9 de octubre de 2024
«Tenemos que evitar que esto siga ocurriendo», asegura la especialista, coautora de un estudio que indaga en la prevalencia del abuso sexual infantil en la Argentina. Un enfoque novedoso para la prevención.
La Organización Mundial de la Salud asegura que una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños declaran haber sufrido abusos sexuales entre los 0 y los 17 años, con graves consecuencias para la salud física y mental a lo largo de sus vidas. El artículo «Abuso sexual infantil directo y mediante Internet: prevalencias y creencias asociadas en varones argentinos», realizado por el Grupo de Investigación en Violencia del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIPsi), dependiente del Conicet, y publicado por la revista de Investigación en Psicología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, estima que la población de varones mayores de 18 años que manifiesta haber cometido conductas de Abuso Sexual Infantil (ASI), al menos una vez en su vida, se ubica entre el 1% y el 5%. El número de quienes admiten consumir Material de Abuso Sexual Infantil (MASI), popularmente llamado pornografía infantil, es aún mayor. «Este consumo constituye un delito en sí mismo y sus usuarios contribuyen a un mercado de explotación infantil globalmente extendido y a la vulneración de los derechos fundamentales de los menores implicados, especialmente, si se considera que entre el 30% y el 40% de estos contenidos incluye violación o tortura», dice el artículo. Según la base de datos de Interpol, el 84% de las imágenes o videos contiene actividad sexual explícita, en más del 60% las víctimas son niños, niñas y bebés y en el 92%, los agresores visibles son hombres. Entre el 2020 y el 2021, el IIPsi realizó una encuesta online, anónima y confidencial a 345 varones de edad, lugar de residencia, situación social y nivel educativo heterogéneos. Un 6,3% de los participantes reportó algún comportamiento de abuso sexual contra niños, niñas o adolescentes (NNyA), ya sea directa o a través de Internet con conductas de descarga, intercambio de material o uso de seudónimos y de identidades falsas con el fin de contactarse con un menor. Si se considera también como indicador la sola visualización de MASI, las prevalencias ascienden a un 10%. «El abuso sexual infantil no es algo tan infrecuente como se cree y esto sin dudas genera alarma, por eso es importante que vaya tomando cada vez más espacio en la agenda pública y se aborden estrategias de prevención y tratamiento para agresores o posibles agresores porque es prevenible si se hacen intervenciones efectivas desde una perspectiva científica», afirma en diálogo con Acción Antonella Bobbio, doctora en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba y una de las autoras del estudio.
‒¿Qué los impulsó a realizar esta investigación?
‒Aquí convergen una serie de circunstancias. Se empezaron a conocer cada vez más casos como los del clero o como el del pediatra del Hospital Garrahan. En paralelo, se produjo la pandemia, que sabíamos que iba a traer aparejada un incremento tanto de este tipo de delitos vinculados al consumo de material de Internet como de los delitos intrafamiliares, ya que el 70% de los abusos se da dentro de la familia. También, allá por el 2019, se estaba gestando en España un programa integral para la prevención del abuso sexual infantil, llamado PrevenSI, que tiene por objetivo trabajar el tema a nivel comunitario y se ofrece a trabajadores de la salud, a familias que van a hacer una denuncia para asistir a niños víctimas de abuso y a personas que sienten una atracción sexual hacia niños, niñas o adolescentes y están buscando ayuda.
«Este tipo de delitos tiene una alta tasa de cifra negra, por eso tenemos la necesidad de empezar a detectarlo en la comunidad y trabajar desde un plano más sanitario y comunitario.»
‒Se trata de un enfoque novedoso…
‒Sí, porque hasta ahora se trabaja con las personas que ya cometieron los delitos y están en la instancia judicial. Este tipo de delitos tiene una alta tasa de cifra negra, por eso tenemos la necesidad de empezar a detectarlo en la comunidad y trabajar desde un plano más sanitario y comunitario. Es un abordaje que intenta trabajar con personas que, o cometieron este tipo de delitos y no han sido detectados por la Justicia, o todavía no los cometieron pero están en riesgo porque tienen ciertas características o factores que pueden llegar a incrementar la posibilidad de que lo hagan.
‒¿Cuáles son los factores específicos que están más relacionados con estas conductas?
‒Uno de ellos es la pedofilia, claramente el interés sexual por niños, niñas y adolescentes. Pero ningún factor es determinante, ninguno implica sí o sí que esa persona cometa un abuso. Después, los factores se combinan de manera distinta en cada una de las personas. Esto es lo que hace tan compleja la intervención y la prevención con este tipo de poblaciones.
‒La investigación habla de la heterogeneidad de la población que comete delitos de abuso sexual infantil.
‒Hay una concepción errónea, incluso difundida por ciertos profesionales cuando se habla de la temática, de que hay perfiles muy claros de las personas que cometen abusos, que se las puede vincular a ciertas características de la personalidad o psicopáticas, o se utiliza mucho el término perversión, pero lo cierto es que es una población muy heterogénea, tanto en el tipo de comportamientos que cometen como en los factores que influyen esos comportamientos.
‒El ranking global Out of the Shadows, realizado sobre 60 países, ubica a Argentina en el puesto 50 entre los Estados con peor capacidad de respuesta en la prevención de los delitos sexuales contra niños, niñas y adolescentes. ¿Por qué se da esta situación?
‒Creo que el enfoque siempre ha sido estrictamente más victimológico. Tenemos un recurso valiosísimo que es la Ley de Educación Sexual Integral que un poco tiene este fin. Argentina está mejor calificada en lo legislativo, que es en lo que mejor nos va porque se crearon líneas de atención de recepción de denuncias, hay protocolos para los profesionales de la salud para casos de abuso sexual infantil. Entonces, un profesional tiene más en claro qué hacer si llega una madre con un niño que tiene indicadores de abuso. Ahora, si llega una persona y dice: «Me pasa que me siento atraído sexualmente por un niño», las herramientas son muchas menos, ahí estoy segura de que la mayoría de los profesionales no sabría qué hacer, a dónde derivarlo porque no tienen formación, ni teórica ni técnica, para trabajar con estos casos. Esa es como la parte fundamental que está faltando para abordar esto. Se ha descuidado el trabajo que se hace con las personas que cometen estos delitos, entonces nos estamos quedando muy cortos porque faltan estrategias y políticas integrales. Hace falta mirar el panorama desde una perspectiva más compleja.
«Hay una concepción errónea cuando se habla de la temática, de que hay perfiles muy claros de las personas que cometen abusos, pero lo cierto es que es una población muy heterogénea.»
‒Además de estas limitaciones teóricas o técnicas, el tema genera debates.
‒Sí, hay mucho trabajo que hacer también ahí, de hecho es entendible que entre los profesionales sean temas que generan mucha controversia. En Alemania se han hecho estudios y 9 de cada 10 profesionales de la salud no trabajarían con personas que cometen este tipo de delitos. Pero alguien tiene que hacerlo, de alguna manera tenemos que prevenir que esto siga ocurriendo. La buena noticia es que se puede trabajar con estas personas, que no todo está perdido. Este es el desafío y el mensaje que nos impulsa a nosotros. El problema es que para hacerlo, justamente, tenemos que abandonar la mirada de prejuicio, que no significa justificar, porque todos estamos de acuerdo en que con los niños, no. El abuso sexual infantil es un delito y la persona que lo comete tiene que responder ante la Justicia como corresponde. Pero también hay que entender que estas personas, que en el mejor de los casos son condenadas y cumplen una condena, en algún momento van a salir y el objetivo es intentar que no lo vuelvan a hacer. Siempre el objetivo tiene que ser prevenir a las futuras víctimas. Además, hay personas con interés sexual hacia niños, niñas y adolescentes que no han cometido delito alguno, que no quieren hacerlo, y que esta preferencia sexual les genera malestar. Tenemos que ofrecerles a esas personas una salida. El aislamiento y el estigma solo genera más riesgo de que terminen delinquiendo.
‒¿Por qué es tan importante dejar de nombrar como pornografía al material que involucra a niños, niñas y adolescentes?
‒El término pornografía hace referencia a un material audiovisual donde se supone que las personas que participan, conscientes de esa participación, generan un contenido en pos del disfrute de la otra persona. Pero cuando quienes están involucrados son niños, niñas o adolescentes no hay consentimiento posible, entonces sí o sí hay que hablar de abuso y usar el término apropiado.
«Se ha descuidado el trabajo que se hace con las personas que cometen estos delitos, entonces nos estamos quedando muy cortos porque faltan estrategias y políticas integrales.»
‒¿Qué aportó el estudio en relación al consumo de material de abuso sexual infantil?
‒Primero fue la magnitud de los distintos tipos de comportamientos que están asociados y de creencias, asociadas a estos comportamientos, que no necesariamente son las mismas que están asociadas a comportamientos de abuso sexual directo. Sobre el consumo de este material, suele haber una cierta minimización de este tipo de delitos. Hay creencias preocupantes como que «si yo solo consumo este material no es tan grave como quien abusa sexualmente de manera directa». Y en realidad, los dos tipos de delito son de gravedad porque las víctimas de estos materiales también tienen consecuencias tremendas y su uso favorece a un mercado de explotación sexual infantil. Aunque no seas vos el que está victimizando en forma directa a ese niño, lo estás revictimizando cada vez que consumís ese material. Entre un 20% y un 25% de la muestra indicó que el consumo de material de abuso sexual infantil es un delito sin víctimas y entonces, ¿qué son esos niños si no son víctimas? Digo, ¡cuánto tenemos que hacer ahí con la Educación Sexual Integral para dejar de legitimar ciertas prácticas!
‒¿Qué ponen de manifiesto, a nivel social, estas creencias justificadoras?
‒Que nos falta mucha educación, empatía, nos falta reivindicar los derechos de los niños, entender cuestiones propias del desarrollo de un niño que no tiene la capacidad de consentir nada como un adulto. Nos falta mucha educación sexual y emocional. Eso es lo que hay que trabajar. Pero yo soy optimista en que de a poco esto va a ir cambiando, que estamos trabajando para que en las futuras generaciones haya un mayor respeto de los derechos de los niños en un sentido amplio. Hay que aprovechar los recursos que tenemos. La ESI es clave. Lamentablemente, después habrá que ver si se plasma en políticas públicas adecuadas y eficaces. Y obviamente, también están las ideologías de quienes nos gobiernan, que son los que toman las decisiones. Pero creo que son recursos que hay que defender porque hoy tenemos, como no teníamos antes, una cantidad importante de legislación que ha avanzado en la protección de derechos de muchos grupos y eso puede llegar a marcar un cambio si se acompañan con las políticas públicas adecuadas y con eficacia contrastada.