8 de mayo de 2024
A 50 años de su asesinato, la pieza Padre Carlos, Rey Pescador escenifica en el Espacio Barletta el recorrido vital del referente de la acción política y religiosa.
Escalera al cielo. Razuk hace gala de un histrionismo que excede la mímesis y le aporta sentimiento al personaje.
Foto: Prensa
Con dramaturgia de Cristina Escofet, dirección de José María Polantonio y actuación de Pablo Razuk, acaba de reponerse en la Sala Inda Ledesma del Espacio Experimental Leónidas Barletta la obra Padre Carlos, Rey Pescador, sobre la vida y la obra del Padre Carlos Mugica, un referente del vínculo entre la acción política y la religiosa.
«Este año se cumplen 50 años del asesinato del Padre Mugica y 10 años del estreno de nuestra obra. Después de haberla llevado por toda Argentina, a España, Francia, Roma y el Vaticano, entendemos que Carlos Mugica, con su palabra y su acción, le pertenece a los argentinos y a la humanidad. En todos lados, insistentemente, nos han vuelto a invitar», sostiene con orgullo Razuk, quien los viernes se sube al escenario y vuelve a ponerle cuerpo y voz a una de las figuras ineludibles de la historia argentina reciente.
El espacio elegido para la representación propone una escenografía minimalista, en donde sobresale una escalera de albañil que aúna el imaginario de lo popular y la idea del ascenso, de la cercanía con Dios. Y entre esas dos coordenadas se traza el recorrido de alguien que tuvo origen patricio, pero optó por dedicarle su vida a los más necesitados. Para Razuk, el Padre Mugica «encontró un camino para sentirse útil ante la necesidad del prójimo. A partir de sus creencias religiosas, tomó decisiones de contradicción y de rebeldía a las altas esferas del catolicismo conservador. En sus grupos de trabajo había personas de distintas religiones, incluso jóvenes agnósticos que encontraban en su carisma un lugar consecuente con las ideas de los 70».
Ese aspecto contestatario, alejado de la liturgia eclesiástica, queda muy bien delineado en el texto de Cristina Escofet, en donde se cuelan la vocación y el ímpetu de liderazgo de Mugica, pero también la violencia política que selló su destino trágico. Es, precisamente, el sonido de los disparos el que adquiere un sentido peculiar en la puesta: opera como la marca del terror, pero al mismo tiempo retrata la transmutación del cura en un cuadro popular que transcendió su era y lo convirtió en un símbolo de lucha.
A tono con esta idea, la puesta busca hacer accesible el encuentro entre el personaje y los espectadores, a la manera de un interlocutor inmediato. Así lo entiende su actor: «Con el director, desde el comienzo, creímos que esta puesta no debía alejarse del público, porque Mugica no era un cura que estaba en los pedestales del catolicismo o que desde el altar de la iglesia bajaba una línea. Era un ser humano que iba con su cuerpo, sus ideas y su acción adonde estaba la necesidad. Así como fue fundador de los curas tercermundistas, fue el que más presente estuvo en la organización de lo que hoy es el Barrio 31. Por eso en nuestra obra el personaje baja varias veces a la platea, que está iluminada. Porque si bien es teatro, también tiene la intención de no perder el registro de lo que es una asamblea, una misa, una reunión de vecinos».
Trabajo social
Además de su impronta asambleística, Padre Carlos, Rey Pescador delinea momentos musicales a cargo de Miguel Gomiz y Sol Ajuria, quien en un pasaje le pone voz al deseo femenino que posicionó a Mugica ante un sentimiento dual. Pero la pieza no se desentiende de esas cuestiones; por el contrario, retoma las contradicciones del Padre y de ellas también extrae su humanidad.
En cuanto a sus objetivos, Razuk sostiene «que, en el buen sentido, él utilizó su carisma, su fuerza, sus relaciones y también, de alguna manera, se catapultó desde la iglesia para hacer un trabajo social que, a mi entender, es superador del peronismo, de los 70, del catolicismo. Está directamente relacionado con una tarea hacia la humanidad. Mugica decía lo mismo que el Che Guevara y Germán Abdala: “Acá nadie se salva solo”».
El actor hace gala de un histrionismo que excede la mímesis y le aporta carnadura y sentimiento a su criatura. «Yo siempre digo que hice trampa, porque cuando empecé a leer a Mugica me consustancié con sus palabras», reflexiona Razuk. «No tengo contradicciones a la hora de subirme al escenario, porque los 70 son una cosa y los 2000 son otra. Pero si yo me posiciono en los 70 y escucho lo que él decía, lo que él predicaba, comulgo al cien por ciento con él. No me fue difícil hacer que esas palabras echaran raíces en mí a la hora de la composición».