Con el flamante «Random», el músico entrega una colección de canciones que están a la altura de lo mejor de su obra. Letras confesionales, apuntes sociales, melodías inspiradas y estribillos adhesivos que llevan el inconfundible sello de su autor.
29 de marzo de 2017
(Télam)
El título periodístico es que Charly García sacó un disco nuevo. Tal vez de tan fresca, de tan cercana, no se llega a dimensionar la importancia de la noticia. Se trata del último eslabón de una obra extraordinaria que Charly cimentó de cara a un público que acompañó –perplejo y maravillado– cada una de sus curvas y contracurvas. Y que en los últimos años contempló las consecuencias de una medicación fuerte, a la que se sumó un deterioro físico general que incluye dolores en las caderas al caminar. Entonces la noticia es que Charly, este Charly, logró sacar un disco nuevo. Lo que nadie esperaba es que fuera a estar a la altura de lo mejor de su obra.
Random está integrado por diez canciones que dialogan con diferentes etapas de su trayectoria, especialmente con Parte de la religión (1987), el período de Charly más influenciado por Prince. Lo último había sido Kill Gil, un problemático y enrevesado disco que estaba listo para salir en 2007 pero que, finalmente y luego de peripecias lamentables –alguien lo subió a Internet y la edición se demoró– fue publicado en 2010. Como apuntó el ensayista-bloguero y fan Martín Zariello, desde 1972 en que se publicó el primer disco de Sui Generis, Vida, nunca la Argentina había estado tanto tiempo sin música nueva de Charly García. Lo que parece un comentario fundamentalista, grandilocuente o retórico, tiene una determinada implicancia en términos culturales: Charly García ha funcionado como antena de aspectos sociales que pasaban inadvertidos y más allá de sus desplantes, derrapes y ataques de ego, constituyó en 45 años de trayectoria una obra que supo catalizar cierto inconsciente colectivo. Ese es su filo, ahí está su trascendencia cultural. Es la gran diferencia que se establece con el otro gran tótem del rock argentino, Luis Alberto Spinetta.
La obra de Charly se puede cuestionar estética e incluso políticamente; lo que tal vez sea injusto es poner en duda su honestidad. Random está lejos de ser un disco «de diseño». Si bien tiene una producción significativa alrededor, lo que late en cada una de las diez canciones es un sonido absolutamente «García». Se palpa el sabor del chef: no hay engaño posible, es un disco 100% Charly. Se hizo cargo de casi todos los instrumentos (en los créditos figura en «voces, piano, teclados, guitarras eléctricas y acústicas, bajos, Ipads, baterías electrónicas, samplers, loops y programaciones») y lo que despliega en el disco es un auténtico «random» que apunta a diferentes aristas de su trayectoria. En lo letrístico se apoya –como siempre– en lo autorreferencial, lo confesional, la crítica de costumbres, el apunte social; en lo musical se pueden advertir pasajes que remiten a «Buscando un símbolo de paz» o «De mí», entre otras.
No se trata ni por asomo de autoplagio: es la recreación de un sonido que él mismo proyectó, y de sus influencias. Desde que Jorge Lanata le dijo en televisión hace mil años que a su juicio su música se repetía (a lo que Charly le respondió un histórico: «Me parece que vos sos un pelotudo»), se puede advertir un murmullo de charlatanes de feria que marcan similitudes entre canciones, algo que no le pedían, por caso, a Leonard Cohen o a Spinetta y no le piden a los Rolling Stones, a Bob Dylan o a Paul Mc Cartney. A cierta altura, los artistas parecen sentirse cómodos moviéndose entre un sistema de citas y la tendencia se profundiza a medida que pasa el tiempo: el rock and roll ya cumplió 60 años y es, de alguna manera, el folclore urbano global. Imposible no repetir secuencias de acordes, en la milonga, en la chacarera, en el reggae o en el rock.
Lista de temas
Después de la lucidez del primer corte, «La máquina de ser feliz» –un tema que habla de la soledad–, se escucha un rock and roll que hace acordar al Fito Páez paradójicamente más Charly: «Ella es tan Kubrick».
«Primavera» es un tema sorprendentemente adhesivo, dominado por un sonido de banjo y por versos que enlazan la adolescencia perpetua con cierto vampírico afán de eternidad («Al fin llegó la primavera/ al fin saldremos a pasear/ al fin al viento las polleras/ al fin piropos al pasar/ Porque siempre estaré pronto a renacer/ Porque hoy estoy más joven que ayer») y que parte de una elocuente autorreferencia para cuestionar, otra vez, las maneras de la (in)comunicación: «Ahora que estoy rehabilitado/ saldré de gira y otra vez/ me encerrarán cuando se acabe/ y roben lo que yo gané (…) No me mostrés tus celulares/ con su gramática fatal/ Arroba, punto, ja ja, sabés /Gramática de vegetal».
«Rivalidad» es puro Prince, con un estimulante estribillo que dice, simplemente, «Cambiarme baby». La idea del cambio, o mejor dicho la idea de señalar a aquellos que lo han querido cambiar, está presente en una gran canción con breve letra: «Otro». «Yo quería ser fascista, pero no me fue bien/ Después psicoanalista, pero ahí me asusté/ La medicina quiere otro, otro, otro/ Querían a otro en mi lugar». «Lluvia» es una hermosa balada rock, una tersa canción de amor que vuelve a remitir al cine, una vieja pasión de Charly, presente en varios pasajes de su trayectoria: «Ya ves que no te puedo dejar/ las cosas que quisiste tener/ ya ves, amantes otra vez/ por eso es que hoy llovió/ Me escapé una vez/ me metí en un cine sucio/ y vi cómo él bailaba en la lluvia/ Era una película gastada/ una película en color».
«Amigos de Dios» es una crítica a los sanadores de las trasnoches televisivas, tal vez la única letra que desentona en su falta de actualidad: el de los «pastores electrónicos» es un fenómeno que ya cumplió varias décadas. La canción tiene un par de frases contundentes: «¿Con qué mierda drogan a la gente?», y luego «toda esta mierda sucedió el día que Tinelli nació».
«Believe» (cantado en inglés, casi un tema de Los Shakers), «Spector» y «Mundo B» configuran una trama que conduce directamente al rock inglés de los 60, como un DNI que hoy Charly elige blandir al viento con más ímpetu que en otras épocas, y que se suma al halo adolescente que recorre el disco de principio a fin.
Maradona del rock
La voz aparece demasiada procesada. Secundada por Rosario Ortega, ostenta una prolijidad artificial, innecesaria. Fernando Samalea y Antonio Silva se hacen cargo de la batería y Kiuge Hayashida de las guitarras. La producción y la mezcla es de un viejo conocido, Joe Blaney, y de Nelson Pombal. Dedicado a María Gabriela Epumer y al Negro García López, dos queridos caídos del mundo Charly, resulta significativo cómo sorteó el largo período Say No More, esa etapa oscura y algo caótica que el músico siempre reivindicó. Casi no existen los pasajes climáticos y lo que se impone son canciones con todas las formalidades del buen pop: breves, con planteo y estribillo, totalmente silbables.
No es sencillo mensurar la importancia de Random sin tener en cuenta el momento particular que atraviesa Charly García desde hace algunos años, post rescate de Palito Ortega. La perspectiva histórica es necesaria, en este caso y siempre. Lo que sorprende y gratifica es que no es, como se dijo por ahí, «el mejor disco de Charly posible»; es, simplemente, un muy buen disco, que por melodías, producción y letras destaca de la media del mainstream del rock argentino.
Había muchas dudas sobre el estado de salud y el estado artístico de García. Este disco, de alguna manera, es una respuesta a esa doble inquietud. Una respuesta digna, una suerte de «la pelota no se mancha» de nuestro Maradona del rock. El tiempo dirá si hablamos del canto del cisne o la puerta abierta hacia un milagro. Por el momento la noticia es que Charly tiene nuevo disco: apenas echado a rodar este 2017, por el peso específico de las canciones, ya es la noticia musical del año.