Cultura | SUSANA GIMÉNEZ

Preguntas servidas en bandeja

Tiempo de lectura: ...
Julián Gorodischer

En su vuelta al ruedo televisivo, la diva visitó al presidente en la Casa Rosada y no disimuló su obsecuencia. El gran show de las celebridades, los sketches y la timba.

Mano a mano. En el inicio, el mandatario se mostró apocado frente a la conductora.

Foto: Captura

La llegada de Susana Giménez a la Rosada fue obsecuente. «Hasta ahora se está cumpliendo todo lo que dijo», le espetó al presidente, y fue escucha pasiva para las «buenas noticias» que, se supo, estaban siendo declaradas al momento de conocerse el 52,9% del nuevo índice de la pobreza nacional. Apoltronada en el Salón Blanco, se aburría olímpicamente ante lo que Javier Milei viene repitiendo desde diciembre del 2023, entre nociones sobre la escasez a las que por primera vez agregó una exculpación apenas insinuada, sin promesa mediante: «Yo no hago magia». Se lo dijo antes de que ella pretendiera humanizarlo y le preguntara sobre su infancia. Una misión fallida, porque el hombre monotema vuelve a la economía, su «pasión» y su «razón de ser», dice.

«Evidentemente es lo suyo», no deja de asentir la conductora. Y da el puntapié para que fluyan los temas de pareja. «Es muy interesante lo que me ocurre con Amalia –declara el presidente, cual celebrity de Intrusos–. Yo la vi y quedé impactadísimo. Dije “¡qué hermosa mujer!”».

«Cuando uno idealiza es un problema». Y sigue: «Lo más maravilloso es que cuando he tenido la posibilidad de conocerla, es mucho mejor de lo que yo la había idealizado. Entonces es una relación verdaderamente hermosa».

Milei se mantiene distante, y el trato es de «usted». Está curiosamente apocado ante la diva rubia. Luego Yuyito asumiría que fue ella la que no quiso estar presente, pero él insiste en un dejo de recato de la investidura que no es el del «fanático» al que alude el tema de Lali Espósito, hasta que el clima se reblandece y ella consigue meterlo en tópicos esenciales: el pelo batido, la «kipá de carne», sus trajes «de mafioso». Y la diva corona, ni con Menem tan activa en la promoción del gobernante de turno: «Las mujeres lo aman, presidente. Acaban de saber que usted es un hombre fiel».

Le entrega las terminaciones de las frases. «Fue muy bueno», señala.

«El discurso de la ONU fue muy bueno», retoma él, previo intercambio de miradas cómplices. ¿Se vuelve del lugar en el que se metió o la metieron, del balcón en el que anduvieron saludando a mano alzada a la plaza de tres oficinistas y dos turistas, que se vio en el contraplano? Son carne y uña, al punto de planear en el plató un viaje juntos, en el que él conocería a su ídolo, Lionel Messi, por intermedio de ella. «Con Amalia», aclara la diva. Y de vuelta al piso, cuando la entrevista ya concluyó, le reconocerá ser «un brillante», «un cariñoso». «¡Viva Argentina!», exclama. «Que Argentina salga de lo que nos tienen atrapados», agrega con inconsistencia sintáctica. Y da vuelta la página.

Mondo bizarro
El resto, desde que retomó la saga, está marcado por las fanáticas (de Rodrigo De Paul a Cristian Castro), que adoran a sus ídolos relacionados con la estrella. En el sketch, cultivó un registro semiactuado, que domina como ninguna otra figura del medio. Basta con ese aire de quinceañera de 80, la eterna cabecita volada y la mirada ingenua de virgen, que sorprendió la última vez con el anuncio de su retiro de las prácticas sexuales. Es la inocencia que toda dama estelarizada requería en los 60 y los 70, de la Su a la Sarli; esa pátina naïf asociada al sex symbol, en todos sus dichos y sus actos que la escudan de la crítica social, a más no ser por su mala praxis de entrevistadora, con todos esos furcios y gaffes que ya parecen guionados, o sus posiciones públicas llevadas a la ultraderecha y su éxodo esteño en pos de la eximición impositiva.

«Ay, mi amor», lanza por enésima vez, en ese antro televisado en el que no entran los malos sentimientos ni pensamientos. «Ellos son gente de bien», como los gladiadores de la selección que la visitaron en el debut, admirados por Su debido al diestro manejo de la pelota y por solidaridad de clase social; construyen un clima de intimidad, un entre-nous ante el que la platea se atribula y grita «chapeau». Con Su, se estila la pregunta «¿vos estás soltero?». Los minutos pasan, en el envío número uno, entre el partidito de truco y el gag con cameos.

Como nunca, la timba, auspiciada por las apuestas online, le domina el ciclo, con sus aportes de «papingui», sus «qué bueno», dando entretenimiento austero, ya sin el Antonio Gasalla que le levantaba la vara al contenido. Encaró las entrevistas (a María Becerra, Cristian Castro, los jugadores y Ursula Corberó) a puro cuestionario deshilachado, vago, diletante; a lo sumo consiguió un resquicio de vida privada.

Su queda congelada, como Mirtha, en una no-edad de rubia platinada y sonrisa dentada; con ella vuelve el número vivo –los propios Becerra y Castro, en sucesivos envíos– que ameniza el programa como antes lo hacían Moria, Camila Perissé y otras vedettes; aplauden Su y el nuevo Susano (Licha, de GH) y se luce lo que queda del big show, con presencia de invitados y escenografías televisivas atípicas. Ya la segunda entrega llega con «Salven los millones», un prólogo aparte, impune promo de las apuestas online con ese mismo mecanismo de apostarlo todo por una corazonada y vibrar de goce y estupor. A fin de cuentas, lo único que queda cuando se tiene poco es sentir mucho, auspiciado por Betsson, uno de los gigantes de las apuestas que están haciendo estragos en la mente adolescente.

A preguntas trilladas, respuestas mórbidas. Y se desata la mera pulsión sádico-morbosa de verlos a papá y a la nena mientras son despojados de los millones que había que salvar, hasta quedarse con un pucherito catártico que reserva la millonada al territorio de los sueños irrealizables. Tosca, siempre torpe, Su es de un hablar dificultoso a la hora de explicar una consigna. Y durante las entrevistas con una figura demodé o una estrella de reggaetón, ellos siempre serán abordados en el cruce con sus vidas personales, desde la pérdida de un bebé a peleas y reconciliaciones maritales. ¿Cuál es el marketing de la bobería, de la trastabillada al punto de parecer asociados a fines intencionados? Quizás el solo hecho de volver a comprobarla falible, ese gran permiso colectivo para paliar el súper-yo y andar un poco más livianos.

Estás leyendo:

Cultura SUSANA GIMÉNEZ

Preguntas servidas en bandeja

Dejar un comentario

Tenés que estar identificado para dejar un comentario.