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Jugar con fuego a escala global

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Ricardo Gotta

Moscú respondió con dureza la incursión de Kiev en la estratégica región de Kursk. Tras 30 meses de guerra, los ataques continúan. El rol de la OTAN abre las puertas a una expansión del conflicto.

Sin tregua. Trabajadores de emergencia ucranianos, tras un bombardeo con misiles de Rusia en Odessa, el 26 de agosto.

Foto: Getty Images

Cuando el 24 de febrero de 2022, tropas rusas incursionaron en territorio de Ucrania, rondó la especulación de que fuera breve aunque inevitablemente cruenta. Más de 30 meses después, el tablero bélico no se acalló: las noticias giran rutinarias, entre frustradas gestiones de paz «inminente» y nuevos ataques, siempre sangrientos, con el aditamento espantoso del peligro de que la guerra se expanda al mundo.

Así, mientras este mismo primer lunes de septiembre, el alcalde de Moscú, Sergey Sobyanin, admitió que drones ucranianos fueron frenados cerca de la refinería de petróleo y la central eléctrica de la ciudad; en Kiev, su alcalde Vitali Klichkó se refugió en un bunker antiaéreo para no ser tocado por drones y misiles rusos: derribaron una veintena. Entre una y otra urbe hay 864 kilómetros. La frontera, a 543 de la capital rusa. Pero esos parecen ser solo escarceos. La verdadera guerra, el peligro real, para la región y para el mundo, no está allí.

Kursk es una región emblemática para Rusia, cercana a la frontera con Ucrania. K-141 Kursk fue un célebre submarino nuclear que, durante un ejercicio naval, naufragó en el mar de Barent: una soldadura defectuosa en la carcasa del proyectil explotó en la sala de torpedos. El 12 de agosto de 2000 murieron sus 118 tripulantes.

La región está ubicada a 212 kilómetros de Járkov (2ª metrópoli de Ucrania). A 176 de la frontera, y a 30 kilómetros al este de la antigua central nuclear, estilo Chernobyl: de las cuatro torres, solo funciona la 3. La 4 está en reparaciones. Un ataque podría provocar otro desastre, con expulsión de residuos que llegarían al centro europeo, Hoy el mundo mira a Kursk para entender la guerra del Este europeo.

Movimientos peligrosos
A principios de agosto la estrategia de Kiev tuvo en la mira esa central nuclear. ¿Fue planeado por el sector más belicoso de la OTAN, en una interna que se achaca a la falta de mando concreto producto del estado de Joe Biden? Una táctica sorprendente, moderna y efectiva sobre una zona discretamente guarnecida por Moscú, apenas con más guardia que la fronteriza. Resultó sencillo el avance de pequeños batallones, muy móviles, sin afirmar territorio, para eludir a drones y radares. Se desplazaron cerca de 15.000 soldados en los primeros 15 kilómetros de territorio ruso, con el fin de acercarse lo suficiente a la central nuclear (70/80 kilómetros) y amenazar con lanzar cohetes de corto alcance. Al menos provocaron 120.000 evacuados, la mayoría de Belgorod y Yakovlevo. 

Los mapas interactivos del creíble ISW (Institute for the Study of War), impensado de prorruso, así lo demuestran. Y desestiman la teoría de que en un mes Ucrania se hizo de una extensión similar a la que a Rusia le tomó dos años. Es que, por el contrario, amplió sensiblemente el área de choque ante un ejército mucho más numeroso.

Dos objetivos claros tuvo la incursión a Kursk: chantajear a Rusia y obligarla a sentarse a la mesa, y lograr que el Gobierno de Putin debilite su presencia en Donetsk, un extenso frente que Ucrania solo retiene en breves territorios aislados, con tropas desgastadas. Pero los rusos reaccionaron y en una muestra de poderío, en horas, sembraron la zona con más de 210.000 efectivos. Rápidos y certeros, no solo cercaron a sus rivales de élite sino que los retuvieron: inutilizaron esas «joyas del ejército ucraniano», así las considera Kiev. Como si fuera poco, si la operación Krusk tuvo su cuota de markerting, el resultado dista de ser positivo. La mayoría de los analistas solo disienten en el grado del descalabro y apuntan a Zelenski de echar por tierra los avances en las tratativas que se daban en Turquía. Es más, el analista geopolítico Aníbal González se animó a afirmar: «Ese fracaso le permitirá a Rusia arrasar sobre Ucrania». 

No se fue ni un ruso del frente del Donetsk. En el ISW se advierte una aceleración del avance en el oeste. Día a día caen pueblos cercanos a Pokrovsk, un símbolo: Moscú recuperaría otra ciudad que en la era soviética llamaba Krasnoarmisk, un nudo carretero y ferroviario clave que lleva a la región de Dnipropetrovsk. Región de más de un millón de habitantes, muy rica en «tierra negra», litio, carbón, hierro y fuertes industrias. Región sin obstáculos naturales que los propios rusos reconstruyeron tras la Segunda Guerra y conocen como la palma de su mano.

Zona de desastre. Monumento de Vladimir Lenin destruido, en el marco de la ofensiva ucraniana en Kursk.

Foto: Getty Images

¿Una nueva conflagración mundial?
Algunas fuentes remarcan que Zelenski y el sector de la OTAN que lo sostiene aumentaron la presión sobre la Casa Blanca para lograr el permiso de atacar objetivos militares en el interior ruso con las armas que le entregó EE.UU. desde 2022 (más de 50.000 millones de dólares), solo para que las usen en operaciones defensivas en suelo propio. ¿Resistirá Washington? ¿Es la divisoria de una nueva conflagración mundial?

El analista y doctor en sociología Eduardo Jorge Vior no lo descarta en absoluto y se remite al «nuevo desastre» que implicaría, por caso, la explosión de la central de Kursk. Asegura que además Moscú tendría identificados oficiales de OTAN en los frentes de combate y que incluso habría capturados. «No sería otra cosa que una invasión de la OTAN a Rusia, un escándalo de consecuencias impensables. Otro tema: hace dos semanas, Polonia denunció que un dron habría sobrevolado el espacio polaco hacia la frontera con Bielorrusia. La implicación de la OTAN en el conflicto se hace cada día más directa y es grande el riesgo que, en una situación desesperada, Ucrania haga algún ataque contra una ciudad importante con munición occidental. ¿Cómo reaccionará Rusia? Recientemente, el ministro Lavrov (Serguéi Víktorovich, de Asuntos Exteriores) recordó que nunca usarán primero sus armas nucleares… Solo en caso de ataque al territorio ruso».

También planteó que cualquier negociación tras la incursión en Krusk es irrelevante. «Ya lo había dicho Putin. Con la invasión, lo que logró Zelenski fue terminar con todas las negociaciones simultáneas que estaban en curso. Para los rusos, se acabó».

Hace poco, al regreso de la infructuosa gestión en Washington de la delegación liderada por el ministro de Defensa ucraniano, Rustem Umerov, Zelenski volvió a reclamar el permiso para atacar territorio ruso con armamento estadounidense. Por esas horas, Putin visitó una escuela de la pequeña Sudja, república de Tuvá, plena Siberia, cerca de Mongolia. Allí recomendó a los estudiantes: «Cada persona debería criticar todo lo que hace y sacar conclusiones». Luego habló al mundo: «No lograron lo que se propusieron: detener la ofensiva en el Donbás».

Todo en un marco de un peligroso ajedrez mundial en el que corretean a la muerte, tal vez demasiado cerca de hacer saltar el tablero por el aire.

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