Humor

Lo que se da, no se Rebequita

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Rudy

Tarde otoñal, diríase fresca. Hasta que llega Rebequita y se recalienta todo.
–Tobías de mi apolinario figueroa, ¿vos irías a la guerra por mí?
–Rebequita de mis sueños escalofriantes, ¡me sorprende esa pregunta! ¡Claro, si tú me lo solicitases, iría!
–¿Y si no?
–Y… si no, no.
–Ah, ¿ves que no me querés, no me idolatrás, no santificás el aire que respiro o el pan que degluto, no jurás amarme como así defenderme mientras palpite tu fiel corazón? ¿En serio para ir a la guerra por mí, necesitás que yo te lo reclame, te lo implore, te lo impreque, te adjunte una solicitud? Cuando a man como you loves a woman como yo, no necesita tal requisito burocrático. ¿O acaso para ti el amor es un trámite más, un certificado, un pasaporte?
–No, no, Rebequita de mis alvéolos oxigenados. No se trata de eso, no se trata de burocracia para el amor… pero la guerra, ¡es otra cosa!
–¿Qué novela leíste, Tobías? ¿Qué medio no hegemónico insufló tu neurona de oxígeno pacífico? ¿Cuándo desaprendiste que el amor y la guerra son lo mismo pero al revés, las dos caras de la misma moneda, el anverso y el viceverso, el yin el yan y el yon?
–Rebequita, ¿donde leíste eso? ¿Acaso tomaste más de una copa de Klawsevitz? ¿Fuiste a una clase de gimnasia maquiavélica? ¿Soñaste con Napoleón, César o Alejandro Magno compartiendo contigo una partida de truco?
–No seas engimático, Tobías de mi retruécano… todos saben que detrás de toda gran guerra hay una gran mujer. Mirá, la primera guerra de todas las que conocemos, fue la de Troya, y fue porque Paris, que era troyano, raptó de común acuerdo a Helena, que era griega. Y esposa del rey de Esparta, Menelao, para más datos. El cuñado de ella, Agamenón, no lo soportó, en el único caso de «cuñado despechado» que registra la historia, y se fue con todos los griegos a traer de vuelta a su cuñada, y ya que estaba, las riquezas, recursos y enseres varios que los troyanos consideraban su patrimonio nacional. Diez años estuvieron peleando, hasta que los griegos le metieron un falso equino relleno de soldados, los troyanos dijeron «a caballo regalado no se le miran los griegos» y ahí… ¡Ardió Toya! ¿Los griegos y los troyanos estuvieron diez años peleando por una mujer y vos necesitás que yo te firme un recibo para ir a la guerra por mí? ¡Ya no hay hombres, ya no hay hombres!
–¡Pero Troyita, digo Helenita, digo Rebequita…!
–Mejor cállate, que me voy a clase de Pilatos.
–¿No será de Pilates?
–Ah, ¿encima querés que me depile?
Silencio en la tarde.

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