Opinión

Ulises Gorini

Director de Acción

A sangre fría

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Buscado. Imágenes del presunto asesino difundidas por la Policía de Nueva York poco después del crimen.

En los años 60, el escritor estadounidense Truman Capote publicó quizá su libro más famoso, el que relataba hechos verídicos de la vida de un asesino y el contexto que lo había llevado a cometer su crimen: el asesinato de una familia completa –incluido los hijos menores– en su propio hogar. Capote entrevistó al criminal en la cárcel y también a gente de su entorno para construir uno de los perfiles más escalofriantes de un delincuente. Lo tituló A sangre fría, una expresión que suele utilizarse para ilustrar la impasibilidad en la ejecución de un hecho delictivo, especialmente el asesinato.

Esa misma expresión empleó la prensa estadounidense y mundial para describir el atentado mortal contra Brian Thompson, el máximo directivo de la empresa UnitedHealthcare, la más grande de su rubro, ocurrido el miércoles 4 de diciembre. El homicida apuntó por la espalda a su víctima y le asestó cuatro o cinco balazos en pleno centro de Manhattan, en la gran manzana del estado de New York, una de las zonas más vigiladas de todo el territorio del país del norte. Luego huyó, pero dejó detrás de sí un mensaje inscripto en las capsulas de las balas servidas: «retrasar», «denegar», «defender».

No hizo falta más. Sin lugar a equívoco, esas tres palabras describían la metodología de una empresa (y otras más) que bajo la coartada de «asegurar la salud» convierten el sistema sanitario en un negocio financiero: cobro de primas a cambio de asegurar un servicio frente a un evento dañoso (una enfermedad o accidente) que, cuando deja de ser eventual y se transforma en hecho real, resulta que lo eventual es que la compañía de seguro responda. Es decir, un seguro nada seguro. 

Retrasar, denegar, defender, las palabras utilizadas por el asesino también dan título al libro que describe el método que, según su autor, Jay M. Feinman, permite utilizar el dinero de los asegurados en la timba financiera. Un negocio en vez de un sistema de salud. Así es que, frente al asesinato a sangre fría, paradójicamente para la lógica de una opinión pública por lo general moralista y a la vez sometida mayoritariamente al dios dinero, surgió una ola de simpatía hacia el criminal que, advertía la prensa estadounidense, podía convertir al homicida en un héroe popular: «folk hero».

Innumerables denuncias de accidentados y enfermos salieron a brindar su testimonio sobre cómo esa empresa y otras retrasaban y denegaban cobertura, llevando a la indefensión e incluso hasta la muerte a quienes debían estar amparados para recibir un tratamiento por el que previamente habían aportado sus ahorros durante años. Una política también ejecutada a sangre fría. El debate sobrepasó los medios y las redes.

¿Era ese el debate/efecto que buscó el ejecutor? No se sabe. Pero otro escritor, esta vez argentino, Roberto Arlt, publicó en 1929 una novela, Los siete locos, sobre unos delirantes que pretendían ejecutar un atentado que, en términos de uno de sus personajes principales, produciría un efecto singular: despertar «todas las conciencias oscuras y feroces de la sociedad». 

Cinco días después de cometido el asesinato en Manhattan, el 9 de diciembre, el criminal fue detenido. Pese a las especulaciones periodísticas sobre las dificultades para encontrar al homicida por la presunta simpatía que despertaba, un empleado de McDonald’s lo reconoció y denunció a la policía. La recompensa era de 50.000 dólares, una ganga si se compara con los más de 10 millones de dólares que cobraba anualmente por su tarea el asesinado y mucho más que una ganga en relación con las ganancias de la empresa por tener el mayor índice de rechazo de coberturas. Entre las pertenencias del detenido se encontraron escritos de puño y letra que podrían ser leídos como una proclama en contra de esas aseguradoras de salud. La prensa lo describió como un joven de 26 años, licenciado en informática por la Universidad de Pensilvania, que en su columna vertebral lleva varios clavos introducidos quirúrgicamente para sostenerlo de una enfermedad que llevará de por vida. Quizá más años que la pena que le toque por su crimen.

Antes de que el sistema judicial estadounidense clausurara las redes sociales del detenido, sus «seguidores» se multiplicaron exponencialmente. Un mensaje dejado por uno de ellos decía que «un hombre armado detuvo a un asesino en masa». Probablemente el mensaje escrito en las cápsulas servidas no cambie un sistema que hace de la salud un negocio; pero parece haber despertado conciencias oscuras y feroces.

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