6 de junio de 2024
Figura clave del teatro argentino, fue autor de piezas de raigambre local e impacto universal como la memorable La Nona. El espesor histórico, político y social de su obra.
Dimensión simbólica. En su producción se reelaboran el sainete, el grotesco, la comedia blanca y la teatralidad del tango.
Foto: Archivo Acción
Hoy, jueves 6 de junio, a los 89 años, falleció Roberto «Tito» Cossa, uno de los referentes más relevantes del teatro argentino en toda su historia.
Cossa es sinónimo de «teatro nacional». Basta con recorrer las más de 1.200 páginas de su teatro reunido (publicado en 2014 por Ediciones de la Flor, en tres gruesos tomos) para reconocer la importancia de su obra, equivalente a la de Florencio Sánchez o Armando Discépolo.
El tomo I de su Teatro cubre el arco que va de 1964 a 1979, e incluye clásicos como Nuestro fin de semana y La Nona, visión expresionista y grotesca de impugnación a la dictadura. El tomo II abarca el período 1980-1991 y contiene otras obras maestras: El viejo criado, Gris de ausencia (estrenada en Teatro Abierto 1981), Ya nadie recuerda a Frederic Chopin y Los compadritos. El tomo III cubre los últimos años, hasta 2006, e incluye las piezas más polémicas de Cossa, donde da cuenta del impacto de la posmodernidad en la sociedad argentina: Viejos conocidos, Años difíciles, El saludador, Pingüinos, Cuestión de principios.
Su producción excede esa compilación, quedaron por fuera muchos más textos: Final del juicio (2015), así como Un hombre equivocado (adaptación del guion de la película El arreglo, de 1983, escrito con Carlos Somigliana, bajo la dirección de Fernando Ayala). Podría hacerse un tomo IV, que sume además la juvenil pieza titiritesca Una mano para Pedrito, una versión teatral de Martín Fierro escrita con Somigliana en los 60; la pieza en colaboración El viento se los llevó, estrenada en Teatro Abierto 1983, con Francisco Ananía, Eugenio Griffero y Jacobo Langsner; Aquellos gauchos judíos, escrita con Ricardo Halac, más canciones de Mauricio Kartun; o De cirujas, putas y suicidas, otra colaboración con varios autores. Habría que sumar su adaptación de Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum, que se estrena justo esta noche en el Teatro Nacional Cervantes, con dirección de Jorge Graciosi. Hay que armar también el tomo de sus textos ensayísticos y periodísticos sobre teatro, cultura y política.
Ideología y dramaturgia
El teatro de Tito Cossa es una conmovedora red entre cuyos hilos, parafraseando a Stephen Greenblatt, circula la energía social de la vida argentina: identificación, transmisión de memoria, agitación, estimulación, crítica, multiplicación de energía simbólica. Su dramaturgia encierra claves fundamentales para comprender la historia argentina. Alguna vez Daniel Divinsky, editor de De la Flor, dijo: «El teatro de Tito es la mejor radiografía de la clase media». Su obra actualmente en cartel, Ya nadie recuerda a Frederic Chopin (Teatro La Máscara, excelente dirección de Norberto Gonzalo), lo expresa claramente. Cossa pinta a una familia de clase media en el barrio de Villa del Parque, que confunde la movilización del 17 de octubre de 1945 con un homenaje a Chopin.
También están presentes en su obra los procesos ideológicos que articulan la utopía revolucionaria de los 60/70, el horror de la dictadura, las búsquedas ciudadanas de fin de siglo y la resistencia contra el neoliberalismo. Hay un espesor histórico, político y social de la escritura de Cossa en la investigación que ha realizado para hacer hablar a sus personajes. Un teatro localizado culturalmente en Buenos Aires, pero a la vez universal, como demuestra la cantidad de versiones de sus obras realizadas en las provincias y en el mundo. Su pieza más estrenada –y resignificada– es La Nona.
Otro aspecto destacable es su reelaboración de las formas teatrales nacionales –el sainete, el grotesco, la comedia blanca, la teatralidad del tango–, y en particular su dominio de los códigos locales de la risa que, en términos antropológicos y sociológicos, definen más que nada el anclaje en nuestra cultura, que supo observar y comprender.
En una de sus obras más recientes, Final del juicio, Cossa recupera del pasado teatral nacional la poética de la «farsátira» para realizar una crítica a la institución judicial, brillante por su inteligencia y su actualidad. En el más allá, Jalil ha esperado 16 años (murió a los 56 y ahora tiene 72) para ser juzgado por los comportamientos de toda su vida –es el Juicio Final– ante el Tribunal Supremo Divino. Todo lo que ha hecho y dicho ha quedado registrado en un «expediente», hasta las puteadas del tipo («¡Me cago en Dios!»). En una secretaría del Juzgado, antesala del juicio, un «Letrado», con la colaboración de un empleado, instruye al hombre sobre cómo y qué le conviene contestar cuando sea interpelado por el Tribunal. Se trata de una nítida metáfora de la Justicia terrenal argentina e internacional, en tiempos de «Partido Judicial».
Teatro vivo. No es la primera vez que Cossa expresó con su teatro un sentimiento que lo desazonaba: la sensación de que el mundo se ha vuelto loco. Incluye allí una divertida revisión de la vigencia cultural de los siete pecados capitales y los diez mandamientos del cristianismo.
La Nona es tal vez su obra más universal. La abuela se come a toda la familia. ¿Qué significa la muerte en La Nona en el presente? Su dimensión simbólica es incalculable. Pero creemos que hoy La Nona es la Argentina del pasado que convive trágicamente con el proyecto de una nueva vida nacional. La Nona es la Argentina desplazada, pero persistente, brutal obstáculo que regresa y regresa para dificultar las aspiraciones de las nuevas generaciones. Una metáfora de la destructiva subjetividad de derecha. Un terrible enemigo adentro de la familia. Cossa se ha ido; nos quedan sus obras, para releer y volver a poner en escena.