19 de mayo de 2024
Al frente de Rojos Globos Rojos en el CCC, el actor analiza la conexión de la obra de Tato Pavlovsky con el panorama actual. Trayectoria, maestros y golpes de la vida.
Fue en la infancia que Raúl Rizzo descubrió que quería ser actor. «Veía una película y sentía la necesidad de reproducir esos personajes», cuenta. «Buscaba un sombrero, un pañuelo o un saco, y me llevaba todo ese equipaje conmigo. Y hablaba y me contestaba y accionaba, entraba y salía de lugares. Para mí era un juego fantástico y maravilloso», agrega. Mucho después abrazaría esa pasión y defendería el rol clave del componente lúdico en su profesión. «Lo más básico que tiene un actor es jugar desde la obra. Nunca me puse a pensar que aquello era el comienzo de algo a lo que, con los años, me dedicaría», confiesa.
Visceral, apasionado y frontal, Rizzo es dueño de una extensa trayectoria en el teatro (Madre Coraje, Rayuela, La tentación, Paradero desconocido, Van Gogh), la televisión (Dar el alma, La extraña dama, Cosecharás tu siembra, Padre Coraje) y también en el cine (Desde el abismo, No habrá más pena ni olvido, Los amores de Laurita).
Entre sus grandes maestros en el camino de la actuación no duda un instante en mencionar a Alejandra Boero, Raúl Serrano y Agustín Alezzo. Capítulo aparte le dedica a Alfredo Alcón, a quien define «no solo como un referente artístico sino de la vida». Su nuevo proyecto, Rojos Globos Rojos,se acaba de estrenar en la Sala Raúl González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación. La obra de Eduardo «Tato» Pavlovsky, dirigida y adaptada por Christian Forteza, llega en un momento muy particular del actor. «Es un regalito del cielo», dice.
«En el teatro siempre hay un vínculo, pero a veces es indirecto. En Rojos Globos Rojos, durante la mayor parte de la obra mi interlocutor es el espectador.»
–¿Qué le atrajo de hacer Rojos Globos Rojos?
–Había visto la versión de Pavlovsky cuando él la hizo hace muchos años, no quiero exagerar, pero por lo menos hace 30 o 35. Esa versión me impactó. Cuando me acercaron la propuesta sentí un doble entusiasmo por hacerla, porque realmente es de una intensidad, de una fiereza por momentos, de una pasión y hasta de un grado de humor que tiene el material, y transita por montones de instancias por las que pasamos los seres humanos: una cuestión existencial, ideológica, pasional, del amor, del actor. Más identificado no podía estar porque soy actor y sé de lo que está hablando la obra. Sé del dolor que provoca tener tres espectadores en una sala, como hace mención el texto. Entonces son muchos factores, no siempre pasa que un material que te acercan te conmueva tanto.
–¿Cómo fue la construcción de su personaje?
–El personaje de El Cardenal tiene un texto que dice «hacer teatro es la única manera que tenemos de resistir». Ahí siento que estoy expresando una sensación, una idea, un latido y que me vinculo con el público de una manera frontal. Toda la obra, y es la propuesta del director, se vincula con el público desde distintas instancias: desde el humor, el cinismo, la fiereza, el amor, desde lo desvalido que puede estar el personaje en determinado momento. En el teatro siempre hay un vínculo, pero a veces es indirecto. En Rojos Globos Rojos es directo: durante la mayor parte de la obra mi interlocutor es el espectador. Mi personaje se acerca bastante a lo que a mí me pasa y a lo que es mi sentir y mi mirada con el teatro. La obra me refleja y me permite jugar desde la obra. El Cardenal es muy increíble, especial y único. Y, además, la obra parece escrita ayer a la tarde.
–¿Por qué?
–La obra refleja cosas que nos están pasando. En un momento una de Las Popis, las dos chicas que me acompañan, dice «lo que pasa que hoy aparecieron los filósofos de la libertad». ¡Qué visión la de Pavlovsky! Él visualizó mucho tiempo atrás y se anticipó a algo que estaba por llegar en este país, que se iba gestando lamentablemente, y que apareció: acá lo tenemos con nosotros. Y entonces creo que va a representar mucho del latido, del ideario y de la necesidad que tiene un sector del público de escuchar, que se digan desde un escenario estas cosas que dice Rojos Globos Rojos. Es necesario que el teatro diga ciertas cosas. El teatro es como una editorial poética, así lo defino. Y si los actores acompañamos bien, más todavía.
–¿Cómo se conjugan el humor y el drama en una obra tan potente?
–El arte no deja de ser un reflejo de la vida y la vida tiene todos estos condimentos: en el medio de la tragedia más grande puede aparecer un hecho de humor. Pavlovsky sabía rescatar esta cosa de tener rasgos de tragedia y en el medio de eso poner una nota de humor, como la frase que dice «nada es para siempre». No hay tragedia para siempre y tampoco hay humor para siempre. El director se enfocó en que el humor aparezca en zonas de la obra, casi como una cuota de oxígeno para el espectador, para poder discernir desde el humor, que no deja de ser una actitud inteligente. La complicidad del público es necesaria. Por eso es que el teatro sin público no existe, porque el público lo completa. La presencia del espectador es absolutamente decisiva y nos permite crecer desde la intensidad. No hay ningún público pasivo. Hay una energía que no se manifiesta con palabras, pero que te llega al cuerpo. Con este material mucho más.
«La complicidad del público es necesaria. Por eso el teatro sin público no existe, porque el público lo completa. La presencia del espectador es decisiva.»
–Interpretó grandes papeles en teatro, cine y televisión. ¿Dónde siente que puede desplegar mejor su bagaje como actor?
–En el teatro. Primero, porque el teatro es un hecho vivo e intransferible, ocurre aquí y ahora y no se repite. Además, la función empieza en un momento dado y no hay posibilidades de parar como sucede con el cine o la televisión. No, el teatro largó, y largó. Ese hecho vivo y el vínculo con el espectador es único. Es casi como estar en misa, un poco es eso. Es una profesión de fe que el actor pone en el texto y en el espectador, y el espectador lo pone en lo que escucha y en el intérprete. Hay un vínculo de creencia místico. Esto se da en el teatro.
–Debutó en teatro en 1971 con Madre Coraje, de Bertolt Brecht. ¿Hay algún denominador común entre aquello que sintió luego de esa primera función y lo que siguió?
–Madre Coraje, sí, con Alejandra Boero. Hay cosas que no cambian y otras que tienen que ver con los tiempos. Era la primera vez que trabajaba con actores profesionales y, si bien era una cosa en cooperativa, yo estaba totalmente conmocionado. Teníamos lleno todos los días. Yo llegaba para hacer la función y veía una cola de gente para entrar al teatro y decía «qué bárbaro esto, ¿será siempre así el teatro?». Ahí estábamos con Juan Leyrado y Mario Pasik, éramos alumnos de Alejandra. Ella quería que estuviéramos en la obra y que tuviéramos una experiencia, que pudiéramos ver cómo se manejaban los actores con trayectoria. Fue un gran aprendizaje. Además de Alejandra, tuve muy buenos maestros, como Raúl Serrano y Agustín Alezzo.
–¿Cuáles fueron los papeles que más disfrutó?
–En tele me pasó con un personaje de Cosecharás tu siembra, en la que hacía a un mafioso italiano. La novela estaba muy bien escrita y tenía un elenco fuerte, sólido, importante. Ese personaje lo recuerdo mucho, me encantó y además me nominaron para el Martín Fierro. En teatro, Van Gogh. Hubo otras obras también, pero con Van Gogh sentía una vibración especial. Y ahora Rojos Globos Rojos, es un regalito del cielo poder hacer esta obra.
–Porque llega en un momento muy particular de su vida.
–Estuve en situación límite con el covid; pero me pasó un episodio muy fuerte este año, la muerte de una hija mía, Anahí. Ese es un hecho antinatural… No tiene por qué ser. De alguna forma esta obra me emparenta, desde un lugar vital, para decirlo de alguna manera. Sin duda que hace mucha mención a la muerte, pero a la vez es una fiesta por la vida. Además, estoy disfrutando lo que siempre escuché, como la canción de Silvio Rodríguez que dice «debes amar el tiempo de los intentos». Amar el proceso, como nunca estoy amando los ensayos. No estoy tan preocupado por el resultado final. Es la primera vez que me pasa, porque siempre tuve esa zanahoria ahí adelante. No me preocupa lo que va a pasar. Estoy disfrutando esto y cuando salga al escenario y haya público lo voy a seguir disfrutando. Haberlo descubierto seguramente tenga que ver con las dos experiencias fuertes que me tocó vivir en los últimos años, el covid en 2021 y lo de mi hija.
–¿El teatro le permite correrse un poco de esta coyuntura tan compleja?
–Siempre parto de una frase que tomé como un caballito de batalla para mi vida. Cuando hicimos Teatro Abierto, en la declaración de principios, Carlos Somigliana, uno de los autores de las obras, entre otras cosas puso: «Porque amamos dolorosamente a este país». Yo lo amo dolorosamente. Son muy pocas las etapas en las que pude decir «lo amo gozosamente». Una vez más, con mucho dolor, lo sigo amando, y siento que lo están dilapidando. Nosotros, los actores, tenemos una válvula de escape notable haciendo teatro. Hay una frase de Rojos Globos Rojos que dice «hacemos función todos los días para no volvernos locos». Y es así.
«Amo dolorosamente a este país. Son muy pocas las etapas en las que lo pude amar gozosamente». Lo sigo amando y siento que lo están dilapidando.»
–¿Cuál es su lectura sobre los ataques del Gobierno nacional a la cultura?
–Este gobierno tiene un desprecio profundo por la cultura. Un día, haciendo una nota, le dije al periodista: «Imaginemos un mundo sin teatro, sin cine, sin televisión, sin pintura, sin música, sería espantoso un mundo sin cultura». Tenemos un estupendo nivel de cine en la Argentina, queda demostrado en el mundo, con actores que se han consagrado en otros países producto de ese cine que hacemos, pero parecería que quieren terminar con todo esto. Tenemos cerca el abismo: esta es la sensación que tengo.
–Como actor, como ciudadano, siempre hizo oír su voz en la calle. ¿Es un modo de resistir?
–Es una actitud frente a la vida, ¿no? Me construyó bien tener amigos con ideologías libertarias, pero de verdad libertarias, y el haber decidido hacer teatro. A lo bestia lo decidí, con todo lo que eso que significaba, porque la mía era una casa de gente humilde. Tuve que laburar de muy chico. Hacía teatro pero trabajaba paralelamente en talleres, en la calle, vendí jabones, perfumes, libros, rifas, de todo. Entonces eso te va haciendo el cuero duro y sabés que las cosas hay que pelearlas, en el mejor sentido de la lucha: no dejarse vencer. Salir, pelear, salir, pelear. Y bueno, acá me tienen.