8 de octubre de 2024
Salgo como todas las mañanas, esquivo un colectivo que se quiere comer a un coche que a su vez se quiere comer a una moto que a su vez se quiere comer a un peatón… que soy yo, y me encuentro con un holograma tridimensional, de tamaño real, hecho en IA de Norma Plá que venía llorando a mares.
–Norma, ¿qué le pasa, por qué ese llanto?
–Un poco lloro por la situación que viven los jubilados, pero más lloro por el gas pimienta. Pasan los años y aquí siempre lo mismo, nos matan de hambre, nos hacen pagar el ajuste, luego, por si acaso, los cascarudos nos muelen a palos y ahora nos gasean.
–Es que la cosa está difícil –dije mientras le daba un sifón para que se limpiara los ojos.
–Difícil está porque ellos la hacen difícil, no por nosotros que lo único que queremos hacer es morfar la mayor cantidad de días posibles.
–Lo que pasa –intervino un cascarudo que había dejado de perseguir narcos en la frontera para venir a Buenos Aires a perseguir jubilados–, es que hoy los viejos viven mucho, demasiado. Y así no hay guita que alcance.
–¡Mentiras! Guita hubo siempre y es la que ahora está en los modernos colchones de los paraísos fiscales –gritó Norma–. Y encima ellos festejan el viejicidio con asados de los cuales a nosotros solo nos dejan el olor y el piolín del chorizo –dicho lo cual le pidió a su programa de IA que la lleve urgente al Congreso porque quería seguir participando.
Yo seguí con lo mío, esquivo a una mamá que venía con un cochecito al que le había puesto orugas para andar por esas vereditas que tienen ese no sé qué, y me topo con mi amigo Pepe Lampazo, encargado en un edificio del barrio, que trataba de cubrirse con una bolsa de residuos.
–¿Qué pasa Pepe, por qué te escondés? –pregunté.
–Hoy llegaron las expensas y en estos días mi vida corre peligro.
–Ese es el riesgo de tener un gremio que consigue cosas –contesté didáctico.
–Pero es que no es así –se quejó Pepe–. No solo la mía, todo aumenta, y aumenta mucho. Hay vecinos que deben creer que los ascensores y las bombas de agua andan a cuerda, pero no, usan electricidad y hoy el medidor se ha convertido en un arma de destrucción masiva…
–No te imaginás cómo te entiendo –dije para ayudarlo un poco.
–Pero ellos no la ven –continuó–. Antes, pertenecer a la clase media era una virtud, un reconocimiento, hoy parece ser un pecado por el cual merecés estar en el infierno. Son crueles, Dolape, son crueles –exclamaba mientras me lloraba encima–. Y no me digan que lo hacen en nombre de las cuentas fiscales, lo hacen como las brujas de los cuentos, de puro jodidos nomás –concluyó.
Es más, ¿quiere que le diga una cosa?, me parece que tiene razón.