24 de febrero de 2025
El conservador Friedrich Merz se perfila como nuevo jefe de Estado tras ganar unos comicios marcados por el avance de la ultraderecha. El controvertido vínculo con Estados Unidos y las sombras del nazismo.

Nueva etapa. Llegada de Merz al Parlamento, luego de confirmarse su triunfo electoral.
Foto: Getty Images
Friedrich Merz (69), del partido conservador Unión Demócrata Cristiana (CDU), será el nuevo jefe de Estado de Alemania. Según los datos preliminares, el correligionario de Angela Merkel se impuso en las elecciones de este domingo con más del 28,5% de los votos, el equivalente a 208 escaños en el Parlamento, lo que lo convierte en el político con mejores perspectivas para gobernar el país.
Por otra parte, como preveían los sondeos de opinión, un escenario peligroso se cierne sobre Alemania y Europa. El partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) duplicó el número de sus seguidores y logró que uno de cada cinco alemanes lo votara. La derecha xenófoba ha escalado, por primera vez desde la derrota del nazismo en 1945, al segundo lugar y obtuvo 152 escaños.
Este escenario electoral se da en una especial coyuntura mundial: declive del predominio europeo, triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, giro en la política exterior de la Casa Blanca, una agresiva embestida trumpista contra la UE, la exclusión de Europa en las negociaciones para la paz en Ucrania y los efectos económicos, políticos, militares y culturales que esa posible paz ucraniana traería para los habitantes del continente.
El triunfo relativo de la extrema derecha este domingo tiene varias explicaciones internas, pero una externa –escandalosa– que obliga a activar las alarmas de los alemanes, los europeos y los ciudadanos de mundo entero. Como se explica más adelante, AfD contó con la explícita e inusitada ayuda del magnate conservador Elon Musk y del Gobierno de Trump. No por nada Merz, el domingo por la noche, en su primer discurso como futuro canciller destacó una prioridad: «Europa debe conseguir la independencia estratégica con respecto a Estados Unidos».
En cuanto al Partido Socialdemócrata, hasta ahora uno de los principales de Alemania, sufrió una derrota histórica: sacó un magro 16%, es decir, 120 escaños. Estas cifras expresan el fracaso del actual gobierno socialdemócrata (2021-2025). Las urnas castigaron a su referente y canciller saliente, Olaf Scholz, quien adoptó una política de alineamiento incondicional con el Gobierno demócrata de Joseph Biden que resultó seriamente autodestructiva. Con Scholz, Alemania cortó lazos con Rusia, su principal proveedor de gas, y se involucró en la guerra de Ucrania. En 2023, la economía alemana retrocedió el 0,2% y en 2024, un 0,3%, lo que técnicamente se conoce como recesión.
Los otros dos partidos que lograron escaños en el nuevo parlamento son: Los Verdes, con 85 legisladores (11,6% de votos), y La Izquierda (Die Linke), con 64 (8,7% de votos). Según la ley alemana, los partidos que no alcanzan un mínimo de 5% de sufragios quedan fuera del esquema.
En Alemania, el canciller o jefe de Estado no se elige en forma directa. Los ciudadanos votan a los legisladores y estos serán los que en el Bundestag o Parlamento decidan quién ocupará ese lugar. En las elecciones del domingo, ningún partido logró los 317 asientos que le permitirían gobernar por mayoría. Merz tendrá, entonces, que conformar una alianza con otros partidos para acceder al poder.

Alicia Weidel. Líder de Alternativa para Alemania (AfD), exultante tras conocer los resultados de los comicios.
Foto: Getty Images
¿Un movimiento planetario?
El segundo puesto que AfD sacó en estas elecciones abre varios interrogantes. ¿Cómo es posible que después de 80 años de prédica antinazi haya rebrotado en Alemania un partido de extrema derecha con la fuerza que lo hace AfD? Alemania, como Argentina (aunque en nuestro país la batalla lleva poco más de dos décadas), ha trabajado intensamente en el objetivo de evitar el regreso del pasado. ¿Ha fracasado?
La AfD, hasta las elecciones pasadas, tenía sus principales seguidores entre los electores de la antigua República Democrática de Alemania (comunista), los varones y las personas de zonas rurales. En estos comicios el electorado se extendió en todos los sectores y su relevancia trascendió las fronteras del país.
Argentina conoce muy bien los efectos de la marea ultraderechista que, aunque es muy minoritaria (abarca menos del 15% de los países del mundo), busca expandirse, con dinero y poder. Grupos europeos (AfD, Vox en España, o Rassemblement National en Francia) y líderes en el poder (Giorgia Meloni, Viktor Orban, Donald Trump o Javier Milei, entre otros), a pesar de sus enormes diferencias, comparten el objetivo común de formar un gran movimiento planetario que se oponga al «globalismo» y a lo que ellos consideran el «progresismo».
El caso alemán es un ejemplo de las nuevas reglas de juego (o la falta total de ellas) a las que se enfrentan las democracias. Elon Musk (el mismo que hace cinco años dijo, en referencia al golpe de Estado que derrocó a Evo Morales en Bolivia: «Vamos a dar golpes a quien se nos cante, ¡bánquensela!») dedicó mucho dinero y esfuerzo en promocionar a Alicia Weidel, la candidata de AfD. Además de escribir una columna elogiosa para el diario alemán Die Welt, el dueño de X expandió a través de su red la idea de que «solo AfD puede salvar a Alemania. El país está al borde del colapso económico y cultural, Weidel es el último rayo de esperanza».
Como si esto fuera poco, en un hecho sin precedentes, J.D. Vance, actual vicepresidente de EE.UU., la semana pasada, en Munich, recomendó públicamente seguir a aquellos políticos que defienden el control de la inmigración, en un evidente respaldo a Alicia Weidel de AfD.
¿Buscará el conservador Merz una alianza con la ultraderecha para poder formar Gobierno? Afortunadamente, no. Durante su campaña electoral, en los debates televisivos e incluso en su primer discurso postelectoral, Merz fue categórico en que no haría ningún tipo de acuerdo con ese sector. Es casi seguro que el democratacristiano buscara un pacto con la socialdemocracia de Scholz.
Un horizonte complejo
El futuro canciller pertenece al ala más liberal del CDU, claramente a la derecha de las posiciones de Angela Merkel. Es defensor de la economía libremercadista clásica: reducción de impuestos, fin de las regulaciones y a favor de la flexibilización laboral. El lunes posterior a las elecciones el mercado reaccionó positivamente: alza en la Bolsa y un euro que superó el nivel de 1,05 en relación con el dólar.
Merz es abogado, financista y como tal llegó a dirigir la filial alemana de Blackrock, el mayor fondo de inversión mundial y copropietario de 17.000 empresas en todo el mundo. Como se sabe, Blackrock tiene además enormes intereses en Ucrania y, según ha trascendido, los posibles acuerdos de paz entre Rusia y EE.UU. no lo beneficiarían.
La trayectoria de Merz en el mundo corporativo y sus vínculos con Blackrock abren todo tipo de especulaciones sobre qué políticas podría adoptar la futura Alemania: ¿mayores y estrechos lazos con el poder financiero? ¿tensiones con su socio norteamericano de la OTAN?
En un mes de gobierno, Trump deterioró en forma sostenida su relación con la Unión Europea, ninguneó su posible intervención en las conversaciones de paz ucraniana y marcó nuevas reglas de juego. Merz, como líder del país más importante de la Unión Europea, tendrá como tarea principal reordenar ese escenario y recuperar –si se puede– el liderazgo del bloque en la arena internacional. Una tarea muy difícil. Dependerá de su capacidad para entender que otro mundo ha comenzado.