26 de noviembre de 2024
Al frente. La ingeniera Lantian «Jay» Graber es la directora de la nueva plataforma. Su nombre significa «cielo azul» en mandarín, curiosa coincidencia.
Foto: Captura
Al cierre de la edición de esta nota, Bluesky, la red sociodigital hoy alternativa a X pero concebida en su origen como experimento piloto interno de Twitter, orillaba los 22,5 millones de usuarios. En febrero pasado, cuando la plataforma se abrió al público (antes solo podían abrirse cuentas por invitación), apenas llegaba a 2 millones.
A este ritmo de desarrollo aluvional, Bluesky alcanzará a principios de diciembre una escala que, sin embargo, representará el 5% de las 600 millones de cuentas abiertas en X, muchas de las cuales (no menos del 20%) son bots (automatizadas) o altas creadas artificialmente con propósitos comerciales o políticos.
Gran parte de los nuevos usuarios de Bluesky tienen años de experiencia en Twitter, de donde migran repelidos por el giro rabioso de la red hoy llamada X. Nómades con síntoma postraumático en busca de un espacio acogedor, quienes llegan a Bluesky desde Twitter protagonizan un fenómeno peculiar: la migración digital de una red a otra de características similares.
No hay antecedentes comparables a esta migración, porque la cristalización de plataformas en muy pocas manos (Google, Meta, Amazon, Apple, Microsoft) en las últimas dos décadas ha venido obturando la emergencia de competidores en la variada gama de servicios que ofrecen las big tech. Con la excepción de TikTok, que aprovechó un nicho vacante, no hay redes masivas a las que mudarse, aunque las existentes disten de satisfacer a sus usuarios.
Ahora bien, ¿podrá Bluesky responder a las variopintas expectativas de los millones de migrantes que arriban a ella?, ¿será sostenible su crecimiento a mediano plazo?, ¿la escala que está captando es compatible con un modelo de negocios sin publicidad?, ¿hay garantías de que Bluesky es inmune a sufrir un furioso cambio de rumbo como el que trastornó las coordenadas de Twitter?
Rabia
Desde que Elon Musk tomó posesión a fines de 2022 y, sobre todo en Estados Unidos, desde el reciente triunfo electoral de Donald Trump que tuvo al megamillonario como propagandista y financiador de campaña, Twitter cambió su esencia como foro de breaking news y opinión política. Medios como The Guardian y La Vanguardia, organizaciones culturales como el Festival de Cine de Berlín, entidades educativas como la Universidad de Barcelona y clubes deportivos como el Werder Bremen abandonan X espantados por la generalización de discursos de odio y su efecto silenciador de perspectivas democráticas.
Como mandamás de Twitter, Musk echó a cuadros gerenciales y técnicos que habían construido la empresa (fue allí cuando Bluesky, ideada por el mismo creador de Twitter, Jack Dorsey, se independizó de su nave nodriza), eliminó áreas de «moderación» de contenidos y comercializó la «verificación» de cuentas que, pago mediante, alcanzan una exhibición privilegiada en detrimento del alcance de los posteos de quienes no pagan, incluso cuando se trata de contenidos violentos y de usuarios dedicados al troleo y al acoso a personas y organizaciones.
La programación algorítmica de X fue modificada para alentar la difusión de posturas extremistas, lo que complementa cambios en el proceso de bloqueo que impide a las numerosas víctimas de ataques coordinados ocultar mensajes a sus victimarios. Con Musk, la ultraderecha conquistó la más pequeña e influyente de las grandes redes sociodigitales.
Las zonas erróneas
Bluesky, en cambio, permite a sus usuarios organizar su timeline (el flujo de información) y clasificar contenidos, eludiendo contenidos o cuentas que prefieren evitar y seleccionando aquellos temas y usuarios que les son de mayor interés. De este modo, la capa de moderación no está, hoy, en poder de la empresa. Además, Bluesky presenta una configuración cronológica que contrasta con la manipulación de la exhibición de contenidos (promocionados o no) en X. El usuario de X que no paga la «verificación» de la empresa es limitado en la circulación de contenido, pero en Bluesky no depende de la edición algorítmica para expresarse.
Mayor control. La aplicación permite a los usuarios organizar su timeline y clasificar contenidos, eludiendo cuentas que prefieren evitar y seleccionado lo de mayor interés.
Foto: Shutterstock
El diseño de Bluesky dificulta la acción coordinada de trols y bots. A diferencia de las plataformas tradicionales, Bluesky se basa en un protocolo descentralizado, AT Protocol. La experiencia de uso recuerda a los primeros tiempos de Twitter.
Sin embargo, Bluesky, dirigida por la ingeniera «Jay» Graber, no es el paraíso celestial, aunque el nombre de pila de Graber, Lantian, significa «cielo azul» en chino mandarín. El especialista Cory Doctorow marcó uno de sus principales defectos: esta red no es interoperable con otras e impide –como casi todos los servicios de las grandes plataformas– mover los contenidos y conexiones de una cuenta a otra red, generando un costo para quien proyecte hacerlo. Es el costo que hoy están pagando personas y organizaciones que abandonan Twitter y, con ello, su historia digital en la red de Musk.
Doctorow reconoce buenas intenciones en el equipo directivo de Bluesky, pero a la vez recuerda que todas las redes que usa «fueron iniciadas por gente que juraba que nunca se vendería. Bluesky carece del único requisito absolutamente necesario para que confíe en ella: la capacidad de dejar Bluesky e ir a otro host y continuar hablando con las personas con las que he entrado en comunidad allí».
La opacidad de su estructura propietaria es un problema que respalda las dudas de Doctorow. Se sabe, sí, que uno de los principales patrocinadores de Bluesky es un fondo de criptomonedas llamado Blockchain Capital. Difícil que la inyección económica imprescindible para sostener la plataforma no incida en la evolución del modelo de negocios que, por ahora, no incluye la publicidad. El cobro de dominios personalizados no abastecerá la necesidad económica de una red que crece con la escala de Bluesky.
Cierto es que la incógnita sobre el financiamiento excede a la empresa dirigida por Graber, ya que estrellas del firmamento digital, como OpenAI, son sacudidas por la misma problemática que, de no resolverse, ofrece un flanco para el ingreso de aspirantes a Elon Musk que pronostican un violento cambio meteorológico desde cielos diáfanos a huracanes extremos.