1 de mayo de 2024
Sede del Mundial 2034 y con figuras como Cristiano, Neymar y Gallardo, la monarquía se abre paso como actor global. Lavado de imagen y el lado B de un fenómeno geopolítico.
Liga pro. Fanáticos del Al-Ittihad en el estadio Ciudad Deportiva Rey Abdullah, en el duelo ante el Al Ahli SFC, el 1 de abril.
Foto: Getty Images
«Tengo a Luis on fire», comenta uno de los investigados. Luis es Luis Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) que debió renunciar después del escándalo por el beso no consentido a Jenni Hermoso, campeona con España en el Mundial 2023. Rubiales estaba on fire, revela una investigación judicial por corrupción y lavado de dinero que incluyó allanamientos a la RFEF y en la que está implicada Kosmos, empresa del exfutbolista Gerard Piqué, porque una constructora amiga iba a levantar estadio, ciudad deportiva y hotel en Arabia Saudita, sede de la Supercopa de España 2024.
El Al-Awwal Stadium de Riad, capital árabe, también albergó en enero la Supercopa de Italia. «Es inaceptable que juguemos una competición nacional en un territorio extranjero: el fútbol italiano es un patrimonio popular que debe estar al alcance de todos –firmaron los Ultra Lazio–. Abandonaremos el viaje. Este fútbol es la mercantilización de la pasión que nos une a todos, hinchas de la Lazio y otros clubes».
Sede de copas, desembarco de estrellas en la Saudi League –de Cristiano Ronaldo a Neymar–, club propio en la élite (Newcastle de Inglaterra), inyecciones de dinero en otros y entrega de la FIFA para ser país organizador del Mundial 2034: Arabia Saudita se abre paso como actor global del fútbol-negocio.
En 2023, según un informe de la organización Play the Game, 83 de los 323 patrocinios de Arabia en el deporte (42%) fueron al fútbol (en el podio, el deporte motor, con 34, y el golf, con 33). Es, según los expertos, un caso clásico de sportswashing, una praxis que blanquea imagen para legitimar a través del deporte, como Qatar 2022. «Debería quedar muy claro en la FIFA que Arabia Saudita está intentando utilizar el glamour y el prestigio del deporte como una herramienta de relaciones públicas para distraerse de su pésimo historial de derechos humanos», advirtió Amnistía Internacional después de que Gianni Infantino, presidente de la FIFA, promocionase las relaciones públicas con Arabia Saudita en un video en el que destacó que la comida saudí es «deliciosa».
«Arabia Saudita tiene un paisaje asombroso, una historia increíble –dijo Infantino en el spot–. El mundo debería venir y verlo». Todavía no le había adjudicado el Mundial 2034. Mohamed bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudita y dueño del Newcastle mediante el Fondo de Inversión Pública, según un archivo de inteligencia estadounidense, aprobó «una operación para capturar y matar» al periodista Yamal Jashogyi, crítico de la monarquía saudí. Petróleo, armas, geopolítica y fútbol, el viejo deporte rey aún vivo.
Megaestrella. Presentación de Cristiano en Al Nassr, uno de los equipos más fuertes.
Foto: NA-Reuters
Lejos del paraíso
Después del éxito de Qatar 2022, Arabia Saudita, líder del golfo Pérsico, provocó un terremoto en la estructura de poder de las contrataciones en el fútbol. Europa, que esquilma al fútbol sudamericano, puso el grito en el cielo por la llegada a la Saudi League de algunas de sus figuras para ganar más dinero.
A Cristiano Ronaldo (Al-Nassr) y Neymar (Al-Hilal) se le sumó Karim Benzema (Al-Ittihad). Y hasta un argentino: Marcelo Gallardo (Al-Ittihad), DT multicampeón con River. Fueron, según el sitio Transfermarkt, 873 millones de euros en 190 futbolistas. Poco más de un año más tarde, hay jugadores que, arrepentidos, ya abandonaron Arabia. El inglés Jordan Henderson –capitán del Liverpool campeón de la Champions 2018/19, brazalete arcoíris LGBTQI+– jugaba en el Al-Ettifaq. Antes de que se fuera en enero, el equipo había sumado nueve partidos sin ganar, algunos ante menos de 1.000 espectadores. Henderson ganaba 820.000 euros por semana. Pasó al Ajax neerlandés. «Durante esos cinco meses en Arabia –dijo– aprendí mucho sobre mí. ¿Cuáles son mis motivaciones? ¿Por qué juego al fútbol?».
El español Aymeric Laporte cambió el Manchester City por el Al-Nassr, club en el que sigue. «Hay muchos jugadores descontentos, aunque no vinimos solo por el fútbol –sostuvo Laporte–. Negociás una cosa y no te la aceptan después de haberla firmado». Otros futbolistas de nivel de selección le dijeron directamente que no al los árabes. «No podía darme el lujo de no respetar el fútbol», dijo el francés Samuel Umtiti, campeón del mundo en Rusia 2018, y regresó al Lille de su país. Son decisiones.
De chapa y pintura
Testimonios cada vez menos anónimos de futbolistas, entrenadores, directores deportivos y hasta médicos revelan las grietas futbolísticas de la Suadi League. Falta de competitividad y de organización, diferencias grandes entre los jugadores locales y los extranjeros, poca aplicación táctica de los equipos e infraestructuras deficientes aun en los cuatro clubes del Estado (Al-Ahli, Al-Ittihad, Al-Hilal y Al-Nassr). No es oro todo lo que reluce. «Todos van a querer volver en seis meses», le dijo un representante que llevó a varios jugadores a Arabia al diario deportivo español Relevo.
Misael Rivas, exmédico del Espanyol de Barcelona, rescindió su contrato con el Al-Shabab en noviembre después de una mala experiencia. «Los jugadores no son felices, los veo enfocados solo en cumplir el contrato –relató Rivas–. Hay pasión por la liga pero está limitada a cuatro o cinco equipos. El fútbol en Arabia Saudita es de chapa y pintura, no arreglan realmente lo que necesitan. Al futbolista le pagan 200 millones, pero no pueden hacerle una resonancia, porque para pedirla debía superar un largo proceso burocrático. No estaban dispuestos a cambiar. Y hay muchos jugadores locales que no son profesionales en sus comportamientos. No se cuidan en la alimentación, el peso no les importa, fuman, se desvelan por la noche y ponen de pretexto el clima y la oración. En el minuto 70 muchos no aguantan. No trabajan y no les gusta». A la selección de Arabia Saudita, que debutó en mundiales en Estados Unidos 1994 –alcanzó los octavos de final– y cuyo hito fue el triunfo ante Argentina en el debut de Qatar 2022, la dirige ahora el italiano Roberto Mancini, DT campeón de la última Eurocopa con Italia.
Debajo del brillo
La FIFA deberá oficializar a finales de 2024 a Arabia Saudita, único candidato a organizar el Mundial 2034 tras exigencias a medida, «si cumple los requisitos técnicos». Falta una década para el Mundial de Arabia. Por debajo del brillo de las estrellas, su fútbol busca hoy a jugadores en portales de empleo para fortalecer la tercera división masculina. Y a jugadoras para la primera y la segunda división femenina, con el excluyente de que hayan jugado el último Mundial (Arabia Saudita creó su liga femenina recién en 2022, a pedido de la socia FIFA, porque si no, no podía postularse, como planea, para también ser sede del Mundial femenino 2035). «Todo el mundo tiene principios –ironizó el periodista Johathan Wilson en The Guardian–, hasta que (para horror de Occidente) aparece Arabia y te ofrece 35 millones de euros al año». «¿Les parece normal que haya futbolistas y entrenadores famosos, ya muy ricos, que se presten a la voluntad de un régimen dictatorial y sangriento solo para ganar más dinero?», se preguntó el artista callejero Alexsandro Palombo, el Banksy italiano. «Es un fútbol enfermo». Bin Salman, el príncipe heredero de Arabia, señaló tiempo después: «Si el sportswashing incrementa mi PIB un 1%, voy a seguir haciéndolo».