16 de junio de 2024
Punzante e informada, la conductora interpela en sus tradicionales almuerzos a los funcionarios del Gobierno nacional y se muestra piadosa con los que sufren el ajuste.
Historia viva. Su memoria en directo va del encuentro con Perón a la pregunta incómoda del día.
Foto: rsfotos
«¡Las cosas que hemos vivido en la Argentina! Y sobrevivimos», dice Mirtha Legrand. Ella se conjuga en primera persona del plural: su ser inter–generacional la obliga a asumir una representación de la nación. Sin dejar de aclarar que gana «muy bien» –parámetro de éxito–, se identifica y se manifiesta ante la miseria imperante. ¿Cómo no iba a reaccionar? Se la esperaba: extraña e impredecible fiscal a favor de «la gente», ahora sí afianzada en su silla después de una rentreé pospandemia en la que le costaba arrancar.
Un dibujo de Dante Ginevra en una vieja revista Orsai lo deja en claro: «Una familia mira Almorzando con Mirtha Legrand en la década del setenta», se titula esa obra gráfica, acompañada de otras cuatro piezas que cubren el devenir década por década, presente y futuro que se representa como un potente magnetismo inherente a toda inmanencia en terra finite. La de la Chiqui es una zona de inmutabilidad, cuya repetición y anclaje trascienden a las tecnologías que van quedando vetustas, y que abarcan una vida humana longeva entre el blanco y negro y el streaming.
En ese statu quo donde irrumpe –irradia, sorprende– su palabra cáustica lastima más que un titular pretendidamente ruidoso de algún perimido diario nacional. Hoy no faltan quienes atribuyen la continuidad del Cine Gaumont a su interpelación al presidente, seguida del grito libertario irrespetuoso de «que la vieja se lo compre». Vencida la fantochada, llegó la continuidad que permite ver buen cine nacional a precios milagrosos para el costo de vida actual a la europea.
Líder de opinión
Historia viva: su memoria en directo va de la colecta a la que la convocó Perón para reconstruir a San Juan post-terremoto a la pregunta incómoda del día, que a esta altura es su leit motiv, lo que cultiva con esa concupiscencia que acredita la lectura hasta de la última línea de cada ejemplar del diario de papel de la jornada, lo que garantiza que la agenda se la marca esa organización lineal y panorámica de la información forjada en el siglo XX. «¿Quién hizo el acopio de los alimentos?», lanza directa y al grano, cual ametralladora, al jefe de Gabinete Guillermo Francos, independiente del signo gobernante, porque su personaje es ya una maquinaria retórica invariante estrenada frente a Juliana y Mauricio con el célebre: «Ustedes no ven la realidad».
«Usted dice que no a todo; no se haga el buenito. Dígame la verdad», irrumpe e interrumpe porque ella, la reina, es en sí misma desjerarquizadora. En la división de bienes con su nieta, Juanita, se quedó con la política y la chica, los domingos, con los actores, más glamorosa que informada o crítica. La que vale es Mirtha: con su frase alquímica, reestrenada ante Francos: «¡Escuchen a la gente!». Es su ser en plural, la gente, menos física que una multitud y más inofensiva que el pueblo; menos movilizada que una masa y tan permeable como para acompañarla en sus intereses y devenires multiformes, desde el cine de Daniel Tinayre a los avisos de Leiva Joyas.
Acelera a fondo a sus 95 años, y emociona esta anciana proactiva, ubicua, aglutinante. No quedan otras figuras totales, abarcadoras: «diva» es eso, es estar en boca de todos, en tapa de revistas, en la cima del cachet. ¿Se acabó ese sistema de estrellas aristocrático y piramidal? Sin duda, en la explosión de bocas de expresión y celebrities estilo «influencer», sí cambió y con Mirtha se extingue, con certeza, una época.
A la canciller Diana Mondino le dijo en la emisión de fines de mayo: «¿Usted fue la que dijo que todos los chinos son iguales?». Infantilizada, ahora juega insistente a taparse la cara con la servilleta, y entre la inocente apariencia del gesto lúdico, mete la pregunta que exalta al otro; y para devolverlo en sí mecha con risas algún elogio compensatorio, así no se quiebra la pax afectiva de las emocionales mesas televisadas pioneras desde 1968, nacidas como Almorzando con las estrellas, ganándose el record de continuidad solo después del Meet the press, de la NBC, que lleva 76 años, pero con una docena de presentadores en su haber.
Hoy mira a Milei desde un apego crítico, impresionada ante la dote histriónica, como solo antes lo estuvo con Menem, pero es más fuerte su rol fiscalizante y no puede no evaluarlo como «rarísimo», por ahora, con un aguijoneo que lo banca, en tanto «su gente» lo siga midiendo bien en las encuestas con ese abstracto «casi 50 por ciento» de apoyo, tan dudoso como todo lo que sale de los famosos cartoncitos que va sacando la Chiqui, cual naipes marcados.
La novedad –ante Adorni, o ante cualquier político del PRO/ LLA– es que Mirtha menciona y destaca la movilización (la educativa, la de la CGT) porque percibe –su olfato no falla– que esta vez su colectivo unidireccional se está pudiendo corporizar y ha salido a las calles; ha trascendido la mera idea mental al punto que la escuchamos quejarse: «Qué feo tanta policía desplegada en una ciudad como Buenos Aires». ¿Dónde quedó la que les preguntaba a los Kirchner si se venía el zurdaje, ahora que le pide moderación y piedad a la derecha dogmática del ajuste permanente? ¿Dónde se fue la que bancaba al Videla emocionado del Mundial 78 ahora que le impresiona el despliegue de uniformados?
A esta altura ella es solo un signo mutable; ahí donde lo que vale es la forma, la suya es una molesta punción al discurso repetido que le intentan filtrar los políticos invitados, la nueva casta anticasta. Y ante el ejército de adláteres que tienen un asiento reservado en su mesa (del Pelado Trebucq a Di Marco, Leuco & Co), Mirtha defiende lo que hizo grande a este país ante el mundo: el cine nacional, la ciencia y la educación pública, a pura fotogenia, y con una piadosa lágrima suspendida cuando alguien nombra a los durmientes de las calles, en un plano más expresivo que el discurso hablado.