17 de diciembre de 2024
Escritora, ensayista y docente, produjo un magnífico aporte en el campo de la teoría crítica y la literatura argentina. Posiciones públicas y legado cultural.
Pensadora. Sarlo introdujo nuevas formas de entender la relación entre cultura y sociedad.
Foto: Juan Quiles/3 Estudio
«Tenemos que pasar a la historia», le decía Beatriz Sarlo a Nicolás Rosa mientras tomaban mate en los años 60. Ambos estaban comprometidos con una múltiple renovación que involucraba simultáneamente una puesta al día de lo que estaba ocurriendo sobre todo en los aportes de los intelectuales franceses, cuyas intervenciones suscitaban una mirada crítica; clave esta palabra para cuestionar una tradición de estudios convencionales que ya no se avenían con los nuevos tiempos y saberes, a partir de los enfoques centrados en la relación entre literatura y sociedad, los aportes del estructuralismo y los del psicoanálisis.
Efectivamente, hubo entonces un protagonismo de Sarlo, afín al compromiso sartreano que se manifestó en sus primeros ensayos para un proyecto cultural destinado a ofrecer calidad interpretativa y difusión masiva, como fue el Centro Editor de América Latina.
Posteriormente su participación, siempre en su objetivo de incidencia en el campo cultural, se manifestaría en la revista Los Libros, con todos los debates que signaron esa publicación, de la cual tanto ella como Carlos Altamirano dirigieron los números finales con declaraciones que fueron condenadas: el apoyo a López Rega contra una supuesta embestida «soviética». Si hoy esto resulta por lo menos desatinado o curioso, cabe destacar que por entonces Sarlo militaba en el Partido Comunista Revolucionario que, en el conflicto chino-soviético, había optado por defender cualquier cosa siempre que no se allanara al que llamaban «social imperialismo».
Clases y textos
Posteriormente, en una escena nocturna de revisión, Sarlo decidió alejarse de ese partido y asumió una postura socialdemócrata visible en la fundación del Club de Cultura Socialista (cuya representación era un Marx de la Segunda Internacional, en un póster donde aparecía rodeado de florcitas). Adhirió entonces al alfonsinismo y promovió debates, visibles también en Punto de Vista que, fundada en 1978, con adhesiones de otros intelectuales, en ese momento aspirantes de algún agrupamiento y necesidad de expresión en la dictadura en curso, luego se alejaron al ir tomando la revista una posición defensora de los dos demonios, que asimismo neutralizaba o desautorizaba, paradójicamente, cualquier visión crítica.
El devenir de Sarlo, por un lado, confirma su indeleble propósito de «pasar a la historia», solo que tal cosa fue actuándola de un modo que asumió lo contrario de lo que sostuvo la vieja militante. Sin embargo, hay un legado, sus clases de literatura argentina, el vigente libro que compuso con Carlos Altamirano, Literatura/Sociedad, sus clases de teoría literaria, los estudios sobre la novela sentimental, el Borges de las orillas. Pasa obviamente a la historia, como quería, por estos magníficos aportes, no por sus columnas en la Revista Viva de Clarín, ni por sus declaraciones, textos, etcétera, que la minusvalidan en lo que siempre puso por encima de cualquier sentimiento: puro intelecto que regía toda su vida, como una vez dijo, la literatura, la política, el sexo.