23 de agosto de 2024
Como la locura parece ser la característica identificatoria de nuestro querido país me fui a ver a mi psiquiatra de cabecera, mi gran amigo Pepe Neura.
Mi primera sorpresa fue encontrármelo en el café de la esquina de su consultorio.
–¿Qué hacés aquí? ¿No tendrías que estar arriba atendiendo las angustias de tus pacientes?
–Estoy atendiendo –me contestó–. Arriba puse un avatar mío, con inteligencia artificial.
–¿Un avatar? Sos un delincuente –exclamé.
–No, dolape, delincuentes de guantes blanco aquí sobran, pero yo no soy. Lo que pasa es que hace un tiempo que todos los pacientes vienen con las mismas pálidas, los mismos problemas, no hay guita, todo aumenta, no hay laburo, dicen que todo está fenómeno pero morfan salteado. Y yo a todos les digo lo mismo: ustedes lo votaron, a joderse hermano. Así que para escuchar lo mismo y decir lo mismo todo el día puse un avatar y ellos ni se dan cuenta.
–¿La percibís? –concluyó, y se las tomó para pedirle al avatar la plata de las consultas.
Yo, por mi lado, lo dejo a este guardián de la neurona ajena, camino una cuadra y me encuentro, casualmente, con mi amigo Pepe Clasemedia, que venía con cara de masticar limones verdes.
–Esto es una vergüenza –decía–, nos están haciendo pelota, nosotros hicimos grande a este país y ahora nos tiran a los chanchos.
–¿Qué te pasa Pepe, por qué esa cara?
–Pasa que tengo coche pero no lo puedo usar porque la nafta cuesta uno y la mitad del otro; pasa que soy propietario, pero las expensas salen uno y la mitad del otro…
–Ya van tres –señalé.
–Pasa que no puedo pagar la escuela de mi hijo porque la cuota también sale uno y la mitad del otro. Y de la prepaga ni hablemos, porque esa me sale los dos enteros más alguno prestado.
–O sea que para seguir siendo clase media estás necesitando, no dos, sino seis. No quiero preocuparte, pero creo que estás en un problema –concluí.
–El problema es que nos vamos al descenso. Vamos en picada derecho a ser pobres full time, con el agravante de que ahora pobres hay tantos que estamos todos apretados, ya ni podemos respirar –remató con lágrimas en los ojos.
Yo quería decirle algo para darle ánimo, pero no se me ocurría nada que sirviera para eso. Es más, todo lo que repasaba que estaba pasando en el país, era para peor; así que solo pude abrazarlo y decirle:
–Es duro, pero por ahora vamos a tener que seguir remando en el dulce de leche.
A lo que él, serio, me contestó:
–No, dolape, esto ya no es dulce de leche, esto huele a otra cosa. Fea la otra cosa.
Y ahora que lo pienso, creo que tiene razón. Ya no huele a dulce de leche.