29 de marzo de 2017
Dolly. El primer mamífero clonado se exhibe embalsamado en el Museo Nacional de Escocia. (Sandra Rojo
Quienes defienden la «sabiduría de la repugnancia» afirman que el mismo sentimiento de rechazo visceral que experimentamos ante la idea del crimen o el incesto nos habilita a rechazar también el «diseño de bebés», la clonación, la búsqueda de la vida eterna u otras potenciales prácticas a las que nos habilitan los adelantos tecnocientíficos.
Este concepto es abordado por Olle Häggström, un polifacético científico y filósofo miembro de la Academia Sueca, en su reciente ensayo Aquí hay dragones (Teell, 2016), donde traza una suerte de mapa de las tecnologías a las que atribuye mayor impacto potencial en el futuro de la humanidad. El argumento de la «sabiduría de la repugnancia», a su entender, no es nuevo –ni tampoco lo cree correcto–, pero sí está implícito en muchas posturas, y no siempre de manera consciente.
Ayer y hoy
La discusión sobre los fundamentos de lo moral obviamente es ancestral, pero el término «sabiduría de la repugnancia» fue acuñado por el bioquímico y bioético estadounidense Leon Kass en un artículo titulado, justamente, «The wisdom of repugnance». En la web de las Facultades de Medicina, Ciencias y Farmacia de la Universidad de Navarra puede leerse una versión abreviada en castellano del artículo, cuyo original se publicó en 1997 en la revista The New Republic.
Aunque admite que «la repugnancia no es un argumento definitivo» y que «algunas repugnancias de ayer son hoy aceptadas», Kass sostiene allí que, «en asuntos cruciales», este sentimiento «es la expresión emocional de una sabiduría honda, que está más allá de la capacidad de la razón para articularla». Una persona puede no ser capaz de explicar por qué le parece condenable el incesto, la antropofagia o violar o matar a otro ser humano, pero la sospecha ética debe recaer más bien sobre quien pregunta por qué está mal, o incluso sobre quien intenta recurrir a una racionalización para explicarlo y no, sobre quien simplemente siente repugnancia por el hecho.
Kass apuntaba concretamente contra la clonación humana. La actual cultura narcisista lleva a que «solo serán aceptables los hijos que cumplen plenamente nuestros deseos», y de allí, sostiene, a justificar la clonación y otras prácticas eugenésicas como simples opciones para potenciar la libertad individual.
Algunas voces progresistas podrían habérsele sumado de no ser por su espíritu marcadamente conservador, ya que el teórico de la «sabiduría de la repugnancia» no oculta para nada su perplejidad ante las «nuevas familias» formadas por parejas del mismo sexo y el quiebre de la «ley natural» de que un hijo sea necesariamente el producto del sexo entre un varón y una mujer, gracias a las técnicas de fertilización asistida.
El caso es que explotar un sentimiento visceral puede llevar justamente al otro extremo del relativismo moral. Häggström piensa que este concepto de «repugnancia» puede sonar atractivo cuando se ve lo difícil que es sostener cualquier argumento moral sin tener que detenerse en algún punto para hacer una afirmación arbitraria. Con el «juego del porqué», llevado hasta las últimas consecuencias, un chico de cinco años puede ganarle la discusión a un adulto, que en algún momento tendrá que soltar un «porque sí». O para ser más elegante: «Porque es evidente». Pero que no hay que dejarse engañar: ¿acaso la repugnancia no se usó históricamente para justificar persecuciones? Otra especialista en bioética, Rebecca Roache, propone en su lugar una variante en el juego: la sabiduría de reflexionar sobre la repugnancia. Tal vez sentir sea solo el comienzo.