15 de marzo de 2024
En el mundo del cine, la música, el teatro y los libros levantan la guardia para resistir el impacto de la recesión y las iniciativas del Gobierno nacional.
Mala señal. Con el nuevo escenario político, varias películas se frenaron en mitad de su producción.
Foto: Prensa
La ley Ómnibus que puso en máximo alerta a la cultura no avanzó en el Congreso, pero la incertidumbre y el temor persisten. La situación se agrava con el impacto de la recesión y la ausencia de interlocutores en el Gobierno nacional. Mientras el horizonte no se proyecta más favorable que la coyuntura, productores, artistas, empresarios, libreros y editores se plantean cómo posicionarse ante argumentos precarios e informaciones falsas y enfrentar una política que pone en riesgo al conjunto de la actividad.
«Estamos en una especie de limbo», dice Vanessa Ragone. La productora y realizadora de cine y televisión expuso junto con el cineasta Santiago Mitre en el plenario de comisiones de la Cámara de Diputados durante la discusión de la ley Ómnibus. «Desde que cambió el Gobierno no tenemos noticias sobre planes de fomento para el cine. Hay una falta total de diálogo, no sabemos con quién hablar», agrega.
Presidente del Instituto Nacional de la Música entre 2014 y 2022, Diego Boris destaca que «si bien los organismos de fomento siguen funcionando, hay un daño producido en el hecho de que no todos tengan sus autoridades para evitar que los proyectos artísticos se caigan». En el Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales (Incaa), el Gobierno acaba de nombrar al ingeniero industrial Jorge Maximiliano Keczeli como «responsable interino a cargo». Y la reciente designación del coleccionista de arte Tulio Andreussi Guzmán como presidente del Fondo Nacional de las Artes no despeja la incógnita sobre una institución que el Gobierno quería cerrar.
«El Inamu tiene autoridades vigentes, pero nadie se termina de salvar solo. La cultura es un fenómeno mucho más potente que cualquier necesidad de competir y tiene una lógica de avanzar en términos colectivos entre las distintas disciplinas», señala Boris, uno de los gestores de la Mesa de la Industria y la Actividad Musical Argentina, que reunió firmas de profesionales y organizaciones del sector contra el desfinanciamiento de la cultura.
«Obvio que es mejor no haber perdido la Ley del Libro», dice el editor Víctor Malumián en relación con una iniciativa de La Libertad Avanza rechazada en bloque por editoriales y librerías. «Era una desregulación sin sentido, que nadie pidió; pero la baja de las ventas es tremenda y el precio del papel ya representa el 50 % de los costos», agrega el también organizador de la Feria de Editores (FED).
Según estimaciones del sector, las ventas en librerías disminuyeron entre un 30% y un 35% entre diciembre y enero, con la devaluación y la inflación de fondo. El panorama pareció aún más desolador después de una reunión en la que representantes de la Cámara Argentina del Libro fueron recibidos por funcionarios nacionales. «Las autoridades de cultura no tienen idea de qué hacen y de por qué lo hacen. Ignoran que el libro es un objeto económico, una industria que produce trabajo e ingreso de divisas», se indigna un editor que pide no ser identificado.
Salir al ruedo
Los argumentos expuestos por el secretario de Cultura Leonardo Cifelli ante el Congreso no excedieron las frases hechas del presidente Javier Milei, pero deben ser contestados, enfatiza Diego Boris: «Se podría debatir por qué se fomenta a la cultura y de dónde salen los fondos, porque claramente no provienen del Presupuesto nacional. Hablemos de cómo la cultura genera riqueza y de cuánto de inversión hay de los propios artistas en los proyectos, porque los subsidios no cubren más del 25% o 30% de los presupuestos».
A falta de esa discusión, cuentas ligadas con el oficialismo en las redes sociales tratan de formar sentido común con información falsa. «Hay un grandísimo prejuicio sobre el cine como una actividad innecesaria –se lamenta Vanessa Ragone–. Al cine lo hacen empresas que tienen obligaciones impositivas y que dan trabajo incluso por fuera del sector».
No hay que confundir argumentos con chicanas, puntualiza Boris. «La idea de que no se puede fomentar la cultura porque hay chicos con hambre parte de un supuesto falso. Hablemos de la concentración y de la distribución de las riquezas: ahí está la solución de ese problema, y no en asignaciones específicas al fomento de la cultura que vienen de impuestos al juego, de la publicidad o de dinero que generan la propia actividades», agrega el músico.
El diario La Nación contribuyó a la campaña del Gobierno con un editorial y una nota en las que atacó las políticas públicas hacia la cultura en general y en particular el apoyo estatal a la producción cinematográfica. Ragone subraya «las falsedades concretas e ideológicas» y «la mala voluntad» de los cuestionamientos, focalizados en la venta de entradas. «El cine es una producción cultural que no se reduce a la taquilla. El 10% de las películas que un país hace con fomento llega al gran público y el resto tiene otro recorrido en plataformas y en otros circuitos. Al cine argentino le cuesta entrar en las pantallas nacionales, que les pertenecen a tres empresas internacionales», dice la productora.
Bolsillos flacos. Entre diciembre y enero, las ventas en librerías disminuyeron entre un 30% y un 35%.
Foto: Jorge Aloy
Aun sin el proyecto de ley llevado al Congreso, la cultura ya acusa la retracción de la actividad. «Hay películas que se iban a hacer, y no se hacen, es decir, gente que se queda sin trabajo; hay películas que se frenaron en mitad de su producción y proyectos que esperaban terminarse o participar en festivales internacionales están parados. Formamos parte de pymes afectadas por decisiones terminales del Gobierno», detalla Ragone.
«En el campo editorial se postergaron para 2025 novedades previstas para este año. Como pasa cuando hay una crisis, se recorta lo más experimental y lo más costoso», apunta Malumián. «Es muy triste: la mayoría de los potenciales lectores no pueden comprar nuestros libros. Venía pasando, pero se agudizó en los últimos dos meses», posteó el editor Damián Ríos en la red X.
Trama colectiva
Carlos Rottemberg encontró una solución antes de que apareciera el problema. En octubre del año pasado, cuando el ajuste brutal de Javier Milei era una amenaza difusa, anunció una política de «precios amigables» para la temporada teatral de Mar del Plata y mantuvo el valor de las entradas. «Contradictoriamente con todos los números de consumo tuvimos un resultado notoriamente positivo en relación con la asistencia. Con menos turistas, la gente fue más al teatro», cuenta el empresario.
Con 49 años de actividad ininterrumpida y la experiencia de otras crisis, Rottemberg relativiza la alarma ante el presente. «Entre la dictadura, los actores prohibidos, la hiperinflación, el corralito, el plan Bonex, el dólar negro ahora llamado blue, la crisis de 2001, la epidemia de gripe A, la pandemia y la actualidad, no me animo a decir cuál es la peor situación; pero hay una incertidumbre general y afecta al bolsillo hogareño y al de la clase media, que es el principal cliente del teatro», señala el empresario.
La resistencia contra la ley Ómnibus aglutinó a sectores que no habían coincidido previamente. Boris reivindica las respuestas colectivas. «Tenemos que aprovechar esta situación que nos unió», propone. «Las personas que creemos en el arte como una forma de comunicación y una forma de vida tenemos que tomar conciencia de que nadie se salva solo». Vicepresidenta de la Cámara Argentina de Librerías Independientes, la escritora y librera Cecilia Fanti teme que el paréntesis que siguió a la caída de la ley Ómnibus sea «la calma que antecede a otra tormenta», pero confía en la articulación de esfuerzos: «Tal vez sea ir contra la corriente, pero en el largo plazo nos dará sus frutos».