30 de septiembre de 2024
Con su controvertida presentación en la ONU el presidente ratificó el alejamiento del país del multilateralismo, se alineó en conflictos globales y puso en cuestión los esquemas regionales de integración.
Mensaje. Milei llevó al estrado global su prédica antipolítica y criticó a las Naciones Unidas por su apoyo a «políticas colectivistas».
Foto: Getty Images
En plena Guerra Fría (1960), y tras un discurso del delegado filipino que el líder soviético juzgó insultante, Nikita Jrushchov subió enfurecido al estrado de la Asamblea de las Naciones Unidas y enfatizó cada una de sus respuestas golpeando el atril con un puño y hasta, dicen, con un zapato. Cuarenta y seis años después, en el mismo rincón del barrio Tudor City en Manhattan, se olió aquél «azufre» emanado por el mismísimo «diablo» George Bush, según le espetó en su discurso el presidente venezolano Hugo Chávez. Dos lecturas extraordinarias en la ONU han sido, para quien esto escribe, la del chileno Salvador Allende cuando, en 1972, pronosticó no sólo el golpe de Estado que se cernía sobre su país, sino el tenebroso mundo neoliberal por venir, y más recientemente, la del colombiano Gustavo Petro en su debut en la Asamblea General, en 2022, al plantear con sabiduría los mandatos de la hora.
Nadie recordará, en cambio, el reciente discurso del presidente argentino Javier Milei. Intelectuales y analistas de su propio país, algunos ni siquiera «progres», lo han llamado «vergonzoso», «un oprobio», «discurso lunático», «desquicio». A nivel internacional, las repercusiones en medios mainstream como El País, Financial Times o CNN (con la excepción de la inefable presentadora Patricia Janiot) también fueron lapidarias.
Fuera de la agenda
Fiel a su pobre y constreñido estilo, Milei arremetió contra todo. No es que la ONU y sus dispositivos estén cumpliendo algún rol edificante ante un (des)orden global que se viene abajo. Pero el libertario no se salió de su libreto de ver comunistas hasta en la sopa y atacó con sus consabidos insultos los contenidos de la Agenda 2030 y 2045 o «Proyecto de Futuro», lo que resultó en el anuncio de que Argentina se «disociaba» por «políticas colectivistas» de una hoja de ruta con amplísimo consenso global para enfrentar desafíos como el medioambiental, la pobreza o el crimen organizado. Como en Davos el año pasado ante la élite empresarial global, ahora la emprendió contra diplomáticos también en su propia cara. Por cierto, las diatribas lanzadas a la ONU no dejan de ser, al mismo tiempo, una retribución a cuestionamientos que agencias de esa institución han hecho a las políticas represivas y de demolición de derechos humanos, de la niñez y de género que viene ejerciendo el Gobierno argentino.
En verdad, la retórica antipolítica mileísta, con muchos adeptos en casi todas partes del planeta tras décadas de trabajo mediático lapidario, la mudó de la «casta» argentina al liderazgo global, que –hay que decir de nuevo– no precisamente brilla. El asunto es que, de lo que se trata, es que gobiernen los Estados a través de sistemas democráticos y políticas públicas, antes de que sean los privados más poderosos quienes ejerzan una suerte de gobierno mundial en favor de sus cada vez más concentrados intereses. Ese es el sentido último de los ataques de Milei a sus pares.
Para nuestro país en particular, como señaló el exembajador ante la OEA y dirigente político Carlos Raimundi, el discurso expresó dos estrategias de consecuencias «altamente negativas» para la Argentina: una, «alejarla de los bloques emergentes, como los BRICS, que están a la delantera del crecimiento del mundo», y dos, «romper el eje articulador Argentina-Brasil, para impedir que América Latina se constituya en un bloque importante en el actual desplazamiento de la unipolaridad del capital financiero trasnacional hacia un mundo multipolar que reconozca diferentes culturas, pensamientos y formas de organización social, política y económica».
Otras voces alertaron asimismo sobre los peligros del abandono de la histórica posición de neutralidad argentina, por ejemplo en conflictos tan explosivos como el de Medio Oriente, en pleno e imprevisible desarrollo. No augura nada bueno para nuestro país un alineamiento automático con los guerreristas Estados Unidos e Israel. Desde el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), el economista Claudio della Croce remarcó el contrapunto libertario con las palabras del secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres, quien condenó el «trío que está llevando la civilización al borde de desastres»: la impunidad global, la desigualdad y la incertidumbre.
Petro. El mandatario colombiano salió al cruce de quienes solo defienden la libertad de las élites más ricas del planeta.
Foto: Presidencia de Colombia.
Visiones latinoamericanas
Desde ya, las palabras de Milei en la apertura del 79º período de sesiones del organismo multigubernamental vuelven a alejar a la Argentina de su espacio natural y prioritario, América Latina. Fractura, de momento, todo intento integracionista. No pudieron ser más directas entonces las palabras que explícita o indirectamente le dirigieron a Milei sus colegas de Colombia y Brasil, quienes hoy lideran la posición soberanista de la región, junto con México, en medio de las crisis por las que atraviesan, y que las alejan de posiciones comunes regionales, Venezuela y Bolivia. Todos esos países, y no son los únicos, profesan posturas diametralmente opuestas a las del presidente argentino en temas como el genocidio en Gaza o la pertinencia de apostar a los BRICS.
Gustavo Petro no dio vueltas para señalar que «viva la libertad, carajo» solo se relame en la libertad del 1% más rico del planeta, donde se ubica, por ejemplo, un fiel amigo de Milei como Elon Musk (fiel, pero cero inversión). Y a su turno, el brasileño Lula Da Silva aludió al riesgo de los «falsos patriotas» y sus «experimentos ultraliberales» en América Latina. Ello no solo incluye a Milei o a su antecesor en el Planalto Jair Bolsonaro, sino justamente al dueño de X o Tesla, quien pretendió erigirse en impugnador del Estado nacional brasileño, del sistema republicano, de la democracia y de la jurisdicción de su soberanía allí donde lo necesite, arrogándose el derecho de ponerse por encima de todo con su avasallante riqueza. Finalmente, en un recule notable, sus negocios en un gran mercado como el brasileño le hicieron cambiar de opinión y, esta misma semana, avenirse a las reglas del juego de la institucionalidad de Brasil.
Por supuesto, Lula no perdió oportunidad para fustigar a la ONU y la llamada «gobernanza mundial» cuando volvió a reclamar que «las instituciones de Bretton Woods (en referencia al FMI y el Banco Mundial, emanados del mismo sistema ganador de la Segunda Guerra Mundial que parió a las Naciones Unidas a imagen y semejanza del Occidente rico) ignoran las prioridades y necesidades del mundo en desarrollo. El sur global no está representado de manera acorde con su actual peso político, económico y demográfico», dijo, con toda razón. Como se sabe, Brasil reclama hace años modificar el Consejo de Seguridad y su poder de veto, entre otros instrumentos internacionales.
Es decir, desde el sur se urge a un rediseño del dispositivo global de coordinaciones y resolución de conflictos, que ha fracasado o se ha agotado. Pero esa mirada se ubica en las antípodas del «liberal libertario, anarcocapitalista», que en su delirio opera de ariete de lo más ultraconcentrado y peligroso del capital actual.