11 de agosto de 2024
Como no puedo evitar la costumbre –hoy inapropiada– de comer por lo menos una vez por día, me fui a la verdulería de mi amigo Pepe Brócoli. Llego y adelante mío había una viejita, que se le veía en la cara que cobraba la mínima, que estaba comprando algunas chauchas y una manzana medio magullada a mitad de precio.
–¿Qué pasa, Pepe? ¿No es que estamos haciendo la gran V corta y ahora la economía vuelve a subir?
–No se si la V corta sube, pero que la verdura y la fruta suben como la B de barrilete, seguro –me dijo mientras ponía los morrones colorados dentro de estuches con moños para regalo.
–Me parece que exagerás y mirá que por eso te pueden acusar de desestabilizante y terrorista.
–Exagero un corno, dolape. La gente ya no compra nada por kilo, ahora todo se vende por unidad. Deme dos zanahorias, una banana, tres papas… falta que quieran medio zapallito. De seguir así me van a pedir catorce arvejas y cuatro garbanzos para hacer un guiso –concluyó casi con lágrimas en los ojos.
Como el tema me preocupaba, decidí ir a ver al mismísimo presidente. Dejo la verdulería, esquivo una cola de gente que iba a manguear alguna berenjena machucada o una banana más negra que amarilla, y enfilo para Casa Rosada.
Lo primero que me extrañó es que en la puerta, en vez de un granadero había un viejo con pinta de jubilado y un uniforme de una empresa privada de seguridad.
–¿Y el granadero? –pregunté.
–No está más. Mantener un granadero y un caballo salía mucha guita –me respondió.
–De acuerdo, pero contratar a una empresa privada, no creo que le haya salido menos… Digo…
–Dice bien, pero esta es una cuestión de principios, y al principio y al final primero las empresas privadas. Además le digo que si viene a ver a los hermanitos presidenciales no atienden más aquí.
–¿Cómo que no? –pregunté alarmado.
–No, ahora atienden en el avión. Es para ahorrar tiempo. Atienden ahí y cuando el avión tiene que carretear para ir a algún lugar del planeta, las visitas bajan y la siguen cuando regresan.
Salgo de allí y veo que se me acerca Pepe 007, un espía de la Side al que conocía de la época de Menem.
–¿Vos no te habías jubilado? –inquirí.
–Sí, pero volvimos. Todos volvimos –aclaró mientras saludaba a un colega que estaba disfrazado de paloma.
–Mirá vos. Y yo que creía que las cosas cambiaban y ahora veo que en realidad no cambian por algo nuevo, sino que se repiten con cosas viejas.
–Viejos son los trapos –me contestó–. Además, lo que ya hicimos una vez, tiene la ventaja de que ya sabemos cómo termina. ¿Te percatás, dolape?
Percatar me percato, pero gustar, no me gusta nada. Aunque claro, es solo una opinión.