14 de noviembre de 2024
Se rompió la coalición de socialdemócratas, verdes y liberales y el canciller Olaf Scholz debe llamar a elecciones anticipadas. La amenaza de la extrema derecha.
En el Bundestag. Si no obtiene el apoyo de la mayoría del Parlamento federal, Scholz debe convocar a elecciones anticipadas.
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Luego de semanas de tensiones, el canciller socialdemócrata Olaf Scholz despidió al ministro de Finanzas, el líder de los liberales, Christian Lindner, consumando con esa decisión la ruptura de la coalición de Gobierno. Con la contracción de la actividad económica por segundo año consecutivo como telón de fondo, Scholz acusó a Lindner de «egoísmo» e «irresponsabilidad» y planteó que «no hay una base de confianza para seguir cooperando». Según lo explicitó el propio canciller, al comunicar su decisión el 6 de noviembre pasado, las diferencias fundamentales obedecieron a la intención de Lindner de recortar los programas sociales y mantener a rajatabla una dura línea fiscalista.
Como consecuencia de esta situación, inédita en la política alemana contemporánea, Scholz, que mientras tanto gobernará en minoría junto con los verdes-ecologistas, deberá someterse a un voto de confianza parlamentario el próximo 16 de diciembre, luego de verse presionado por el conjunto de la variopinta oposición, con Friedrich Merz, el líder de la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU), a la cabeza.
En el caso de de no obtener el apoyo de la mayoría del Bundestag (el Parlamento federal) en esa instancia, lo que es altamente probable que suceda, el paso siguiente, tal como está previsto en la Constitución alemana, es el llamado a elecciones anticipadas a realizarse, en principio, el 23 febrero del año entrante (cuando inicialmente estaban programadas para el 28 de septiembre próximo).
Pero, ¿cómo se llegó a esta situación que impacta de lleno en el sistema político y deja a la sociedad alemana en un estado de gran incertidumbre? Para aventurar una posible explicación resulta útil desandar una serie de elementos de corto y largo plazo que dieron forma a una crisis tan resonante como impensada hasta hace poco, en un país que era sinónimo de estabilidad y crecimiento.
El cimbronazo electoral de septiembre
En los tres comicios regionales de septiembre pasado, la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) alcanzó el primer puesto en Turingia con el 32,8% de los votos, y quedó segunda tanto en Sajonia con el 30,6%, como en Brandeburgo, el estado que rodea a Berlín, con el 29,2%.
A esta inquietante novedad se le sumó otra, surgida desde la vereda opuesta del espectro ideológico-partidario: la irrupción de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW)-Por la Razón y la Justicia, un nuevo espacio conformado luego de una ruptura con el partido Die Linke (La Izquierda), con la particularidad de que lleva el nombre de su líder Sahra Wagenknecht, una dirigente carismática con una dilatada y reconocida trayectoria no exenta de polémicas. BSW logró posicionarse en el tercer lugar en los comicios celebrados en estos tres länder o estados situados al este –que anteriormente formaban parte de la República Democrática Alemana (RDA)– alcanzando el 15,77% de los votos en Turingia, el 11,81% en Sajonia y el 13,48% en Brandeburgo.
Estos resultados hicieron crujir a un sistema político que hasta hace poco tiempo se presentaba estable. Los partidos tradicionales, en especial la socialdemocracia, acusaron el impacto ante el desenlace electoral. El SPD solo obtuvo el 6,1% de los votos en Turingia, mientras que en Sajonia alcanzó el 7,3%, logrando apenas superar el 5% que se necesita para no quedar afuera del landtag o Parlamento regional. Apenas pudo contener la debacle en su histórico bastión de Brandeburgo, donde obtuvo un ajustado triunfo con el 30,89%. Las otras dos fuerzas integrantes de la ahora extinta coalición «semáforo» (por el rojo de la socialdemocracia, los verdes y el amarillo del Partido Democrático Libre –FDP–) obtuvieron guarismos aún más decepcionantes. Mientras los verdes solo superaron la barrera del 5% en Sajonia, los liberales quedaron fuera de carrera en las tres elecciones.
Por su parte, la CDU, anteriormente liderada por Angela Merkel y actualmente por Merz, tuvo este año un desempeño electoral ciertamente aceptable y se sitúa en un lugar expectante de cara a las elecciones federales, aunque se ve seriamente amenazada por el crecimiento de AfD. Si bien los demócratacristianos se derechizaron aún más en sus propuestas, en el intento de contener la potencial fuga de su electorado hacia la extrema derecha, hasta ahora Merz y los suyos han sostenido que no integrarán una coalición con la extrema derecha de AfD, una fuerza tan regresiva que ha traspasado todo límite con sus alusiones y exclamaciones favorables hacia el nazismo.
Contra la pared. Desde ambos lados del arco político los resultados de las elecciones acorralaron al canciller demócrata.
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Tanto AfD como BSW captaron en buena medida el creciente clima de descontento que se concentra especialmente en el este. Esta marca divisoria, que persiste paradójicamente pese a la caída del Muro de Berlín, de la que recientemente se conmemoraron los 35 años, ya había resultado notoria en las últimas elecciones europeas cuando los demócratacristianos obtuvieron el primer puesto pero AfD fue el partido más votado en los estados orientales.
Según el preciso análisis de Fernando Ayala en el portal del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), la diferencia entre una zona y otra se explica en que en el este «los jóvenes se consideran diferentes al resto de sus compatriotas del oeste, mientras que muchas personas mayores recuerdan la seguridad que les ofrecía el viejo sistema. Hoy se quejan de que no son debidamente considerados, que los salarios para el mismo tipo de trabajo son más bajos». En los términos de Ayala, lo que persiste es un «resentimiento o una suerte de muro invisible que continúa dividiendo».
En ese marco, socialdemócratas y demócratacristianos parecen faltos de inventiva, imbuidos del paradigma de la productividad como única solución. Sin embargo, ni siquiera esa carta está disponible en un momento en el que la economía no repunta. En este tema en particular, marcado por una recesión que va por su segundo año, algo infrecuente para la historia reciente del principal motor productivo de la Unión Europea (UE), la irrupción de la guerra ruso-ucraniana tuvo un papel preponderante.
La decisión del Gobierno federal de involucrarse en ese conflicto implicó en estos años la redistribución de recursos hacia el sector militar, así como la implementación de medidas que afectaron a la propia economía de Alemania. En particular, la controversial decisión de dejar de comprarle gas a Rusia. A esto hay que sumarle la crisis de vivienda, que afecta principalmente a los más jóvenes, y los problemas asociados a la integración de los contingentes de inmigrantes que llegaron en el último tiempo, sobre todo desde Ucrania, pero también de Oriente Medio y Asia Central.
¿Una renovación posible para la izquierda alemana?
El controversial posicionamiento de BSW, definido como un «socialismo conservador», encuentra llamativamente algunos puntos de contacto con AfD en temas como el rechazo a la inmigración, la campaña antivacunas y contraria al uso del barbijo que realizó la propia Sarah Wagenknecht durante la pandemia –cuando aún estaba en las filas de Die Linke–, el cese de envío de armas a Ucrania, la vuelta de la importación del gas ruso, o, incluso, la crítica a las llamadas corrientes «woke» que, según la posición de Wagenknecht, priorizarían los temas de género o de medioambiente por sobre las cuestiones socioeconómicas. Pero el enfoque de BSW sí se diferencia claramente de la AfD en materia distributiva: mientras esta «izquierda conservadora» impulsa un programa con profundas reformas progresivas con un sentido antielitista, AfD plantea medidas que benefician a las clases más pudientes, como la eliminación del impuesto a la herencia.