De cerca | ENTREVISTA A MARCELO SUBIOTTO

«La actuación es un salto al vacío»

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Javier Firpo

Con su papel en la película Puan logró reconocimiento popular e importantes premios. Los distintos personajes que interpreta en el teatro, el cine y la serie El Eternauta.

Foto: Diego Martínez

«Lo de siempre», le dice a la moza. Marcelo Subiotto es un habitué del bar ubicado en la esquina de Los Incas y Triunvirato, corazón de Villa Urquiza, donde citó a Acción después de organizar su cargada agenda. El actor está con varios proyectos «más a pulmón que independientes, con lo cual mis horarios son complicados, de hecho por estar filmando no pude buscar el Martín Fierro». Se refiere a la reciente estatuilla a la mejor actuación que obtuvo por su destacada labor en Puan, la película de María Alché y Benjamín Naishtat, que protagoniza en la piel de un conflictuado profesor de Filosofía.

«Estoy haciendo una película muy interesante, Emoción violenta, de Matías Scarvaci. Hace foco en una persona tosca y conservadora, que es mi personaje, que integra el jurado durante un juicio. La idea era filmar durante un juicio verdadero y justo cayó la noche de los Martín Fierro. Cosas que no se pueden manejar, ya que teníamos garantizado poder estar filmando allí desde hacía como tres meses, no podía irme», cuenta con gracia. También está filmando un proyecto «súper independiente» con el cineasta Gustavo Fontán. Y recientemente finalizó el rodaje de El mensaje, de Iván Fund. En el ámbito teatral, por estos días se lo puede ver en la comedia dramática La gran ilusión, en el Teatro San Martín, lo mismo que en el unipersonal Los pájaros, en El Teatro del Pueblo.

–En este contexto político, ¿ser independiente y encarar proyectos a pulmón requiere de mayor audacia y valentía?
–Quienes peinamos canas y nos formamos en el teatro independiente conocemos bien estos vaivenes. En lo personal me estimula mucho más para seguir adelante y encontrar nuevas formas, sin dejar de pedir que las políticas culturales, que tanto esfuerzo costaron, no pierdan su lugar.

­–¿Es una lucha compleja en tiempos mileístas?
–La lucha por la cultura siempre es compleja, a diferencia de la educación, que tiene una aceptación más lógica de una población mucho más grande. La cultura, en cambio, está inmersa en la sociedad, pero a la vez no hay tanta conciencia de eso. Lo que quiero decir es que hay un montón de películas y obras de teatro que resignifican ciertos episodios de la vida de los argentinos, momentos históricos que forman parte de la identidad y la cultura de nuestro país. La cultura es vital.

–Hoy en la calle te reconocen por tu personaje en Puan. ¿Cómo lo tomás?
–Yo lo vivo tranquilo, estoy curtido, soy parte de un oficio en movimiento constante y yo soy una persona grande, entiendo lo que genera la espuma. Hoy podés estar en un lugar, mañana en otro, lo vivo con responsabilidad, como hace el Hombre Araña: es un gran poder, una gran responsabilidad. ¿Qué significa esto? Que si uno tiene un poquitito más de exposición, hay que ser más consciente a la hora de opinar y estar atento a recibir el cariño de la gente que se te acerca y te saluda. Después, el resto, sigo igual, trabajando de la misma manera, pensando en la actuación y teniendo las mismas dificultades creativas a la hora de enfrentar cada proyecto.

­–¿Imaginabas que la película podía tener este recorrido?
–Desde el vamos le tenía fe a la recepción que podía tener, porque está muy bien escrita, muy bien pensada a partir de jugar entre la comedia y un duelo que está atravesando el protagonista. Estaba inmerso en un material exquisito, pero de ahí a pensar que estábamos ante una película masiva o popular, me excede. Yo siempre trato de invitar al espectador a la propuesta que se está haciendo desde la honestidad y la transparencia, a punto tal, incluso, de aceptar el rechazo.

­–¿No buscás conquistar al público?
–De ninguna manera. No me parece bien que alguien que aborde un espacio desde lo artístico y lo creativo deba estar preocupado en gustar. Eso dejalo para el mundo del entretenimiento y está bien. Yo lo pienso más como una invitación al otro, que puede salir bien o mal, puede tener más o menos repercusión según la performance. 

­–¿Por qué separás la industria del entretenimiento de una búsqueda artística?
–En la industria del entretenimiento el trabajo apunta a generar un producto que sea consumido: puede estar muy bien, pero se maneja por lógicas que tienen que ver con cómo se va a vender. Obviamente que si estoy haciendo una obra de teatro independiente buscaré las maneras para que se vea más, pero las cartas están jugadas de otra manera: yo voy a apostar a determinada mirada del mundo a partir del tipo de obra que estoy haciendo. Y puede haber más o menos gente, pero no estoy desesperado en esa búsqueda, algo que no ocurre en la industria del entretenimiento.

­–En cierta forma, Puan se convirtió en una película premonitoria: se estrenó en cines en octubre de 2023 y llegó a las plataformas luego de la primera marcha contra el desfinanciamiento universitario. ¿La favoreció el momento?
–La película se presentó en medio de una coyuntura política inimaginable desde el vamos. Y hay una parte específica del relato de Puan que está vinculada con la realidad del país, sin embargo el guion que leí cinco años atrás era más distópico. Cuando se estrenó en octubre parecía un guion con cierto realismo y cuando llegó a las plataformas se convirtió en un documental… No sé si, a partir de esto, la película se empezó a ver más, pero siento que la gente se la apropió como una historia que refleja un momento específico de su realidad, la representa, la identifica y, en algunos casos, casi que la tiene como bandera.

­–¿Cómo lo advertiste?
–Porque fui a las dos marchas en defensa de la universidad y la gente me reconocía, me trataba con mucho cariño y me agradecía por ser parte de una película que la representara. Y me llamaba «profesor»: suena medio surrealista, pero así fue.


Ser o no ser payaso 
Subiotto se formó en el teatro independiente de finales de los 80 y principios de los 90, estudiando en la Escuela Municipal de Arte Dramático y luego con el formador de actores Guillermo Angelelli, quien le inculcó el teatro físico. También realizó talleres de clown con Cristina Martí. «En aquellos tiempos me interesaba mucho ese universo y tenía una duda, una contradicción que me carcomía: “¿Yo quiero ser payaso o quiero ser Federico Luppi?”. Pasó el tiempo y seguí formándome, pero ya dentro del teatro y haciendo obras. Fue una etapa muy importante para mi formación».

Foto: Diego Martínez

–¿Luppi era un referente?
–No un referente, pero era el actor dramático de esos tiempos. Eso de ser Luppi era más un prejuicio de mi juventud que otra cosa. En cambio, un actor de esa generación que sí me representa y no sé si no me metí en este oficio por él es Héctor Alterio. Siendo pibe y adolescente vi muchas de sus películas y, ya siendo actor, las volví a ver y entendí que su sensibilidad era lo que a mí me impactaba. Me encantaba el abanico de personajes que hacía, porque lo veías en La tregua, en La Patagonia Rebelde, en La historia oficial. Recuerdo también una comedia, Tiro al aire, en la que encarnaba a un actor de teatro independiente. 

­–En este rico presente hay tres personajes con los que, de alguna manera, convivís: el profesor de Puan, Otto, el mago de La gran ilusión y Aldo, en el unipersonal Los pájaros. ¿Qué tienen en común?
–El único denominador común es que los hago yo, pero esos personajes son bien diferentes. Tengo que buscar en mi propia subjetividad, en mi propio universo y en mi propia biografía para poder darles algún tipo de veracidad. Después, cada uno tiene su estética: no es lo mismo trabajar en La gran ilusión, que es una comedia de género, que en Los pájaros, un trabajo más del orden de lo poético y de lo narrativo. Mientras que en el cine se practica otro tipo de actuación: uno se tiene que mover hacia los personajes, no que ellos vengan hacia mí y se me parezcan.

­–En La gran ilusión interpretás a un mago que trabaja en un hotel marplatense en los años 50. ¿Cómo lo definirías?
–Otto es un chanta, un sofista. Cuando lo leí pensé en los sofistas de la antigua Grecia, con los que Sócrates discutía tanto sobre los diálogos: «Ustedes no están en busca de la verdad, ustedes tratan de construir sus propias verdades y armar una retórica que convenza. Me pueden decir que esta taza blanca es negra y convencerme». Bueno, Otto tiene esa habilidad, ese talento. Más que la magia, tiene el talento de la verba. Pero a la vez tiene algo de gitano, un tipo de los márgenes que trata de sobrevivir como puede.

­–¿Y qué podés decir del Aldo que interpretás en Los pájaros?
–No tiene nada que ver ni con el profesor de Puan ni con el mago de La gran ilusión. Cuando me llegó el texto escrito por Juan Ignacio González, en quien primero pensé fue en Ricardo Soulé, el fundador de Vox Dei: Aldo es como un rockero de los 70, marcado por ciertas formas de ver la realidad, por ciertas lógicas y vive a su manera. 

­–Qué misterio que es la serie El Eternauta: nadie dice nada, ¿podés contar algo?
–Solo que Ricardo Darín es el protagonista y encarna a Juan Salvo, el personaje principal. Y que se va a estrenar en la primera mitad de 2025. Ocurre que hay una complejidad en la posproducción por todo lo que implican los efectos especiales, una tecnología que en la Argentina no se había trabajado nunca. Bruno Stagnaro, el director, se toma su tiempo porque es muy riguroso con ese enfoque. Aclaro que no interpreto a Favalli, no puedo decir el personaje, no me preguntes, solo puedo agregar que formo parte del entorno de Juan Salvo. Hasta ahí, porque me van a mandar una carta documento.

Foto: Diego Martínez

­–¿Cómo te llevás con el mote de «actor antihéroe»?
–Yo hice de todo, antihéroes pero también personajes oscuros. No me siento un actor de personajes que son antihéroes, pero supongo que son los que más se han visibilizado.

–Con el trabajo de Puan lograste, entre otros, el premio al mejor actor en el festival de San Sebastián.
–No tenía la menor idea hasta que gané el premio y me di cuenta de la magnitud que tuvo, lo ganaron muy pocos argentinos. Durante un mes recibí todo tipo de felicitaciones por Whatsapp, Facebook e Instagram. De todas maneras, siempre pienso igual: un premio es el producto de un grupo de subjetividades que hacen un jurado, eligen y ya. Me pone muy feliz, pero no soy de las personas que creen que los premios se merecen o no se merecen. Con el tiempo aprendí que como actor me expongo, porque ese es mi trabajo, y del otro no espero nada.

­–¿Te hace bien pensar así?
–Sí, porque de esa manera el actor construye una fortaleza. Ojo, no es que no espero nada porque no me importa, sino porque soy lo suficientemente honesto y consciente para aceptar la derrota. Quizás derrota sea una palabra un poco exagerada, pero bueno, el trabajo puede no salir, no convencer y me expongo también. Eso sí, el intento, desde el vamos, es con todo, porque la actuación es un salto al vacío de verdad.

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