13 de octubre de 2024
La movilidad turística es cada vez más accesible: su masividad provoca reacciones en distintos lugares del planeta y obliga a repensar el impacto de esta actividad sobre las comunidades.
Piazza San Marco. Durante 2023, la ciudad de Venecia recibió a 38 millones de turistas.
Foto: Shutterstock
Viajar nunca fue tan fácil, y encontrar recepciones hostiles, tampoco. Las autoridades de Cerdeña limitaron el tiempo de acceso a las playas. La municipalidad de un pueblo japonés tapió el lugar más popular para fotografiarse con el Monte Fuji de fondo. En Bali, tras la profanación de lugares sagrados, hay impuesto al turismo. En Barcelona, los catalanes rociaron turistas con pistolas de agua. La enumeración podría continuar con situaciones registradas en Canarias, Atenas, Venecia, y aún así estaría incompleta, porque el fenómeno crece. «La movilidad siempre formó parte de la condición humana, pero la movilidad turística es un fenómeno moderno», advierte la politóloga Sofía Perotti, puesta a pensar en reacciones repetidas en lugares distantes y totalmente diferentes del planeta cuyas poblaciones, sin embargo, atraviesan una misma situación: el hiperturismo.
Perotti, coordinadora de la licenciatura en Turismo de la Universidad Nacional de Rosario, en la sede de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, subraya que los desplazamientos crecientes tienen consecuencias. «Las transformaciones tecnológicas y culturales, o las que hay en materia de transporte, posibilidades y de conexión, hacen que la movilidad turística sea más frecuente, más global, más posible para vastísimos sectores de la población mundial. Ese hiperturismo, dado por esa enorme disponibilidad de medios, de conexión y de información, también convierte al turismo en una de las actividades económicas más dinámicas», detalla.
Si el turismo de masas fue el fenómeno del siglo XX que, de la mano del derecho a las vacaciones, permitió los desplazamientos de trabajadores en la segunda posguerra, el hiperturismo es estrictamente contemporáneo, advierte Perotti. Se trata de «un concepto y un fenómeno situado en la contemporaneidad».
Mientras que el turismo de masas diferenciaba descanso y regreso al mundo laboral, el del hiperturismo está íntimamente relacionado con las nuevas formas del trabajo. «De hecho, es una nueva forma de viajar y de la movilidad turística que funciona de la mano del trabajo remoto, el trabajo digital, el trabajo híbrido, el trabajo flexible, el trabajo flexibilizado, donde la frontera entre el tiempo del trabajo y el no trabajo, entre el lugar del trabajo y el lugar de ocio también es más difusa», señala la especialista. Los nómades digitales recorren el mundo munidos de dispositivos móviles y conectividad a internet.
El concepto de «sociedad red» del sociólogo Manuel Castells, que refiere a una sociedad «organizada sobre la infraestructura de internet en los mas diversos procesos del funcionamiento social», dice Perotti, también impacta sobre las formas de comercialización y el viaje. «Podría pensarse a la experiencia turística no solo como el momento del viaje sino como todo ese momento de preparación. La investigación, la decisión, la compra, la adquisición de pasaje, de alojamiento, la experiencia en sí misma y también todo lo que tenga que ver con la memoria, con la comunicación de esa experiencia, el compartir con otros en foros de iguales. A uno muchas veces le pasa que antes de decidir comprar, elegir un pasaje, al momento de sopesar una decisión entra en los foros de los más variados para ver cuáles son las opiniones sobre un determinado lugar. Como consumidores, como ciudadanos, nos hemos hecho también autónomos en ese sentido y tenemos mucho más a mano esas herramientas que pesan mucho en la decisión».
En las reacciones contra el turismo pesa el impacto que este nuevo modo de viajar y recorrer tiene sobre las comunidades que reciben a los viajeros. «Hemos pasado por diversos estadios dicotómicos respecto del turismo: que es lo mejor que le puede pasar a un lugar, que se llene de gente, que haya mucha actividad económica, que es la solución a muchos problemas de ese lugar, por un lado. Y por otro, está esa visión completamente negativa: que el turismo vino a arrasar con todo y no queda nada de lo autóctono, que es una fuente de contaminación, de agresión para con el ambiente, la cultura local. Entre esas dos formas de verlo hay un montón de grises. ¿Qué hacemos?», reflexiona la especialista.
La respuesta está en la política pública, añade.
Japón. La municipalidad de Fujikawaguchiko tuvo que tapiar el lugar más popular para fotografiar el Monte Fuji.
Foto: Getty Images
Aunque esa política pública a veces se puede manifestar como omisión (el «dejar hacer»), Perotti advierte que «en muchos lugares apareció como orientada a morigerar los efectos negativos del turismo, y en otros, que todavía no se han propuesto como atractivos, como destinos turísticos, empiezan a pensar las estrategias turísticas como una posibilidad de promover el desarrollo, de proveer una nueva actividad económica a la comunidad, convocando a la comunidad para decidir sobre ese tema».
La alternativa pasa por correr el eje del enfoque tradicional. Santa Fe, por ejemplo, es «una provincia históricamente emisora de movilidad, porque ¿quién venía a Santa Fe o a Rosario de vacaciones? Todo el mundo se iba». Y sin embargo la pandemia forzó un click, porque «una vez que la gente empezó a tener la posibilidad de salir del encierro a buscar un poco de esparcimiento, muchos lugares de cercanía de las grandes ciudades empezaron a pensar cómo aprovechar, en el mejor de los sentidos, los recursos geográficos, naturales, de la propia comunidad, y cómo incorporarlos en una estrategia de captación de turismo de cercanías». Era «ese turismo que empezaba a circular por un día, esa movilidad que se llamaba de burbuja, en un auto para ir y volver, y que era muy importante para las personas que empezaban a poder circular nuevamente». De la mano de planificaciones conducidas por Estados locales, las comunas o hasta en convenio con la universidad, dice que esas experiencias hoy están funcionando y tienen éxito: practicantes de la licenciatura, por caso, «se insertaron en distintos espacios gubernamentales de la zona que estaban trabajando este tema, con emprendimientos de cabañas, con la recuperación de islotes del Río Paraná». En el sur de Italia, la zona de Puglia se publicita como un destino con la belleza de hits como Positano, pero con precios accesibles; en México, la política pública desarrolló la experiencia de los «Pueblos Mágicos»; en Perú, con asistencia de PNUD, se están desarrollando iniciativas en la Amazonía con participación comunitaria. En distintos lugares de Argentina hay «emprendimientos relativos al turismo social comunitario, al turismo rural, que se plantean en lugares que nunca se habían pensado como destinos turísticos», aunque, advierte Perotti, claro que el hecho de que exista un lugar lindo o un determinado atractivo no quiere decir que ese lugar ya sea de por sí un destino turístico. «Para que exista ese destino turístico, además de ese atractivo, tiene que existir un acceso por ruta, por aeropuerto, una determinada oferta de bienes y servicios para atender a esas personas que lleguen». Eso «refuerza el lugar de la política pública en el turismo: debe coordinar, promover, capacitar, generar consensos. Al menos debería hacerlo».