Voces | Entrevista a Patricia Aguirre

Dime qué comes…

Tiempo de lectura: ...
Florencia Vidal

En una sociedad en la que crecen al mismo tiempo el hambre y la producción y «la industria ofrece ultraprocesados que sustituyen el alimento por un envase», pensar la alimentación es pensar el futuro. La visión de una destacada antropóloga.

Foto: Juan Quiles

«Hay una precarización mundial de la alimentación por la dinámica perversa del sistema alimentario», afirma Patricia Aguirre, doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires. Esta docente e investigadora del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús y autora de Devorando el planeta ‒entre otros libros‒ explica que a través de la observación de la alimentación se puede alcanzar una representación certera de la sociedad porque es ahí donde convergen los múltiples aspectos que la conforman. «Si uno entra a la comprensión de un grupo humano a través de su comida, en realidad termina estudiando todo porque ahí confluyen la economía, la tecnología, la visión que tienen del medioambiente, de su hábitat. Al plato cae la historia de ese grupo y también se refleja la estructura de derechos de esa sociedad». 

‒La alimentación es un derecho básico, sin embargo, la cantidad de personas que no acceden a un plato de comida crece a diario.
‒Es vergonzoso que existan 700 millones de desnutridos en el mundo y que, con la producción excedentaria que hay y la cantidad de destrucción consciente de alimentos para mantener el precio, no nos podamos poner de acuerdo para mejorar la distribución y que los alimentos les lleguen a todos los que lo necesitan. Deberíamos revisar nuestra tolerancia al hambre del otro porque hay producción para 10.000 millones, somos 8.000, estamos tirando el 30%. Estamos destruyendo bosques nativos y humedales para extender la frontera agrícola y cada vez se produce más. Pero cuando mirás la velocidad de incremento de la producción y la de decrecimiento del hambre, no son coincidentes. Entonces, muchachos, esa excusa de que no hay debe caer. Empecemos a pensar en serio en el derecho a la alimentación porque, declamatoriamente, todo el mundo está de acuerdo. ¿Quién va a decir «yo no estoy de acuerdo»? Nadie.

‒¿Cuál es su análisis sobre la situación de Argentina en relación con ese derecho?
–Derecho a la alimentación es poder alimentarse autónomamente, libremente, y cuando todo eso ha fallado, recién ahí ser alimentado. Pero en Argentina y en el mundo, los Estados, las naciones, los sujetos piensan en el derecho a la alimentación no como autonomía y comensalidad sino como asistencia, que está muy bien y quiero marcarlo porque aunque había errores en la asistencia social alimentaria, la alimentación es prioritaria, por eso la tenés que mantener mientras hacés las auditorías, aunque no estés de acuerdo. Trabajé 30 años en el Ministerio de Salud, en el Programa Materno Infantil así que sí, estoy de acuerdo con la asistencia, pero derecho es autonomía. Entonces, la función indelegable del Estado es arbitrar los medios para que ese derecho se cumpla. Sin embargo, creo que en la década anterior, aunque hubo casi un exceso de la retórica de derechos, eso se hizo bajo una intervención que, en muchos casos, no cambió la modalidad de atención asistencialista. Y creo que es parte de un fenómeno fundamental en estos tiempos: que el Estado burocrático ha cedido frente a concepciones más fluctuantes del poder y del Estado y, por lo tanto, las políticas del Estado, sea cual fuera su constitución o las alianzas con el poder económico o la sociedad civil, son diferentes.

‒En ese sentido, usted habla de una organización automatizada del poder actual.
‒Sí, creo que hoy ese es el fenómeno más inquietante. Una forma de poder que funciona de manera autónoma y que, a despecho de quienes ganan las elecciones, está representada por la macroeconomía y la tecnología. Estas dos variables ordenan lo que llamamos la realidad y, por lo tanto, el Estado y las políticas alimentarias. La macroeconomía y la tecnología son los dioses que se supone que todos los Estados modernos deben adorar para ser realistas.

‒¿Cómo se explica lo que usted define como el proceso de precarización de la alimentación en Argentina?
‒Se trata de un proceso de décadas. Obviamente, se ve como la punta del iceberg la caída de la capacidad de compra, el aumento del precio de los alimentos, el descenso del ingreso de los compradores que incide en la cantidad y calidad de lo que se puede comprar. Pero cuando hablo de precarización no pienso solamente en la evidencia, a la que suscribo, de una reducción en el acceso e inequidad en la distribución. Pienso en una cuestión sistémica. Los alimentos que comemos hoy no solo son más caros o inaccesibles, además están contaminados, son de peor calidad y densidad nutricional, son menos seguros y naturales, los consumimos tragando, devorando, sin tiempo, solitarios, sin decidir lo que queremos comer, sin racionalidad, sin responsabilidad, o sea que es el colapso de la comensalidad.

Foto: Juan Quiles

‒¿Se trata de un fenómeno mundial?
‒Sí, hay una precarización mundial de la alimentación por la dinámica, a mi criterio perversa, del sistema alimentario que está impulsando modificaciones en la agricultura, ganadería, pesca, industrialización, comercialización, supermercadismo y publicidad. Y por supuesto, esto impacta en la alimentación local. Todas las naciones están sufriendo el embate de los 250 grandes holdings transnacionalizados que son los principales referentes de la industria de alimentos.

‒En Argentina, el quiebre que se da a partir de la década del 90 en el tipo de producción que acelera también la polarización en el consumo.
‒En los 90 ya nos metemos de cabeza en el modelo extractivista y se reagriculturiza La Pampa, porque los rindes de la soja transgénica y su paquete tecnológico eran extraordinarios. En todo el mundo se estaba dando una revolución forrajera que pone al país como uno de los principales exportadores, esta vez, de leguminosas. Argentina cambia el modelo de producción, muy rendidor desde el punto de vista económico, y viene la ilusión de que con una cosecha nos salvamos. Y a partir de ahí es otro país, porque se rompe la autonomía alimentaria y cambia el patrón alimentario. La pauperización que trajo la convertibilidad, la hiperinflación y, antes, la economía liberal de Martínez de Hoz hace crisis en los 90. Entonces se ve claramente la ruptura del patrón alimentario y la aparición, como en otros países de Latinoamérica, de algo que Argentina no tenía que era la comida de pobres y la comida de ricos.

‒¿Hay salida a esta precarización?
‒Si decidimos operar sobre la macroeconomía y la tecnología, las dos grandes fuerzas impulsoras del sistema alimentario mundial, y de Argentina en particular, vamos a tener alguna posibilidad de direccionar este cambio para que no se reproduzca ciegamente. Pero sí, claro que hay salida, soy optimista aunque las cartas, por cómo están jugadas, no auguran buenas cosas. Pero creo que se puede reparar, se pueden resilvestizar los lugares deteriorados, la agroecología propone soluciones a la crisis del sistema agroalimentario. En el área de la distribución, el comercio justo muestra claramente, incluso dentro de los procedimientos de mercado, que se puede operar de una manera distinta. Y dentro del área del consumo, el consumo responsable, ético: todos los grupos que luchan contra el consumismo, contra el que es inducido, ridículo, conspicuo, innecesario, estúpido, que solo sirve para mantener en funcionamiento el modelo extractivista en la producción sucia de alimentos.

Foto: Juan Quiles

‒Usted asegura que se puede lograr un cambio en la alimentación porque cada vez que comemos, votamos con la boca.
‒Claro, esta noche no cenes ultraprocesados. Por supuesto que sé que la difusión, la instalación y los enormes beneficios para la industria que los producen tienen que ver con la vida de mierda que llevamos en las sociedades urbanas industriales actuales, porque si vivimos corriendo, vamos a comer rápido. Entonces, la industria ocupa ese nicho y te da ultraprocesados que sustituyen la comida por un envase. Esa comida es parte de esta manera de vivir y si queremos vivir de otra manera, tenemos que cambiar esta comida. 

‒Es importante levantar la bandera de la cocina.
‒Sí, y me va a costar un montón, pero lo hago de manera militante por mi salud, por el planeta, por la economía de los argentinos, por las generaciones por venir. Entonces, voto con la boca y voto por cocinar, por comer productos frescos. Mi salud y los productores de frutas y verduras me lo van a agradecer y, probablemente, no les guste para nada a las transnacionales. Además, puedo exigirles a mis representantes que no les den exenciones impositivas a ellos, sino a la agricultura familiar. Podemos cambiar para bien si definimos qué es bien y cuáles son los puntos críticos del sistema. No es que tengamos que encontrar soluciones, hay soluciones que tenemos que ponerlas en práctica. ¿Por qué no escuchan a los agricultores familiares y sí a la gran escala? Porque la otra está subsidiada por el resto de la población. Ah, pero se van a quejar por las retenciones, eso es seguro.

‒¿Qué significa que la solución a un problema tan complejo como la alimentación no puede ser revolucionaria sino más bien evolucionaria?
‒Esta alimentación no se dirimió en un día y no se va a arreglar en un día. Lo que sí creo es que hay que trabajar seriamente desde la ciencia, desde los datos y tenemos que apoyar nuestras prácticas en la evaluación científica de resultados, no en el me gusta o no me gusta y ahí creo que nuestra dirigencia política resbala. Además, para comer cinco porciones de frutas y verduras al día, como recomiendan los nutricionistas, necesitás un salario mucho más alto que el salario medio de la población argentina. Las frutas y verduras son caras entonces no son accesibles a los ingresos bajo la línea de pobreza. Necesitamos subsidiar a los quinteros para que produzcan más y bajen el precio. Tenemos un déficit de consumo y necesitamos pensar en términos de sistema y creativamente. Hoy en Holanda hay granjas verticales como emprendimiento comercial. Tenemos gente muy creativa y un clima maravilloso. Se pueden hacer buenas políticas y luego evaluar para ver cuáles resultaron bien y cuáles mal.

Estás leyendo:

Voces Entrevista a Patricia Aguirre

Dime qué comes…