12 de enero de 2025
Autor de una entrevista histórica a Maradona, fue dibujado por Caloi, Fontanarrosa y Sábat. Un diálogo a fondo con uno de los referentes de la crónica deportiva. Del diario de papel a la televisión.
A Horacio Pagani la garganta ancha se le angosta un poquito cuando rememora a su papá, que era panadero y entrañable y soñaba que ese hijo fuera contador público y no contador de historias. Pero se repone y la voz gruesa le vibra entera al desplegar, indetenible, una historia de fútbol atrás de otra historia de boxeo y atrás de otra historia de periodismo hasta asumir que cualquier vecindad con el universo de los balances se le diluyó el día en que lo despidieron de su empleo bancario para empujarlo del todo rumbo a la crónica deportiva. Al reportero gráfico Juan Quiles, que trata de capturar la gestualidad inacabable de ese hombre que cuenta historias, se le despatarra la risa cuando Pagani narra que, en una noche larga, envolvió y semiembroncó al Maradona recienvenido de Cuba en una broma: en la Argentina habría una revolución en serio, pero la lideraría él, Pagani, y a Diego le tocaría un segundo escalón. Al camarógrafo Simón Chávez se le descascaran los oídos durante el instante en el que, historia más historia más historia, Pagani recuerda cómo no comenzó una nota en Santa Fe con Carlos Reutemann hasta que el entonces piloto de Fórmula 1 le ofrendó una disculpa por una antigua circunstancia.
Desde las paredes de su casa, Pagani persiste como Pagani dibujado por Caloi, por su amigo Fontanarrosa, por Hermenegildo Sábat. Y cuenta y cuenta.
«Maradona era un rebelde extraordinario. La pasión que transmitía por todo le daba un carisma descomunal, se imponía donde iba. Una personalidad deslumbrante: lo máximo.»
–¿Qué es el fútbol?
–Es el fenómeno social más grande del mundo. Superior a todos los fenómenos que existieron en la Tierra. Es absolutamente heterogéneo: cualquier país, cualquier etnia, cualquier religión. Tan universal y tan multilateral que el único lugar donde no pegaba eran los Estados Unidos, que funcionan como la antítesis de todo. Ahora están con todo ahí para meter el fútbol. Un fenómeno único. ¿Por qué? Porque la gente participa tanto como los protagonistas. Quien está en la tribuna maneja una pasión superior a quienes juegan. La gente siente que el equipo lo representa. Se vio con la selección en el Mundial de Qatar. No hay otro fenómeno de esta naturaleza.
–Mucha de esa gente cree saber de fútbol. ¿Qué es saber de fútbol?
–Esa es la pregunta del millón. Saber de fútbol es acertar los equipos que juegan bien y que ganan. Nadie puede saber del todo de fútbol. Saben, por ejemplo, los cronistas que comentan los partidos por televisión y que dicen «bueno, este juega mejor por la izquierda, por el centro, por afuera». Todas cuestiones tácticas. Para mí, influyen en el 10 o el 15 por ciento. Y el caso más típico es Guardiola: después de ser el mejor técnico del mundo, de hacer el mejor equipo del mundo, ese Barcelona de Messi, de Xavi y de Iniesta, mirá ahora, con el Manchester City. Los partidos los ganan y los pierden los jugadores. Los técnicos tienen influencia, claro, porque eligen a los jugadores. Pero si los jugadores no rinden… La prensa les da a los técnicos una influencia desmesurada.
–En los orígenes, ¿qué era el fútbol en tu vida?
–Como todos los pibes, como mi nietito ahora, yo creía que iba a ser jugador de fútbol. Pronto me di cuenta de que no tenía las condiciones suficientes. Pero era goleador. Jugaba al estilo Mastrángelo, entraba en diagonal y hacía goles. Igual, un 5 era un puntaje elevado para calificarme. A los 14 o 15 años, jugaba pegado a la Facultad de Derecho y nos matábamos a patadas. Después, cerca de mi casa, quedó un baldío y unos 10 o 15 pibes de la cuadra lo volvimos una canchita: armamos un arco de madera y el otro estaba pintado en la pared. Hasta jugábamos con zapatos de vestir. Nos duró como tres años. Luego, vino la construcción de la obra y se acabó. El fútbol siempre estuvo ligado a mis amigos. Después, la profesión me permitió ir a diez mundiales. Entré a Clarín hace 56 años y ya venía trabajando desde antes.
–¿El fútbol te lo transmitió tu padre?
–Creo que mi viejo debe haber ido a la cancha una sola vez, en 1928, en aquel partido con los uruguayos que hizo que todo empezara a llamarse olímpico –el gol olímpico, el alambrado olímpico– porque ellos era campeones olímpicos. Pero, en la habitación, mi viejo escuchaba la radio como si mirara televisión: nadie podía pasar por adelante de la radio mientras él la tenía de frente y relataba Fioravanti, con Horacio Besio comentando.
–¿Y cómo llegaste al periodismo deportivo?
–De pibe, vivía en Santa Fe y Ecuador. Jugábamos ahí a la pelota, en la calle. Cuando salí de la colimba, me crucé, en ese lugar, con un amigo que se estaba por recibir de arquitecto. Le conté que no me gustaba la carrera de contador y, como en ese tiempo estaba de moda estudiar Relaciones Públicas, le comenté que iba a ir por ahí. «¿Y por qué no estudiás periodismo deportivo? Vos transmitís los partidos que jugamos entre nosotros», me propuso. Yo tenía una carpetita con resultados de los Juegos Olímpicos, veía fútbol todo el tiempo. Un vecino nos llevaba a un amigo y a mí la cancha. Mi ídolo era Ernesto Grillo. «Hay una carrera en el Círculo de Periodistas Deportivos», me insistió. Y me dijo que conocía a Tignanelli, sonidista en Radio El Mundo, el marido de la actriz Beatriz Taibo. Y siguió: «Ahí labura Horacio Besio, que vos lo escuchás en la radio». Fui a la radio y Besio, que era un fenómeno, me atendió. Me explicó que las clases ya habían empezado, pero que era posible hacer una excepción. Ahí empecé, sin convencimiento. A la escuela la dirigía Julio López Pájaro, el papá de Julio Ricardo. Me tocaron profesores como Enzo Ardigó y Osvaldo Ardizzone, nada menos.
–¿Cuándo o cómo te convenciste?
–Yo leía El Gráfico cuando lo dirigía Dante Panzeri. Era el periodismo que me gustaba. Y al Viejo Ardizzone lo admiraba profundamente por cómo escribía. Eso me fue entusiasmando. Además, podía ir a la cancha. Una vez escribí una nota medio extraña: un reportaje desde la tribuna con Antonio Roma, el arquero de Boca, en un partido sin trascendencia para ver qué sentía él, alguien que había sido héroe del Boca campeón de 1962 atajándole el penal a Delem, con una cancha vacía. Se la di a Ardizzone. Un mes después, dijo: «¿Quién es Pagani?». Pensé: «Este me mata». Pero dije: «Yo». Y el Viejo dijo: «Está bien esto». Ese fue el clic absoluto de mi carrera: «Si este tipo, que yo admiro, me dice que está bien algo que escribí, me tengo que dedicar a esto». Y ahí puse todas las pilas. Era primer año. Al año siguiente, apareció Carlitos Ferraro, mi amigo, y empecé a hacer conexiones, sin salir al aire, en los partidos de Tercera. Debía llamar para pasar los goles y tratar de conseguir la formación de la Primera. Fue una experiencia que me permitió conocer, por ejemplo, a Renato Cesarini, que, con su pinta de costumbre, me dio la formación de River y me trató como un caballero. Y me fui metiendo.
–Te metiste y un día le hiciste a Diego Maradona jovencísimo una entrevista que ahora reluce desde la pared de tu casa: «Un sueño de barrilete», noviembre de 1976.
–Fue un hito en mi carrera, la primera nota que se le hizo a Diego en un medio masivo como Clarín. Recuerdo un Argentina-Perú, en Vélez. En el preliminar, jugaban con otros pibes y él. Me asombraba la calidad que tenía. Era un superfenómeno. Me quedó grabado eso. Cuando jugó su cuarto partido en Primera, en Mar del Plata, y metió dos goles, yo ya tenía arreglada una nota con él. Fui a Comunicaciones con mi Fiat 600. Estaba, de fotógrafo, Ismael Gómez, el Ronco, que había ido con la camioneta del diario y tenía diez notas para hacer. Me dijo: «¿Cuál es el pibe?». «El de rulos que va dando vueltas por ahí», le contesté. Le hizo dos fotos en pleno entrenamiento y se fue. Luego, nos quedamos con Diego, hablamos. Argentinos Juniors, esa misma semana, le había dado la casa de la calle Lascano. Estábamos solos. Le pregunté dónde iba. Lo llevé. Ahí estaban los hermanitos jugando en la vereda y me dijo que un día los tres iban a jugar en la Primera de Boca. Ahí, sin ningún testigo –así que es creerme o no–, le dije: «Vos vas a ser figura del fútbol mundial y un día me vas a negar una nota». Después, le hice unas cuantas notas más. Hubo un momento en el que Maradona era la persona más conocida del mundo. Era un rebelde extraordinario. La pasión que transmitía por todo le daba un carisma descomunal, se imponía donde iba. Una personalidad deslumbrante: lo máximo.
–Otro lazo clave de tu vida con el periodismo y con el fútbol es César Luis Menotti.
–Cuando escuchaba hablar a Menotti, sentía que decía las cosas que yo quería decir. Me embrujó con su palabra. También lo conocí de una manera fortuita. En 1973, cuando dirigía Huracán y tomó notoriedad, estaba peleado con El Gráfico, donde yo trabajaba. A mí me mandaban al muere con esas notas que parecía que no se podían hacer. Llegué con el Fiat 600, le pedí una nota y, cuando le expliqué era de El Gráfico, me planteó que entendía que era mi laburo, pero que estaba peleado. Trajo una carpeta con subrayados que decían de él cosas que no eran ciertas. Después, aunque yo todavía trabajaba en el banco, armé un encuentro con el jefe de redacción para que repararan eso, entendiendo que Menotti iba camino de ser el técnico de la selección. Se reconciliaron. A los dos días, le hice una nota. Tuve un deslumbramiento con su manera de entender el juego. Cuando se hizo la lucha de trinchera con los bilardistas, tuvimos un compulsa pública, delante de estudiantes de periodismo, con Fernando Niembro. Él dijo así: «Lo único que me importa es ganar». Entonces, yo le contesté: «A mí lo único que me importa es respirar». «¿Vos me estás cargando?», volvió a decirme él. A lo que yo le devolví: «No, vos me estás cargando. A todo el mundo le importa ganar. Tu norte es una obviedad». El Flaco Menotti, en un libro que escribió, puso esa frase. Cuando lo presentó, yo estaba en el teatro, citó la procedencia, que yo era el autor. Era tanta la cuestión con Menotti: yo sentía que mi idea la representaba él.
«Los técnicos tienen influencia, claro, porque eligen a los jugadores. Pero si los jugadores no rinden… La prensa les da a los técnicos una influencia desmesurada.»
–Y el recorrido con el fútbol y con el periodismo te permitió ver a Messi.
–Mantenerse tantos años como el mejor jugador del mundo es único. Diego lo fue menos tiempo. Ni Pelé, que fue campeón mundial a los 17 y a los 28, lo hizo porque jugó muchísimos amistosos y no jugó en Europa. Cuando estaban Xavi e Iniesta en el Barcelona, Messi jugaba con todo su repertorio; cuando ellos se fueron, también se hizo cargo del equipo. Y en la selección había quienes le reclamaban eso. Había perdido una serie de finales. Cuando se sacó el entripado de encima, con la primera Copa América, tomó el liderazgo verdadero. Ahora tiene mucha presión para jugar el mundial que viene: periodistas, marcas. Y creo que ya está cumplido. Por eso se fue a Estados Unidos. ¿Cuál es el motivo para arriesgarlo en un próximo mundial? Es un jugador extraordinario con una carrera extraordinaria: doce o catorce años siendo el mejor de todos. Ya está.
–De poco de eso hablás ahora en alguno de tus trabajos.
–Ahora trabajo, entre otros lados, en Bendita TV, que nada tiene que ver con mi profesión. Cuando empecé, pensé: «Esto me va a arruinar toda la carrera de cincuenta años». Sin embargo, me adapté. Es otro público, es una cosa divertida. Trabajo con mujeres, que casi nunca lo había hecho. El método ahí, parece que en todos lados, es hacer que yo me engrane. Parece que eso consigue mayor repercusión.
Asume eso Pagani que, esta vez, no se engrana. Cuenta otra historia, y otra, y otra, mientras los dibujos que le dedicaron Caloi, Fontanarrosa y Sábat, pegados a la primera nota con Maradona, parecen despuntar una sonrisa desde la pared.