Opinión

Pedro Saborido

Escritor y humorista

Tiempo de ser eficientes

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Una señorita llamada Marisol entra a un local de ropa y accesorios. La vendedora la atiende.
–Hola –dice Marisol.
–Hola, ¿cómo te va? Decime… –contesta la vendedora con ese exacto y maravilloso tono entre la amabilidad, la complicidad y la cancherez que tan bien suelen lograr.
–Vengo a cambiar esta solerita, es un regalo de cumpleaños, acá está la bolsa.
–¿Te queda grande, chica o no te gustó?
–Bueno. Es un lindo regalo… pero prefiero otra cosa.
–¿Quién se equivocó? –pregunta severa la vendedora.
–No entiendo… –contesta Marisol.
–¿Quién te hizo ese regalo y se equivocó? ¿Cómo se llama?
–Fernanda, es una amiga. La compró acá. Me lo regaló y me dijo: «Si no te gusta, la podés cambiar». Que alcanzaba con mostrar la bolsita…
–Tu amiga Fernanda es una imbécil. O una hipócrita. Se dice tu amiga, pero te lleva una solerita de mierda y te dice «si no te gusta la podés cambiar». Forra… –sentenció la vendedora.
–Me dijo que eso le dijeron acá.
–Mirá, Marisol, el mensaje que les damos a las chicas que reciben regalos comprados acá es muy claro: «Si no te gusta, la podés cambiar». O sea, el regalo va con la posibilidad de tener un error, la posibilidad de equivocarse. Obviamente que este no es un error. No de tu amiga Fernanda, «tu amiga Fernanda». El error es tuyo. Por tener una amiga como Fernanda, frente a lo cual hay tres posibilidades:
A) No te conoce.
B) Es una idiota.
C) Es una egoísta que no está dispuesta a gastar dinero o tiempo en regalar algo que te conmueva.
En cualquiera de los casos no merece ser tu amiga. No podés tener de amiga a una persona que no te conoce, es idiota o es egoísta. Cuando decimos «Si no te gusta, la podés cambiar» no nos referimos a la prenda. Nos referimos a tu amiga. «Si no te gusta, la podés cambiar… a tu amiga». El asunto no es la solerita o lo que mierda te compre. El asunto es la amistad. Eso tenés que cambiar. Fernanda te hizo este regalo de compromiso. No hay amor acá.
–¡Buah! –Marisol estalla en un llanto.
–Decilo, Marisol, decilo –alienta la vendedora, ahora contenedora.
–Nancy… Nancy sí acertó con el regalo. Llegó a mi cumple y yo ya sabía… Abrí la bolsa y tenía el pijama de Sarah Key. Fue como una explosión de alegría «Ahhh» dije apenas lo vi. Y Nancy sonreía de satisfacción. Me encanta Sarah Key. Tengo todo. La waflera de Sara Key, el set de destornilladores de Sarah Key…
–Qué lindo lo que contás… De eso se trata. De tener amigas que te conozcan, que se tomen el trabajo de buscar eso que te va a dar felicidad. ¿Sabés cuanto sale esta solerita que te regaló «tu amiga» Fernanda? El equivalente de ocho dólares.
–Ah, pero rata inmunda, con la que se lleva como gerenta de Danonne. Encima se tomó ella sola el Emma Zucardi Bonarda que es un vinazo. ¡Y ni siquiera lo trajo! Además, se clavó medio lemon pie. Y no sé si me afanó dos Siemprelibre cuando fue al baño.
–¿Viste? Ahora, fijate esto…
Desde atrás de la cortina de un vestidor, aparece una chica de edad similar a la de Marisol, que enseguida se presenta.
–Hola. Me llamo Clarisa. Mirá lo que tengo para vos… –dijo extendiendo una cajita.
–¡Ahhh! ¡El ibuprofeno de Sarah Keyyy! ¡Me muerooo! –estalló de alegría Marisol.
–Sí… –dijo pícara Clarisa–. Y el de frutilla, que es el que te gusta a vos.
La vendedora sonrió con ese beneplácito de conductor de programas donde le cumplen un sueño a la gente. Y enseguida acotó:
–Yo como vendedora sé de esto. Que si algo no te gusta, lo podés cambiar. Llevate a Clarisa. Dejala a esa Fernanda. En un regalo, en esa mercancía se juega mucho más que el valor monetario. Hay un intercambio mayor, hay un comercio mayor.
–Yo pensé siempre que en un regalo se suspendía por un momento el capitalismo. Que era un acto de desprendimiento, un acto de pura generosidad.
–Te equivocás, Mariela. En un regalo se comercia afecto, prestigio, valoración del que recibe el regalo. El intercambio nunca se suspende. Siempre hay algo en trueque. Siempre hay un negocio.
–¿Pero eso está bien?
–No sabemos si está bien, pero por ahora vienen tiempos donde el dinero va a ser más importante porque amenaza faltar. Vas a pensar las compras que hacés, vas a charlar de lo que gastaste en la verdulería. Vas a mirar indignada lo que te cobraron un café y un scon de queso. Vas a estar más atenta a la cuenta del banco. Cuando el neoliberalismo aprieta, llega el miedo y nos ponemos a hablar de lo mismo. Estamos atrapados en un tema: el dinero. Por eso no está mal que te ajustes y seas más eficiente en todo lo que hacés. Y en este caso, las amigas con las que estás. Te conviene más Clarisa que Fernanda como amiga.
–Okey, me llevó a Clarisa entonces.
–Claro. Dejás la solerita y con diez más, te la llevás a Clarisa y el ibuprofeno. Te aseguro que esta Clarisa te calza justo. Es re gamba, re piola. Y… (cambia el tono) tiene una puntería tremenda para habilitarle chongos a las amigas…
–Bueno. Me llevo a Clarisa. ¿Puedo pagar con tarjeta?
–Obvio, pero no dejes de mirar cuánto llevás gastado este mes. Hay que estar atenta y ser eficiente. Te lo digo como amiga.

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Opinión | Pedro Saborido

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