un Consejo Consultivo Científico que asesora ad honorem esta Unidad de Coordinación, la cual fue puesta no en la órbita de las carteras de Salud, Educación o Cultura, sino del Ministerio de Coordinación y Gestión Pública, área a cargo de Roberto Gigante, para «asesorar en la elaboración de políticas tendientes a la protección y promoción del capital mental», así como diseñar «programas que busquen establecer el cuidado, desarrollo y protección del capital mental como eje rector de las políticas públicas», según consta en el Decreto N°958/16 publicado en el Boletín Oficial de la provincia.
Manes, autor de los best sellers Usar el cerebro y El cerebro argentino, es además el rector de la Universidad Favaloro, director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO), investigador del CONICET y profesor de Psicología Experimental en la Universidad de Carolina del Sur (EE.UU.). A decir verdad, su nutrida actividad pública de los últimos meses –que incluyó haber recibido el Premio Domingo Faustino Sarmiento otorgado por el Senado de la Nación– tuvo poco que ver con la Unidad de Coordinación, pero sí se dedicó a popularizar el concepto de «capital mental». Según su visión, el éxito tanto individual como social, la igualdad, la justicia social y el bienestar de la comunidad dependen en forma directa de ese capital mental, que sintetiza la capacidad de cada cual de aprovechar su talento. El capital mental de los ciudadanos de una nación, caracterizado por su «capacidad cognitiva, de aprendizaje flexible y eficiente, las habilidades sociales y de adaptación frente a los desafíos y tensiones del entorno», es lo que determina las posibilidades de prosperar (o no) en un mercado global y dinámico como el actual.
En un reciente reportaje fue aún más lejos: «La riqueza, en la actualidad, no está dada por los recursos naturales ni por el capital financiero», sino por «el conocimiento» y por «cuidar los cerebros de la población».
La Unidad creada por la gobernadora Vidal para convertir estas ideas en política de Estado emergió públicamente con un par de encuentros divulgativos y un documento de 73 páginas publicado en la web oficial. Allí se explica que el de «capital mental» es «un paradigma superador» aplicado en países como India, China, Estados Unidos o Gran Bretaña, y que se inspira en las ideas del economista (Premio Nobel 1998) Amartya Sen. Pero Sen hablaba, más ampliamente, de «capital humano»: no lo restringió a lo «mental».
El documento resume en abstracto qué factores favorecen el desarrollo cognitivo en cada etapa de la vida y ofrece un cuadro sinóptico de algunas intervenciones puntuales –a nivel nutricional, sanitario, pedagógico o de cambios de conducta– realizadas en pequeña o mediana escala en diversas partes del mundo y qué resultados midieron. El ideal propuesto parecería apuntar a guiar acciones asistenciales «basadas en la evidencia», expresión propuesta como garantía de aval científico, pero persiste la intriga respecto de los qué y los cómo.
Empezar de cero
El sujeto desaparece mientras el cerebro ocupa su lugar; y una gran franja del público se complace de ser interpelada solo como órgano pensante y dejando de lado todo lo demás. La mala imagen de la educación pública (y la percepción de su fracaso como factor de ascenso social), el descrédito en la política tradicional y la idea fija de «empezar de cero», más la visión de la ciencia como «fuente de certezas», colaboran para darle su atractivo a esta suerte de «neuropolítica» a los ojos de un amplio sector de la opinión pública.
La connotación negativa de «impuesto mental» como un lastre que la pobreza impone al «capital mental» que reside en el cerebro también hace foco en ese mismo público: poco parece tener que ver con el rol del Estado, o con la visión del mundo de quienes tendrían derecho a considerar al impuesto no como una merma en la acumulación de riqueza, sino como una porción de la riqueza social necesariamente destinada a retornar a la comunidad en educación, salud, seguridad, salarios de la administración pública o políticas de desarrollo.
La otra cuestión que sigue siendo objeto de debate en las redes es la relación lineal que se establece entre pobreza y «esquemas de pensamiento».
Sobre las consecuencias de una mala alimentación para el desarrollo del cerebro, por ejemplo, existen pocas dudas. Las carencias materiales sufridas en la gestación, la infancia y la adolescencia suelen dejar huellas más determinantes que las producidas en la vida adulta y tal vez más difíciles de revertir. Pero pasar de ese nivel de análisis a hacer inferencias sobre el mundo de las ideas siempre es delicado.
Por lo pronto, las líneas rectoras de esta iniciativa muestran coherencia con la filosofía de la fuerza gobernante y su apuesta al mercado. También la idea de poner a trabajar ad honorem a los cerebros más exitosos para que le revelen a la sociedad su secreto había sido ensayada en el ámbito porteño con la creación del think tank integrado por los líderes de Google, Mercado Libre, el Grupo Insud, Los Grobo y otras empresas emblemáticas de la llamada «economía del conocimiento». Las neurociencias reclamaban su lugar en este escenario, y empiezan a tener oportunidades de mostrar cuál es su eficacia desde un lugar de poder, o muy cercano a él.