22 de agosto de 2024
«Son acontecimientos visuales que cambian las reglas de juego», dice la investigadora sobre las imágenes que circularon tras las denuncias contra Alberto Fernández. Ética, negocios y política.
La denuncia contra el expresidente Alberto Fernández por violencia de género se condensa en la fotografía de su exesposa Fabiola Yáñez con el rostro golpeado. Doctora en Ciencias Sociales y destacada especialista en fotoperiodismo, Cora Gamarnik (Buenos Aires, 1967) observa que el caso está atravesado por la proliferación de imágenes, cuya difusión pone en juego cuestiones de lo público y lo privado y exhibe prácticas mediáticas revictimizadoras. La investigadora advierte, además, sobre los usos «muy pensados» de las imágenes en el Gobierno nacional y los problemas actuales de la relación entre fotografía y política.
–¿Cómo analizás el impacto que provoca la foto de Fabiola Yáñez con el golpe en el rostro?
–En un caso como este, de tanta trascendencia y repercusión política, hay que distinguir lo privado de lo público. Este es un problema de índole pública, pero revisaría la forma en que esa imagen llegó a las pantallas. ¿En qué condiciones se pueden hacer públicas imágenes de carácter privado y en cuáles no, y qué legislación hay al respecto? La foto tuvo el impacto que debe tener: provocó una conmoción nacional y política. Es un punto de inflexión, como fue la foto de la fiesta de Olivos. Son acontecimientos visuales que cambian las reglas de juego, hay un antes y un después de esas imágenes. En este caso, no está claro cómo llegó esa foto a los medios. Fabiola dijo que no la difundió y que no le hizo bien verse así en las pantallas. Por eso decimos que hay una revictimización de la víctima. Que se haya difundido sin su anuencia, sin su consentimiento es un problema de uso político, y tiene que ver con los entretelones todavía oscuros de la causa. La imagen de Tamara Pettinato en la Casa Rosada, por otra parte, no tendría que haber estado de ninguna manera en la primera plana del diario Clarín, y es claramente una venganza política por todo lo que sabemos del viaje del juez Julián Ercolini a Lago Escondido. Ahí entramos en los oscuros terrenos de las operaciones judiciales, lo que no desmerece en nada la investigación de lo que hacía Alberto Fernández con su mujer.
«¿En qué condiciones se pueden hacer públicas imágenes de carácter privado y en cuáles no, y qué legislación hay al respecto?»
–¿Qué dice la forma de difusión de esa foto sobre prácticas editoriales de los grandes medios de comunicación?
–La regulación y las recomendaciones sobre qué hacer con este tipo de fotografías e incluso con imágenes de muertes violentas y femicidios existen, pero no están asentadas en los usos periodísticos. Hay varios antecedentes. Cuando aparece el cuerpo de Santiago Maldonado, un médico de la Policía Federal difunde la fotografía. Las fotos de la modelo Jazmín de Grazia muerta en su casa fueron un caso testigo porque Crónica las publicó en la tapa del diario, la familia hizo juicio y lo ganó. Estamos a años luz de buenas prácticas periodísticas con sentido ético y estas operaciones mediáticas se someten a reglas de juego políticas o a negocios sin importarles la dignidad de las personas. La Defensoría del Público tiene materiales buenísimos sobre cómo tratar imágenes en casos de femicidio o sensibles para la opinión pública. Todo eso está dicho y a un clic, los dueños de los medios lo saben y si no lo tienen en cuenta es porque no hay una ley por cumplir. La diputada Mónica Macha presentó el proyecto de la Ley Belén, para penalizar la publicación de imágenes sin consentimiento de las personas; el proyecto toma el nombre de una mujer policía que se suicidó después de que su expareja difundiera imágenes íntimas. Se cruzan los intereses de los medios, lo que permiten las redes, la falta de ética y de legislación y es un combo explosivo. Estamos en graves problemas al respecto.
–Volviendo a la foto de Yáñez, aparece como un elemento de prueba muy fuerte en la causa y a la vez hizo que aumentaran las denuncias por violencia de género.
–También hay que decir que ese aumento de las denuncias se da en medio de la desestructuración de todas las políticas de género que habíamos logrado conquistar, la destrucción del Ministerio de la Mujer, los despidos en la línea 144. Como fue en el caso de Thelma Fardin, cuando una figura pública se anima y encuentra audibilidad social la denuncia empodera a otras víctimas. Insisto, en este caso hay muchas aristas y tres tiempos: los tiempos privados, los tiempos políticos y los tiempos judiciales. Fabiola dijo que no quería difundir esas fotos, muchas personas salimos a cuestionar que esas imágenes salieran de una causa con secreto de sumario y se publiquen en los medios. Esas filtraciones no se investigan. Los efectos sociales, por otra parte, son súper potentes en este caso y bienvenidos sean.
–Se suele decir que la foto de la fiesta de Olivos, durante la pandemia, gravitó en los resultados de las elecciones siguientes. ¿Una imagen puede tener tanta influencia?
–Una foto no puede voltear a un Gobierno, pero una como esa es gravitante, decisoria. La foto de la fiesta de Olivos marcó un antes y un después en la legitimidad que podía tener la palabra de Alberto Fernández. La fotografía sigue portando, aun en tiempos de inteligencia artificial y de fake news, un grado de credibilidad muy alto. Por esta relación que tiene con el referente, aquello que es fotografiado: para que exista una fotografía, algo tuvo que estar ahí, delante de la cámara. Si no es una imagen manipulada digitalmente, claro. La condición de indicialidad de una foto da el peso de la credibilidad que sostiene a la fotografía periodística. La foto circula en distintos dispositivos y el circuito de publicación también le otorga una fuerza de credibilidad: la foto es prueba, constata lo que se dice. La foto de Olivos, entonces, que nadie desmintió, era la prueba de que esa reunión había ocurrido y la prueba de una hipocresía. Aquel Gobierno durante la pandemia se sostenía en una supuesta coherencia entre sus dichos y sus acciones, lo que la foto vino a derrumbar. Pero no es la foto suelta sino la sumatoria de las acciones y de las no acciones de un Gobierno que llevaron a los últimos resultados electorales.
«Que la foto se haya difundido sin su consentimiento es un problema de uso político, y tiene que ver con los entretelones todavía oscuros de la causa.»
–Pero esa conexión entre la foto y el referente, ¿no está en duda hoy?
–Ese es el tema más grave respecto de lo que ocurre con el fotoperiodismo y con la relación entre fotografía y política hoy. Con las herramientas que tenemos a mano es muy difícil saber si algunas fotos que circulan son verdaderas o falsas. Cualquiera puede manipular fotos desde su celular. Imaginate eso con operaciones políticas preparadas para tal fin y usando inteligencia artificial. Estamos ante un punto de inflexión inédito y esto tiene consecuencias que aún no podemos visualizar, riesgos reales y profundos para nuestras democracias. En la historia argentina hubo muchos engaños mediáticos a la población, durante la guerra de Malvinas, por ejemplo; pero con las nuevas tecnologías es más difícil discernir lo verdadero de lo falso. Espero que la propia inteligencia artificial nos ayude a definir lo que está hecho con inteligencia artificial, porque por otro lado las grandes compañías tecnológicas no tienen ningún límite ético ni de ningún tipo para favorecer sus intereses. Debemos trabajar sobre estos temas, para tener poblaciones más preparadas para defenderse frente a las mentiras.
–¿Qué lugar ocupan las imágenes en lo que el actual Gobierno llama la batalla cultural?
–Primero pondría en cuestión el concepto de batalla cultural tal como lo usa el Gobierno, y reivindicaría a Antonio Gramsci, que lo pensó de otra manera. Cuando destruyen el Incaa, cuando atentan contra las universidades y el Conicet, cuando cierran el Inadi y el Ministerio de la Mujer, están dando una batalla por la destrucción de los logros que tenemos como país, antes que por imponer otra cultura. Dan sí una batalla ideológica para destruir los lazos de solidaridad y de humanitarismo, una batalla por imponer al mercado como regulación de la vida. Y tienen una política de imágenes muy pensada para eso, con diversidad de estrategias: apropiaciones, tergiversaciones, falsificaciones, puestas en escena. Roban fotos de eventos y organizaciones; son profundamente homofóbicos y despreciativos de la diversidad sexual, pero se apropiaron de una foto tomada en la marcha del orgullo gay en Córdoba como si correspondiera al cierre de campaña de Milei. Editan fotos para mentir, para revertir sentidos incluso cuando se trata de fotos que se les oponen. Un usuario de X publicó una foto tomada en una parada de colectivo, donde habían pintado «Milei es hambre», y una de las tuiteras del Gobierno la editó, puso «Milei es libertad» y los trols denunciaron la primera cuenta como falsa. Milei publicó a su vez la foto tergiversada. Mientras la foto verdadera tenía una difusión limitada, la foto falsa se viralizaba. No solo falsean, entonces, sino que tienen un aceitado circuito de reproducción que multiplica inmediatamente las imágenes y retroalimenta y amplifica los mensajes que ellos quieren dar. Escribí en Facebook y en X denunciando el caso y Facebook mantiene como falsa lo que era la imagen verdadera por las denuncias de los trols. Es absolutamente perverso ese uso de las imágenes y también estamos bastante desprovistos de herramientas para defendernos. Y no son solo las imágenes, todos los días hay una escalada de noticias y hechos terribles o banales que nos impiden pensar y nos tienen a todos hablando de esas provocaciones y de cosas desagradables mientras se llevan los lingotes de oro del Banco Central o venden las centrales hidroeléctricas.
«Con las herramientas de hoy es muy difícil saber si algunas fotos que circulan son verdaderas o falsas. Cualquiera puede manipularlas desde su celular.»
–Otra imagen de estos días es la de los diputados con los genocidas en la cárcel de Ezeiza. ¿Cómo la observás en el marco del negacionismo del Gobierno y de la historia de las fotografías durante la dictadura?
–Esa foto es una puñalada en el corazón de esta sociedad. No pensé que llegaríamos a un momento donde pudiese existir ese hecho. Que esta sociedad, en la que hicimos tanto por la memoria, la verdad y la justicia, tenga seis diputades que se hayan sacado esa foto cambia el piso sobre el que estamos parados. De todas maneras, la diputada del patito en la cabeza (Lourdes Arrieta) que dijo no saber quién era Astiz después se sacó una foto con el Nunca Más; se tuvo que sacar esa foto por la reacción que provocó la anterior. Otra diputada dijo que fue a esa visita engañada. Hubo incluso una reacción dentro de La Libertad Avanza y la Iglesia expulsó al cura que organizó la visita. Hay reacciones sociales relevantes. El Cels e Hijos publicaron la foto con las identificaciones de los represores, y eso permitió que volvamos a hablar de quiénes son y qué hicieron esos genocidas. No creo que se hayan beneficiado con la visita. Creo que por mucho tiempo vamos a seguir pensando y estudiando qué significa esa foto, cómo fue posible. Y al mismo tiempo vamos a seguir construyendo lazos y memoria para que una imagen así no pueda volver a existir.