Economía | Relaciones con EE.UU.

La falacia de las barreras levantadas

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Daniel Sosa

El libre comercio con Estados Unidos que alienta el Gobierno nacional terminaría con el Mercosur y tiene chances de éxito mínimas en el corto plazo.    

Foto familiar. Javier Milei junto a Elon Musk y Donald Trump, en su residencia de Mar-a-Lago.

Foto: NA

En el mundo proliferan las intervenciones de los Gobiernos, tanto de países centrales como en desarrollo, en forma de restricciones aduaneras para proteger ramas industriales o producciones agropecuarias. También se suceden las batallas comerciales, por vía de imposición de aranceles como de distintas barreras a las importaciones, basadas en preocupaciones ambientales y de seguridad nacional. Del mismo modo, se incumplen convenios previos y se controlan ciertas exportaciones para asegurar el abastecimiento interno o castigar a rivales geopolíticos.

Ese es el escenario en el cual el presidente Javier Milei ratificó su fe en los supuestos beneficios de un comercio sin trabas entre la Argentina y la principal potencia planetaria, Estados Unidos.

Durante una entrevista radial, el jefe de la Casa Rosada no ocultó su deseo de profundizar las relaciones económicas con EE.UU. bajo el mandato de Donald Trump, cimentadas en sus coincidencias ideológicas. Milei ya sostuvo una conversación con el magnate norteamericano y confió en que la proximidad con el líder republicano podría derivar en el establecimiento de un acuerdo de libre comercio.

Por el momento, las condiciones objetivas para ese eventual entendimiento no parecen ir más allá de una expresión de deseos del presidente argentino, que no pierde oportunidad para remarcar su decidido alineamiento con las nuevas autoridades de Washington.

No se descarta, en este marco, que con el correr de 2025 avancen estudios preliminares, en línea con las expectativas que mantienen grupos empresarios concentrados y transnacionales estadounidenses con filiales en el país. 

Sus argumentos favorables mencionan las chances de aumentar la competitividad, sobre la base de una mayor participación de empresas en cadenas regionales de valor. Lo cual se imagina como resultado de la captación privada de sectores económicos hoy manejados por el Estado (privatizaciones), menor carga impositiva, desregulación de reglas laborales y supresión de vallas a las importaciones.

Otros análisis advierten, sin embargo –frente a lo que el diputado nacional Hugo Yasky denominó «la euforia desatada en el cipayismo libertario»–, que el grueso de las pequeñas y medianas empresas locales y sus trabajadores sufrirían fuertes perjuicios ante la competencia inequitativa, que conduciría a una mayor extranjerización económica. 


Expectativas
La ilusión ultraliberal se respalda en el potencial de una alianza comercial más amplia con EE.UU., el tercer mayor destino de los bienes locales, por unos 5.500 millones de dólares (principalmente minerales, metales y algunos alimentos) y el principal mercado para la venta de servicios (unos 4.500 millones de dólares, 28% del total exportado).

No al ALCA, al carajo. Un tratado de libre comercio, pero de alcance continental, fue rechazado en 2005 por el entonces presidente Néstor Kirchner.

Foto: Archivo Acción

Pero la realidad es que la balanza es deficitaria para la Argentina en ambas canastas. El desequilibrio es leve en el caso de los bienes, por la fuerte importación de químicos, máquinas y minerales, pero de importantes proporciones en los servicios.

Las esperanzas en la Casa Rosada se apoyan también en el eventual arribo de capitales provenientes del norte. Estados Unidos es el mayor origen de inversión extranjera (un stock de 28.500 millones de dólares, 20% del total radicado en el país por más de 500 compañías) y el centro en el que se deciden la mayoría de los flujos financieros.

No obstante, la ausencia de complementariedad de las estructuras productivas de ambos países (especialmente en el complejo agroalimentario) tornan altamente dudoso el provecho que podría tener para la Argentina un eventual acuerdo de libre comercio. Están claros los intereses contrapuestos de los empresarios locales y norteamericanos de vinos, soja, trigo y derivados, entre otros productos. 

Lo que es seguro es que el libre comercio al que aspira Milei sería el comienzo del fin del Mercosur, justamente cuando el Gobierno libertario ejercerá desde diciembre la presidencia pro tempore del bloque. 

Según las reglas vigentes, no existe la posibilidad de acuerdos unilaterales y debe haber consenso entre los socios regionales para avanzar en tratativas hacia próximos acuerdos de libre comercio. Por ejemplo, los que se intentan con los países europeos y, con menor grado de progreso, los procurados con Canadá, El Líbano, Corea del Sur, Indonesia, Bangladesh, Vietnam y Emiratos Árabes (otra decena de países manifestó su intención de iniciar negociaciones, entre ellos Japón, Marruecos, Nigeria y Turquía).

Otra evidente dificultad con la que choca la idea de un tratado de libre comercio con EE.UU. es la intención de Trump de imponer una mayor protección arancelaria en resguardo de las empresas de su país. Tendencia opuesta a la intención liberalizadora de Milei y de su ministro de Economía, Luis Caputo, quienes consideran injustificado el nivel de protección de ciertas ramas de la industria local.

La posibilidad de un tratado para eliminar obstáculos en el comercio con EE.UU. fue explorada durante 2019, bajo el Gobierno de Mauricio Macri y en sintonía con la administración de Jair Bolsonaro en Brasil.

Una iniciativa afín, aunque de alcance continental (la propuesta de un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, ALCA), fue rechazada en 2005 por los entonces presidentes Néstor Kirchner, Luis Inacio Lula da Silva y Hugo Chávez.

El antecedente de más de dos décadas y media de negociaciones con la UE, sin que se hayan resuelto aún los puntos en conflicto, hace prever que queda todavía está muy lejos la meta que se propone alcanzar Milei.

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