Voces | ENTREVISTA A VERÓNICA GAGO

Shock neoliberal

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Bárbara Schijman

La investigadora analiza el impacto violento como recurso y la crueldad como política de Estado en el Gobierno de Milei. Ataque a los movimientos sociales y ruptura con las dinámicas democráticas.

Foto: Juan Quiles

«La novedad del shock neoliberal que estamos viviendo tiene dos características clave: la velocidad y la intensidad de la violencia que asume como modo de gobierno. Esto se debe a que Javier Milei extrae su poder directamente de las corporaciones más concentradas del capital, en un momento de reconfiguración acelerada del capitalismo. Este modo de gobernar se afirma articulando tres vectores: capacidad de destrucción, generación de caos y despliegue de crueldad», sostiene Verónica Gago, doctora en Ciencias Sociales y licenciada en Ciencia Política (UBA).

Especializada en mercado de trabajo, neoliberalismo y feminismo, Gago señala que la crueldad se ha vuelto moneda corriente en la gestión de La Libertad Avanza (LLA): «En lugar de recurrir a la política para limitar o evitar la violencia, el Gobierno la reivindica y fomenta». 

Docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), e investigadora del Conicet, es autora de La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular (2014); La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo (2019); Una lectura feminista de la deuda (2019, en coautoría con Luci Cavallero) y compiladora, junto con Cristina Cielo y Nico Tassi, de Economías populares. Una cartografía crítica latinoamericana (Clacso, 2023). 

–¿Por qué habla de «shock neoliberal» para referirse al contexto actual? 
–En los últimos meses está de nuevo muy presente el texto de Naomi Klein que habla de la doctrina del shock para caracterizar el neoliberalismo. La palabra «shock» es tan fuerte para dar una sensación del impacto y del aturdimiento que estamos viviendo, que volvió a ser una una palabra útil para describir lo que está pasando. Creo que eso tiene que ver con distintos momentos: al principio, cuando no sabíamos si era posible que esto fuese una opción ganadora en términos electorales democráticos; después que ganó, no se sabía si iba a cumplir a nivel de programa político todas aquellas cosas con las que había hecho campaña; finalmente, sí lo hace. Esa especie de descreimiento está muy vinculado con lo que después aparece como un «shock». Me parece que hay que completar esa idea de shock con esta suerte de descreimiento previo. En el caso del Gobierno de Javier Milei, a esto se suma que van corriendo el límite permanentemente de lo que son capaces de hacer y, sobre todo, la idea de que no tienen límite ni tienen miedo. 

–¿Contribuye esto último a mantener latente ese estado de aturdimiento?
–Sí, esta característica está conectada a cierta capacidad de producir shock de manera permanente. Asumir esa idea transgresora de que no tienen límite y no tienen miedo a hacer lo que están haciendo y, por lo tanto, apropiarse de un concepto que es muy fuerte: están haciendo lo que dijeron que iban a hacer. Son todos elementos que nos permiten entender algo de este shock, de su dimensión, de cómo va también conectado con esta idea de descreimiento, pero también de aparente falta de límites de esta política de gobierno. Una cuestión fundamental es que en América Latina en general, y en Argentina en particular, el origen del neoliberalismo está vinculado con el autoritarismo más brutal, con el terrorismo de Estado, con la dictadura militar. Entonces, cuando se habla del giro autoritario del neoliberalismo para ver si esa categoría logra hacer un mapa del auge de la ultraderecha, perdemos de vista que en países como el nuestro está claro que desde el inicio el autoritarismo, a través de las dictaduras militares, es lo que hizo posible el neoliberalismo. 

Foto: Juan Quiles

–¿De qué manera este shock permea las subjetividades y la cotidianeidad? 
–Cómo se incorpora a nivel de la vida cotidiana es una gran pregunta. Me llama mucho la atención el eslogan «No hay plata» que lanzó Milei, incorporado a la explicación popular cotidiana de por qué no se pueden hacer ciertas cosas. Creo que nos tiene que hacer reflexionar cómo se ha logrado incorporar la idea de austeridad y por qué nos creemos esa explicación de que efectivamente la austeridad es una suerte de castigo y sacrificio que hay que realizar, finalmente de sinceramiento, por decirlo así, de la economía que tenemos que asumir. Me parece que ahí hay una pregunta política que ha llevado a que asumamos la idea de que la austeridad es lo que nos merecemos y que en tanto es algo que nos merecemos vale la pena el sacrificio. Es necesario pensar cómo puede ser que esta dimensión del shock neoliberal tenga a su vez un arraigo en la explicación que nos damos de cómo funcionan las privaciones, el empobrecimiento, el aumento de las tarifas en la vida cotidiana, por qué surge una justificación que parece otorgarle sentido a esta política de shock neoliberal justamente.

–¿La crueldad se volvió política de Estado? 
–La crueldad como política de Estado es una característica de esta gestión. Este es el Gobierno de la crueldad. Milei tiene una política de la crueldad que está devenida Estado; eso nos permite leer hacia atrás otros momentos en que el Estado se constituye justamente a partir de la crueldad. Lo interesante es que se ha popularizado un poco esa categoría para tratar de hacer sentido y volver inteligible qué significa, no solo la práctica de la violencia, sino una suerte de disfrute con esa violencia. Entonces cuando el presidente retuitea el festejo por despidos, retuitea frases o comentarios que son totalmente machistas, incluso pedófilos, hay algo de esa exhibición de la violencia. Además de insensibilizar con la reproducción de esos mensajes totalmente cruentos y la práctica de la violencia, hay un modo de comunicar que busca la insensibilización, pero que además intenta construir un modo de hablar. Este modo en la comunicación oficial es inédito. Este Gobierno tiene una innovación en términos políticos, que es que parece no necesitar de la legitimidad política tal como la hemos conocido en el período democrático. 

–¿En qué sentido?
–Hasta hace unos años había una dialéctica entre la calle, la organización social y lo institucional. Una movilización era la expresión de una relación de fuerzas que tenía una traducción parcial, algún tipo de impacto a nivel de las instituciones, como una de las reglas básicas del desacuerdo democrático. Argentina tiene una capacidad organizativa, de movilización y de vectores de esa organización, por el sindicalismo, los derechos humanos, los movimientos populares, el movimiento feminista, que han ido canalizando mucho de esa dinámica. Se suponía que quien asumía el Gobierno estaba siempre en tensión con ese tipo de fuerzas sociales. 

–¿Cómo es esa dialéctica hoy?
–Este Gobierno parece decir: «No me importa lo que hagan; no me importan las movilizaciones, no me importan las protestas». Hay algo que se ha cortado en esa dialéctica. Se trata de una especie de ruptura con la dinámica democrática en la que las últimas décadas, después de la dictadura, hemos aprendido a hacer política. Creo que parte de cierta parálisis o de cierto aturdimiento que produce esta forma de gobierno es que parece abandonar cualquier mediación democrática. Evidentemente extrae la legitimidad política de otro lado.

–¿De dónde, puntualmente? 
–De los poderes corporativos más concentrados. Y esos poderes corporativos más concentrados que lo están sosteniendo son poderes que nunca han hecho ese ejercicio democrático. Son poderes que nunca tienen que mediar o producir legitimidad para su existencia. Me parece que eso es una nueva geometría del poder que estamos viendo y que nos pone permanentemente en desafíos: el nivel de violencia que se está recibiendo, los modos de negociar demandas con el Gobierno que ya parecen volver obsoletos los repertorios de organización, movilización y protesta con los que hemos llegado hasta acá y, sobre todo, un Gobierno que dice muy claramente que abandona toda pretensión de garantizar la reproducción social colectiva. Esto significa que no le importa que la gente se muera de hambre, lo dice así de manera directa. Es la primera vez que un mandatario dice que no es parte de su mandato político garantizar la reproducción social de las mayorías, que es más o menos, en general, lo que siempre se dice que un Gobierno está obligado a hacer. Creo que eso cambia muy fuerte el escenario. 

Economías populares 
«Las economías populares muchas veces logran poner en evidencia el carácter político de una crisis y nos recuerdan la dimensión colectiva que es necesaria para enfrentarla», sostiene Gago. En este sentido, cualquier organización que aparezca con un reclamo colectivo está caracterizado, agrega, «como enemigo de este régimen de la libertad que depende exclusivamente de que mantengamos la ficción absoluta del individuo, con toda la violencia que significa sostener esta ficción».

Como si se tratara de una política de Estado hacia el «colectivismo» en general, en el caso de las economías populares «hay una utilización política por parte del Gobierno de Milei de organizar a los sujetos de la economía popular como el enemigo al que no nos queremos acercar o al que es muy útil y necesario poner como chivo expiatorio del odio de nuestras condiciones de precariedad», observa la investigadora.

Foto: Juan Quiles

¿Cómo afectan a las economías populares contextos como los actuales y de qué manera ha cambiado el mapa desde la asunción del Gobierno de La Libertad Avanza (LLA)? «Las economías populares organizadas son otras de las figuras construida como enemigo interno. Hay una estrategia muy clara del Gobierno de criminalizar, desacreditar y desarmar a las economías populares organizadas en un momento de pobreza récord», señala Gago.
¿Las actividades asociadas a las economías populares se relacionan con coyunturas de crisis o con trayectorias de larga duración? Al respecto, la docente explica que «en nuestra región, las economías populares van cambiando en sus funciones, en su extensión, en sus modos de hacer, pero son una capacidad continua en nuestros países de gestionar la vida cotidiana y las formas de trabajo que ya no tienen al salario como su organizador principal».
Las economías populares organizadas, advierte Gago, «no están hablando solo de ellas, sino que hoy las características que podemos atribuirles se convierten en características de los y las trabajadoras precarizadas; reflejan, cada vez más, la fuerza de trabajo en general, y evidencian la precariedad que avanza y descompone esas fronteras entre economía formal, informal, registrada, no registrada, con derechos, sin derechos». 

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