De cerca | ENTREVISTA A JEREMY ALLEN WHITE

La cocina y la vida

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Gabriel Lerman (desde Los Ángeles)

Con el estreno de la tercera temporada, el protagonista de El oso analiza el núcleo argumental de la notable serie. El mundo de la gastronomía, entre el drama y la comedia.

En la cocina. A partir de su trabajo en «El oso», Allen White aprendió a valorar a la comida como una forma de comunicación.

Durante la década que interpretó al explosivo Lip en Shameless, fue una figura misteriosa porque no era el elegido para defender a la serie en las giras de promoción, una tarea que recaía en los más populares Emmy Rossum y William H. Macy. Sin embargo, a nadie que haya visto la comedia creada por John Wells inspirándose en una versión previa inglesa se le ha escapado que Lip era el corazón de la historia, y que buena parte de su notable éxito tuvo que ver con las vivencias de su personaje. Sin embargo, tuvo que concluir Shameless para encontrar el papel que le diera la fama que nunca había conseguido.

En El oso, que en estos días estrena su tercera temporada, Jeremy Allen White le da vida a Carmen «Carmy» Berzatto, tan irascible como Lip, un chef que debe abandonar el mundo de la alta cocina para ocuparse del pequeño negocio familiar que ha quedado huérfano tras una tragedia que lo golpea muy de cerca. Gracias a Carmy, el actor se ha ganado dos Globos de Oro y un Emmy, y ha podido abrir las puertas de Hollywood de par en par. Tras coprotagonizar La garra de hierro junto a Zac Efron, se prepara para encarnar a un joven Bruce Springsteen en Deliver Me From Nowhere, la historia de cómo grabó su disco Nebraska en 1982. En esta entrevista, el actual novio de la cantante española Rosalía habla de Carmy, de Lip y de cómo descubrió el mundo de la actuación.

–¿Qué fue lo que pensó cuando leyó el guion de la serie por primera vez y se encontró con Carmy?
–Carmy me rompió el corazón. Vi a este hombre joven tan solitario, con un mundo que parecía muy pequeño. Pero también vi mucho amor en la forma en la que Carmy interactuaba con los otros personajes de la serie. Admiré su determinación desde un primer momento, y cuando Chris Storer me dijo que el papel era mío me entusiasmé mucho.

–¿Cuán difícil fue aprender a cocinar como si fueras un chef?
–Fue duro, pero lo disfruto mucho. Antes de comenzar a grabar la primera temporada participamos de varias semanas de entrenamiento en una escuela de cocina, y luego me fui a trabajar en varios restaurantes, vi como hacían las cosas y también tuve tareas de mozo. Me pasé 6 meses trabajando en restaurantes. Cuando todavía no habíamos grabado el piloto trabajé durante dos meses en la cocina y luego continué como si nos hubieran dado luz verde para seguir grabando. Me pasé otros 4 meses trabajando en restaurantes desde que terminamos el piloto hasta que comenzamos a grabar los otros episodios. Ese manejo de los cuchillos es algo que se aprende con la experiencia.

–En tu investigación, ¿qué fue lo que más te sorprendió de los chefs?
–Sabía que era una profesión difícil, pero no tenía idea del tiempo que tienen que dedicar para que las cosas les salgan bien. Tanto los chefs como los cocineros viven en la cocina. Se pasan 18 o 19 horas por día en esos pequeños espacios blancos rodeados de acero inoxidable, y es agotador. Admiro lo que hacen porque están ahí año tras año sabiendo que, si han podido abrir un restaurante y ser chefs, pueden considerarse muy afortunados, porque esa es su pasión. Es que no hay otra razón para hacerlo si no es algo que verdaderamente disfrutás.

–¿Ha cambiado tu manera de apreciar la comida de los restaurantes a partir de tu trabajo en la serie?
–Debo reconocer que ahora le presto más atención. En las grabaciones tenemos a una maravillosa chef, Matty Matheson, que nos ayuda. Muchas veces voy a comer con ella y trato de prestarle atención a la relación que tiene con la comida. Si algo he aprendido después de trabajar en la serie y visitar tantos restaurantes en mi investigación es que la comida es increíblemente importante, es una forma de comunicación entre los cocineros y el chef con los comensales. Pero además la ambientación de un restaurante es algo a lo que nunca le había prestado mucha atención: ¿es un lugar en el que tenés ganas de quedarte o de irte? ¿Cómo es la atención a los clientes? Aprendí a mirar todo esto de una manera diferente.

–¿Se te acercan cocineros y trabajadores gastronómicos a hablarte?
–Si, permanentemente. Cuando hablamos con Chris el objetivo era que pudiéramos entrar en un restaurante y que el mozo, el chef y los cocineros nos hicieran un guiño. También se contactaron con nosotros personas que habían perdido amigos por culpa del suicidio y se sintieron conectados con la serie.

–¿Fue complicado encontrar un equilibrio entre el humor y un argumento tan oscuro?
–Cuando tuvimos nuestro primer encuentro con Chris Storer, el creador de serie, nunca hablamos sobre cuánto humor o drama iba a tener la historia. Yo creo que refleja la vida. Hay momentos que son muy divertidos, y otros que son muy tristes o frustrantes. En aquellas primeras charlas yo simplemente quería hacerle justicia a Carmy y a cómo se trabaja en las cocinas de los restaurantes. Mi principal objetivo era que esta serie fuera algo auténtico y honesto sobre la gente que se gana la vida ahí.

–¿Conocías a Ayo Edebiri antes de que empezara la serie?
–No. Ayo me impresionó desde el primer día porque es alguien que escribió mucho y que trabajó bastante en doblajes. Hizo un par de episodios en una serie que no había visto, por lo que no la conocía como actriz. Cuando se sumó al equipo yo tenía una idea de lo que podía aportar, pero fue mucho mejor de lo que me había imaginado. Me quedé boquiabierto con su preparación, sus decisiones como intérprete, y todo eso me obligó a trabajar todavía más. Estoy muy agradecido de que sea parte de este elenco.

Foto: Getty Images

–¿Te parece que tus largos años en Shameless te prepararon para El oso?
–Sin duda. Los dos personajes se sienten muy incómodos. Siempre están a punto de perder la calma, pero creo que Lip tenía algo que Carmy nunca tuvo, que es una gran confianza en sí mismo, algo que siempre le admiré. En cambio, Carmy se siente muy seguro en su profesión: en la cocina no tiene dudas y sabe perfectamente lo que hace. Pero en cualquier otro lugar es como un chico chiquito, no sabe cómo comunicarse. No sé si es algo admirable, pero de todos modos me interesaba explorar esa faceta suya.

–Comenzaste a trabajar siendo muy joven.
–Si, tuve mucha suerte. Tendría unos 14 años cuando comencé a trabajar como actor. Y a los 16 hice una película, Afterschool, con el director Antonio Campos, a quien adoro. Sus socios en la producción eran Sean Durkin y Josh Mond. Lo que hacían era un arte maravilloso y yo me dediqué a seguirlos durante años. Conseguí el papel en Shameless cuando tenía 18 años, y trabajé ahí durante mucho tiempo. Debo admitir que cuando se terminó la serie, fue muy difícil para mí, porque tuve que descubrir si de verdad era un actor o era simplemente Lip en una serie de televisión. Fue un momento escalofriante, por eso siento que soy muy afortunado de seguir acá.

–Tus padres se mudaron a Nueva York para ser actores. ¿Tuviste alguna otra opción más que seguir sus pasos?
–Sí. Es decir, me enteré de eso mucho más adelante en mi vida. No decidí ser actor por ellos. Estudié danza cuando era muy chico, y desde siempre me gustó estar en el escenario. Luego encontré la actuación por mi cuenta. Me pasé a una escuela nueva y todas las chicas estaban en la clase de teatro. Yo estaba en séptimo grado y simplemente decidí que quería estar en esa clase. Y lo que encontré ahí me entusiasmó mucho, sentía que era algo que hacía muy bien, que me ayudaba a enfocarme. Cuando era chico me resultaba difícil concentrarme, pero podía hacerlo cuando estaba actuando y, recién algún tiempo después, mis padres descubrieron que yo estaba interesado en la actuación. 

–¿De qué manera esos años en los que practicaste danza te ayudaron en tu carrera como actor?
–La danza te da una comprensión bastante visceral de tu cuerpo en relación al espacio. Eso me parece que también sucede con la natación: desarrollás un buen sentido espacial de tu cuerpo. Creo que es algo que me ha resultado de muchísima utilidad, porque lo he podido llevar a la actuación y a distintos trabajos con personajes. Hace mucho tiempo que no bailo en una clase, pero me gustaría interpretar un papel en el que use mis conocimientos de danza.

–Recientemente hiciste La garra de hierro bajo la dirección de Sean Durkin. ¿Cuánto sabías sobre esa familia de luchadores que retrata la película?
–No conocía a los Von Erich, pero cuando leí el guion no podía creer que lo que cuenta la película hubiera ocurrido de verdad. ¿Cómo algo así pudo pasarle a una sola familia? Y más allá de la tragedia, el ambiente en el que se movían era asombroso. Eran verdaderos héroes en Texas y en otras partes de Estados Unidos. Lo que me fascinó fue el arco de la historia y cómo esta familia logra sobreponerse a todas las cosas. También me gustó explorar el mundo de los luchadores profesionales en los 70 y los 80, algo que no conocía demasiado pero me resultó apasionante.

–¿Cómo fue meterse en ese mundo?
–Nos pasamos 3 o 4 meses entrenando, en los que trabajamos con gente como Chavo y otros luchadores profesionales. Con ellos aprendimos lo demandante que es esa profesión, porque se pasan más de 200 días al año de gira. Lo maravilloso de ser actor es que te podés pasar meses aprendiendo de los profesionales que trabajan en estos mundos que te toca describir. En este caso, teníamos muchas filmaciones de estos atletas, por lo que nos reuníamos y mirábamos cómo hacían lo que hacían. Por otro lado, los encargados del vestuario, maquillaje y peinado hicieron un trabajo muy específico. Se aseguraron de que todo fuera tan detallado como les fuese posible.

–¿Qué te parece más intenso, el mundo de los chefs o el de los luchadores?
–No me parece que se los pueda comparar, pero ambas industrias son tremendamente competitivas y llenas de ansiedad. Al menos puedo decir que me provocó menos ansiedad grabar El oso que filmar La garra de hierro.

–En los tiempos de Shameless aprovechabas los descansos para filmar películas independientes, ¿por qué nunca desperdiciaba esas oportunidades?
–Cuando decido aceptar un proyecto, siempre tiene que ver con la admiración por las personas que participan y con el hecho de sentir que puedo aprender algo. Así que supongo que no importa tanto el tamaño de la película, sino los integrantes del proyecto. Me gusta mucho trabajar en algo durante un período de tiempo breve. Solo le dedicás unas 6 semanas aproximadamente a una película independiente. Tal vez podés hacer varias películas así en un año, si tenés suerte y podés trabajar con mucha gente talentosa. Ese es mi objetivo en esta carrera, intentar aprender todo lo que pueda de las personas que admiro.

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